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YEHUDIT LEV

 

Si tienes que pegarle a un niño,

que sea solo con una agujeta.”

(Bava Bathra 21a)

 

Es un shiur, y una persona que propaga valores del Judaísmo, ofrece un ejemplo: Los insultos se sienten feo, por supuesto. Pero, y ¿que tal si por cada insulto, te dan veinte dólares? Ya no se siente tan feo, ¿verdad? El público femenino está de acuerdo. Pronto se pasa al siguiente tema y quienes escuchan parecen ignorar que acaban de recetarles una fórmula para la violencia doméstica.

 Es que el dinero hasta con golpes sabe bonito.

 El conferencista, joven entusiasta de su tradición, probablemente recibió este ejemplo de algún ‘sabio’ versado del Judaísmo, y ninguno de los dos (ni tampoco el público) notó la aberración, tal vez porque tantos maestros de nuestra tradición hacen referencia y dan ejemplos de la Torah con temas monetizados. ¿Se darán cuenta que al hacerlo colocan al dinero en un lugar cercano a la idolatría?

Si somos una nación que valora la palabra con tanto cuidado que ponemos gran énfasis en su uso correcto, ¿cómo es posible que se fomente este pensamiento sin pasarlo por el razonamiento? Quien dicta la conferencia en cuestión implica que el dinero tiene mayor valor que la dignidad humana. Y así fomenta las relaciones enfermas y violentas, escondidas detrás de lecciones que pretenden representar la Torah.

Una jovencita creciente y consciente, que está en proceso de aprender la tradición de sus ancestros, comenta que el conferencista, le “dio lástima.”

En lugares donde se procura justicia, cuelga un cartel llamado “Violentómetro,” que marca niveles desde cero hasta 30, donde cero es una “broma hiriente” y 30 es “asesinato.” En los niveles inferiores, la violencia se demuestra con chantajes, mentiras, engaños, ley del hielo, celos, culpas, descalificaciones, ridículos, humillaciones en público, intimidaciones, controles y prohibiciones.

Por el rango medio, se encuentra la destrucción de artículos personales, manoseos, caricias agresivas, golpear “jugando”, pellizcar, arañar, empujar, cachetear, patear, encerrar, aislar. Los niveles agudos incluyen: amenazar con objetos o armas, amenazar de muerte, forzar a una relación sexual, abuso sexual, violación, mutilación y finalmente asesinato.

La descalificación – lo que nuestro conferencista aguantaría por veinte dólares – se encuentra en sexto nivel. Parecería inofensiva, y hasta aguantable si lo comparamos con el asesinato.

Las palabras que dejamos pasar hacen diferencia en nuestras vidas, a corto y largo plazo. Una niña que recibe insultos de sus padres, o sus hermanos o sus compañeros de escuela, y los deja pasar, comienza a creer que le corresponden esos calificativos. Pronto se vuelven profecías que se cumplen a sí mismas. Es diferente hacer una tontería, o decir una tontería, que ser una tonta, más rara vez quien descalifica a los demás se cuida de hacer esta distinción.

Todo mundo necesita pertenecer y se acomoda a los cánones de su entorno sacrificando partes esenciales para hacerlo. Aunque los sistemas sociales y comunitarios toleren cierta violencia, es importante no dejar pasar estas ‘tonterías.’ Una niña marcada como “tonta” probablemente acepta en su vida personas y situaciones tóxicas, acepta el papel de víctima. Desde su entorno ‘ligeramente’ violento, probablemente encuentre su personal bully para casarse con él (que al mantenerla, bajo este razonamiento tiene el derecho de ser abusivo). Ese bully, viendo que puede insultar a su mujer, tal vez entienda que también la puede golpear físicamente.

Porque en el violentómetro, si no se establecen límites bien definidos de lo que se permite en una relación, es fácil deslizarse a mayores niveles de violencia. Y a esos se llegan porque no se les ocurre detener las violencias menores.

El lector seguro conocerá casos – pienso en varios que conozco personalmente – donde las mujeres insultan, minimizan y agreden a sus maridos porque no pueden proveer al mismo nivel de ostentación que los machos alfa de la comunidad.

Y estos maridos marcados aguantan los insultos,

porque el dinero es Rey.