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ESTHER SHABOT

 

Hay 1,500 millones de musulmanes; cuatro quintas partes de ellos se identifican como sunitas, y una como chiitas.

El título de este artículo contiene una pregunta que, a menudo, se escucha cuando la conversación gira en torno al tema del activismo terrorista de militantes del Islam fanatizado. Entre tantos nombres de agrupaciones dedicadas a realizar los más inimaginables y macabros actos de violencia asesina contra los presuntos “herejes, infieles, apóstatas y enemigos del Islam” resulta a menudo confuso el panorama de quién pertenece a qué rama de esta religión y en qué se oponen y en qué coinciden tales distintas organizaciones.

Un dato esencial al respecto es que de los 1,500 millones de musulmanes que hay en el mundo, aproximadamente cuatro quintas partes de ellos se identifican como sunitas y una quinta parte como chiitas. Esta división, que se remonta a la época posterior a la muerte del profeta Mahoma, y que detonó por la disputa acerca de quién debía heredar el supremo mando religioso y militar de la “Uhma” o Comunidad de los Creyentes, generó una fractura que se manifestó en distintos desarrollos doctrinales e interpretativos del texto coránico, lo mismo que en rituales y veneración de héroes y líderes religiosos diferenciados.

Grandes regiones del mundo musulmán, tanto árabe como no árabe, son homogéneamente sunitas. Naciones como Arabia Saudita, los Emiratos, Qatar, Egipto, Jordania, Libia, Túnez, Palestina, Indonesia, Malasia, Afganistán, Pakistán y Turquía, tienen una población predominantemente identificada con el sunismo, al igual como sucede con los millones de musulmanes que viven en India, China o Filipinas. Por otra parte, Irán, que no es árabe sino de tradición persa, es totalmente chiita, al tiempo que Irak y Líbano poseen población mixta donde los chiitas son mayoría, pero con considerable población sunita. De hecho, el que Saddam Hussein como dictador iraquí fuera un sunita que gobernaba con un claro sesgo opresivo y discriminatorio contra la mayoría chiita, fue, y ha seguido siendo, un factor de peso en las turbulencias de ese país, tanto antes como después de su derrocamiento.

Ahora bien, la inmensa mayoría de los 1,500 millones de musulmanes, —tanto sunitas como chiitas— no se adhiere a las visiones extremas de los islamistas radicales. Sin embargo, el segmento ciertamente minoritario pero muy activo que sí lo hace y cuya visibilidad en las últimas tres décadas ha crecido notablemente, se ubica tanto en el sunismo como en el chiismo. El brutal activismo terrorista y su exportación a distintas regiones provienen por igual de ambas corrientes. Así, el Irán de los ayatolas lo practica mediante fuerzas propias y las que patrocina en otros ámbitos chiitas como es el caso del Hezbolá, agrupación libanesa apoyada y abastecida por Teherán para la realización de actos terroristas, uno de cuyos ejemplos fue el bombazo al edificio de la AMIA en Argentina, en 1994, y a la embajada israelí en Buenos Aires, en 1992.

En el caso sunita, destacan por supuesto, Al-Qaeda, cuyas fechorías son bien conocidas, lo mismo que Boko Haram de Nigeria, Al-Shabab de Somalia, y el ISIS o Estado Islámico actualmente foco de una arrasadora campaña militar que se ha caracterizado por su salvajismo y su locura dirigidos por igual contra musulmanes chiitas o contra “infieles” pertenecientes a otras religiones (cristianos, yazidíes, o cualquier otra denominación distinta a la que ellos presumen como la única poseedora de la verdad emanada de Dios). En síntesis, el Islam es una gran casa que alberga a muchísimos millones de fieles que no comulgan con el fanatismo de sus correligionarios radicales, los cuales están incrustados, por desgracia, tanto en el seno del sunismo como del chiismo. Y no cabe duda de que es en los grandes conglomerados musulmanes, caracterizados por su moderación, donde recae, en primer término, la necesidad y la misión de neutralizar a los fanáticos que pretenden apoderarse de la cara oficial del Islam.

 

Fuente:excelsior.com.mx