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HOWARD JACOBSON

Una investigación británica confirma lo que muchos judíos hemos sabido durante algún tiempo. 

¿Cuándo el antisemitismo no es antisemitismo? Cuando es paranoia judía, es una respuesta. Cuando es crítica de Israel, es otra. La investigación parlamentaria de todos los partidos sobre antisemitismo, publicada la semana pasada en el Reino Unido, será bienvenida por muchos judíos británicos. El hecho mismo de que fuera abierta una investigación de tan alto nivel en primer lugar, confirma que el problema no existe sólo en sus mentes.

Denunciar antisemitismo, a menos que haya sido derramada sangre, es una empresa peligrosa en Inglaterra. Atrae la acusación de hipersensibilidad. Atrae el oprobio de otros judíos que se ven como menos histéricos, y quienes lo consideran dar una falsa alarma o un intento por silenciar la crítica justa a Israel. Y juega con los temores que se encuentran insertos en lo profundo de la psique británica-judía, que quejarse es ser ingrato y, peor, que su único efecto será llamar la atención sobre una minoría que ha prosperado cultivando la casi invisibilidad. “Mantente callado” era el consejo de mi padre para mí cuando yo estaba creciendo en Manchester en la década de 1950. No vayas con miedo, pero no seas muy visible tampoco.

Sin embargo, entre las conclusiones de la investigación está que los crímenes de odio contra los judíos en Inglaterra se han duplicado en la última década. Esto confirma lo que algunos judíos temen y otros han experimentado, pero que muchos descartarán como insignificante. ¿Qué constituye un crimen de odio? Debemos conceder tanta importancia a una pancarta que dice “Hitler tenía razón” o “Muerte a los Judíos” como lo hacemos con un ataque físico contra un rabino o un estudiante de Yeshivá? El abuso de los judíos en los medios sociales podría estar en aumento, pero también lo está el abuso de todos. ¿La Investigación Parlamentaria está dando la falsa alarma en nuestro nombre?

Si yo describo esto como un debate entre judíos, es también un debate que los judíos individuales están teniendo consigo mismos. ¿Tengo razón en estar preocupado? ¿Debo estar empacando mis maletas para partir, o debo al menos saber dónde están mis maletas? Esto difícilmente es Kristallnacht, dice una voz. Fue difícilmente Kristallnacht antes que fuera Kristallnacht, dice otra. ¿Cuántos judíos berlineses vieron la escritura en la pared? Oh, vamos, Londres hoy no es la Berlín de la década de 1930. No, pero Berlín en la década de 1920 no era la Berlín de la década de 1930.

Del antisemitismo bruto—la variedad de ir con miedo por la vida de uno—no tengo experiencia personal. He encontrado tumbas profanadas, alusiones brutales, ejemplos ocasionales de menosprecio extremo cara a cara e incluso odio. “Ve y dúchate, judío”, me dijo una joven mujer de clase media en la calle hace algunos años. ¿Pero quién puede decir que no estuviera loca? Y no empacas tus maletas porque te encuentras a una única persona que enloqueció.

Hay, sin embargo, otras medidas de odio al judío aparte de la violencia física, y está bien que la investigación de todos los partidos haya puesto su mente en ellas, aun cuando algunas son discutibles. Suprema entre ellas, esta esa hostilidad endurecida y sin tregua hacia Israel que trata de pasar como una crítica desinteresada del Sionismo, pero cuya enagua, cada vez más está asomando.

Me refiero a esos ataques contra la legitimidad misma y principios fundadores de Israel; ese discurso de culpa que inculpa al gobierno y ejército israelíes en cada oportunidad, ahora acusándolos de masacre, ahora de genocidio, comparándolos con los nazis, y a Gaza con el gueto de Varsovia; esa presunción de sadismo deliberado, de revolcarse en la matanza, sin importar que no haya ninguna prueba para apoyar  la acusación o un motivo para explicarla; y los pequeños siniestros actos de preguntar—sólo preguntar: está bien preguntar no?—sí, digamos, las Fuerzas de Defensa de Israel sólo fueron para ayudar a la campaña de ayuda en Haití a fin de traficar los órganos de los muertos. Esa invocación implícita, en otras palabras, a la antigua figura del judío como ser maligno, adversario implacable y, por supuesto, asesino de niños.

Que esto es crítica justa, a no ser confundida con antisemitismo bajo ninguna circunstancia, es desmentido no sólo por el extremismo de su lenguaje, sino por la mala voluntad implícita en su sistema de comparación. ¿Aquél que tiene intención de no dañar a los judíos, por ejemplo, infligiría el espectro del Nazismo sobre ellos, hiriéndolos donde fueron heridos muy recientemente? Aquél que no tiene intención de dañar a los judíos los acusaría, a través de Israel, de haberse beneficiado en forma no ética a partir del Holocausto, como que se les dio una oportunidad de aprender humanidad, pero como prueba Israel, fallaron nuevamente

Muchos de los comentaristas, más llevados por la vehemencia de su propia repulsión, se sorprendieron el verano pasado al ver manifestaciones de antisemitismo entre aquellos que manifestaban en nombre de Gaza. Esto, se apresuraron a insistir, estaba lejos de cualquier cosa que habían previsto. Es difícil decidir si estaban siendo cínicos o ingenuos. Podrían ellos realmente haber supuesto que no habría derrame a partir de su hipérbole. El siglo pasado enseña que la extremidad puede pasar del discurso refinado a la barbarie callejera de un momento a otro. Y si el gentío detecta el dulce aroma como a cordita del antisemitismo en tu prosa, eso es porque está allí.

Fue valiente del Primer Ministro Manuel Calls de Francia en señalar al anti-sionismo fanático con su panoplia de prohibiciones y boicots, distorsiones y difamaciones, como contribuyente, en su transmisión del bacilo de la culpa, a los ataques letales contra los judíos en París el mes pasado. Hasta hace muy poco, el anti-sionismo de cualquier cepa ha sido una vaca sagrada. ¿Con la investigación de todos los partidos ingleses llegando a una conclusión similar a la del Sr. Valls, es muy optimista esperar una disminución del vocabulario de odio, una consecuencia de lo cual será la oportunidad de debatir genuinamente los aciertos y errores de Israel? ¿El nexo aterrador del antisemitismo europeo clásico y el odio musulmán al judío podría ser disuelto al final por la razón? ¿O un judío en Inglaterra todavía debe permanecer callado?

El Sr. Jacobson es  novelista, ganador del Premio Man Booker, es autor de  “J” (Hogarth, 2014).

Fuente:The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío