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Mesa de SederPor Dror Eydar

1.

Han pasado dos años desde que falleció mi padre, y mucho más de la última vez que pasé el Seder de Pesaj con él. En sus últimos años, se olvidaba. Se olvidaba casi de todo. Lo llamaron Alzheimer. Me resulta extraño sentarme a la cabecera de la mesa y dirigir el Seder en su lugar. Nos hicimos adultos tan rápido¿Qué? ¿Ya nos toca a nosotros? La carga de la memoria y la responsabilidad que pasamos a nuestros hijos es pesada, y es lo que queda de los pequeños detalles que coloreaban la noche del Seder durante mi infancia – una noche que yo esperaba todo el año. Me quedaba despierto durante horas esa noche, esperando que viniera el Profeta Elías y bebiera de la gran copa de vino que mi madre le había preparado. Por la mañana me parecía que la copa contenía un poco menos.

No fue hasta que llegué a edad adulta que me enteré que el apio es un vegetal de verdad. Hasta entonces, sólo lo conocía como Karpas – la hierba verde que se menciona en la Hagadá de Pesaj. No la sumergíamos en agua salada como hacen algunos judíos, sino en vinagre de vino que mi padre hacía de las uvas que cosechaba de sus vides. Mi madre preparaba la mezcla de jaroset con mil y un ingredientes diferentes que recogía durante el año, rociándolos con el jugo rojo de la granada también recogida de los árboles que plantó mi padre. Cuando llegaba el momento de mojar el maror, o hierba amarga, en la mezcla de jaroset, mi padre vertía un poco de vinagre en el jaroset dulce, lo que le daba un fuerte sabor amargo.

Durante años me pregunté por esta costumbre que mis padres habían traído del exilio hasta que me enteré de lo que estaba escrito en el tratado Pesahim 116a del Talmud de Babilonia: “Rabí Elazar, hijo de Rabí Sadoc dijo, sin embargo, que [usar jaroset] era una mitzvá [una obligación religiosa]. Como mitzvá, ¿qué propósito tenía? Rabí Levi dice: Es una conmemoración del manzano [según Rashi, esto se refiere a la manzana del árbol mencionado en el Cantar de los Cantares 8: 5 “Debajo de un manzano te desperté”, que es la base de la leyenda que cuando se emitió el decreto para matar a los niños varones de los israelitas, las madres daban a luz sin dolor bajo los manzanos]. Rabí Yohanan dijo: Conmemora el mortero [que los israelitas esclavizados tuvieron que utilizar en su trabajo]. Abaye dijo: Por lo tanto, el jaroset debe tener un sabor amargo para conmemorar el manzano, y también debe ser espeso, para conmemorar el mortero. También aprendimos: Las especias [como la canela, el jengibre y otras especias utilizadas para preparar jaroset] conmemoran la paja que nuestros antepasados ​​utilizaron para amasar los ladrillos de arcilla, y el propio jaroset conmemora el mortero”.

2.

“Este es el pan de la pobreza que nuestros antepasados ​​comieron en la tierra de Egipto. Quienes tengan hambre, vengan y coman; quienes estén necesitados, vengan a celebrar la Pascua con nosotros. Este año estamos aquí; que el año que viene estemos en la Tierra de Israel. Este año somos esclavos; que el próximo año seamos libres“.

Hay una buena razón para que la parte de la narrativa de la Hagadá, conocida en hebreo como la sección Maguid, comience con este texto. Los intelectuales árabes suelen acusar a los judíos: “ustedes vienen a nosotros desde el libro, y nos lo imponen”. En otras palabras: en realidad, no existen como pueblo, excepto en los libros. Pero no tienen idea de lo que significa un libro para nosotros. “Este es el pan de la pobreza” que nuestros antepasados ​​comieron en la tierra de Egipto. Hemos recordado esto durante cien generaciones. La memoria no es mero conocimiento; es el gusto y el tacto, la vista y la absorción en el cuerpo. No es la matzá que comemos en Pascua, sino la propia memoria, lo que nos nutre como individuos y como nación.

Esta es la profundidad de la sabiduría de la tradición: Para aquellos que recuerdan, la memoria no existe en la mente por sí sola; se hace tangible a través de la acción. Al principio, esto se logra con la familia sentada a la mesa del Seder, llevando la matzá a la boca, a través de la amargura de la hierba amarga y de sumergirla en el jaroset, una conmemoración de la argamasa con la que nuestros antepasados ​​trabajaron como esclavos. La boca es el principal actor en el Seder – no sólo por la comida, sobre todo por hablar y contar la historia de nuestra transformación de familia en nación y emerger en la libertad del mundo. Los pequeños actos se acumulan, uno por uno, año tras año, y se recogen en el caldero de la memoria colectiva hasta que motivan a las personas individuales a levantarse y actuar – en casa, en la familia, en la sinagoga, en la comunidad – para despertar a los que duermen y llegar a la tierra de Israel; y los individuos se convierten en movimiento y el movimiento se convierte en una nación que en última instancia, se sacude el polvo y vuelve a casa. “Yo tomaré, uno de cada ciudad y dos de cada familia, y os traeré a Sión” (Jeremías 03:14).

Así fue como nos aseguramos nuestro futuro incluso cuando vimos nuestro cuerpo nacional segregado y disperso a los cuatro vientos. Nos aseguramos de que nuestra memoria nacional no permanecería en los libros, los museos y el folclore, sino que sería una memoria viva esperando el momento adecuado para cumplir con lo que estaba escrito en el final de ese párrafo inicial sobre el pan de la pobreza que comíamos en Egipto: “Este año estamos aquí [en el exilio]; somos esclavos [ya que carecemos de independencia]. El año que viene, que podamos estar en la Tierra de Israel como pueblo libre”. Aquí, en una sección destilada al principio de la Hagadá, está el propósito de comer matzá. La generación a la que pertenecemos tiene la perspectiva histórica necesaria para conectar el comienzo de la sección con su extremo. La 20ª Knesset fue juramentada esta semana. Hemos tenido el privilegio de vivirlo en ese mismo “próximo año,” y estamos viviendo en la Tierra de Israel como pueblo libre.

3.

El escritor francés Marcel Proust salió “en busca del tiempo perdido”. El impulso inicial para su viaje era su recuerdo de la madalena, un pequeño pastel. “Y pronto, mecánicamente, cansado después de un día triste con la perspectiva de una mañana deprimente, llevé a mis labios una cucharada de té en el que había empapado un bocado de la magdalena. Tan pronto como el líquido caliente, mezclado con la miga, tocó mi paladar un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y me detuve, resuelto a los extraordinarios cambios que se estaban produciendo en mí. Un exquisito placer había invadido mis sentidos, pero individual, distante, sin sugerencia de su origen. De inmediato las vicisitudes de la vida se habían vuelto indiferentes para mí, sus desastres inocuos, su brevedad ilusoria “(traducción de Scott Moncrieff, editado por William Carter, 2013).

Esta experiencia es una reminiscencia de una epifanía, y Proust trata de entender lo que le ha sucedido. “Sin lugar a dudas lo que está palpitando por tanto, en lo más profundo de mi ser debe ser la imagen, la memoria visual que, al estar ligada al gusto, trata de seguir en mi mente consciente”.

4.

“Y esto es lo que ha sostenido a nuestros antepasados ​​y a nosotros. Porque no sólo un enemigo se ha levantado contra nosotros para aniquilarnos, sino que en cada generación se levanta uno, y el Santo, bendito sea, nos salva de su mano”.

¿Quién sostuvo a nuestros antepasados? Antes de eso, recitamos: “Bendito Él que ha mantenido su promesa a Israel”. En la Alianza entre las Partes (Génesis 15), Dios le da a Abraham una terrible profecía: Sus descendientes van a bajar a Egipto y serán esclavizados allí durante cientos de años. Pero al igual que la oscuridad llega a su fin, también lo hace el exilio”, y la cuarta generación volverá aquí”.  Aquí está la promesa que nos sostendrá. Hace dos mil años, nuestros antepasados ​​se sentaron y cantaron por esa promesa. ¿Qué sabían del valle de sombras de la muerte a manos de los pueblos y naciones que esperaba a sus hijos en los muchos siglos que seguirían? Quinientos años antes que ellos, los judíos habían estado en Babilonia llorando por la destrucción del Primer Templo. La destrucción que presenciaron fue para ellos la última de la cual no podía haber restauración. “Mira, dicen: Nuestros huesos se han secado y nuestra esperanza se ha ido y estamos desconectados” (Ezequiel 37). Eso, también, está en nuestro ADN: lamentarnos de que no haya esperanza, y tener esperanza aún cuando nos lamentamos.

En 1877, Naftali Herz Imber (quien escribió el Hatikva, el himno nacional de Israel) responde a los que se lamentaron: “Nuestra esperanza aún no se ha perdido: nuestra antigua esperanza de volver a la tierra de nuestros antepasados, a la ciudad donde acampó David”.

Un año más tarde, los jalutzim, o pioneros, fundaron Petah Tikva (literalmente “puerta de la esperanza”), conocida como la madre de los asentamientos agrícolas, cuando despertó la conciencia nacional.

La Hagadá termina oficialmente con la declaración inmortal: “El próximo año en Jerusalén.” Con el tiempo, se añadió la palabra “reconstruida”. Este es el discurso de la memoria viva: desde Egipto a Jerusalén, de la casa de servidumbre a un estado independiente. Mi padre solía sacarse de encima a la gente que lo molestaba con breves frases concisas. Cada vez que alguien le preguntaba cuándo vendría el Mesías, él decía que el establecimiento del Estado de Israel fue la venida del Mesías. Como dice la Hagadá, citando a la Biblia: Así dirás a tu hijo.

Feliz Pesaj.

Fuente: Israel Hayom

Traducción: Silvia Schnessel