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JULIO PATÁN

Escribí la semana pasada unas líneas sobre la plaga del antisemitismo que se asomó luego de las declaraciones de Ezra Shabot sobre el despido de Carmen Aristegui. No faltaron las críticas, de las que destaco una: que, contra lo que señalo en el artículo, el antisemitismo no “despega” del conspiracionismo, sino que pasa justamente lo opuesto, que éste despega de aquél. Agradezco el apunte. Seguramente debí subrayar que al decir esto no pensaba en términos de la viejísima historia del antisemitismo, sino de México, hoy.

Y es que el conspiracionismo a la mexicana vive, en efecto, momentos felices. Cuando, en 2005, publiqué la primera edición de Conspiraciones, un libro sobre estos temas, ni siquiera incluí ejemplos locales. La “visión paranoica de la historia”, es decir, la idea de que todo cuanto pasa en el mundo es producto de las maquinaciones de un grupo de intrigantes camuflado en las sombras, parecía un vicio yanqui, ruso e islamista, pero no mexicano. O me equivoqué, o algo cambió significativamente en este país. Luego de la salida del libro se vinieron como en cascada las elecciones de 2006, las acusaciones de fraude, la consagración del término compló, los —digamos— documentales de Luis Mandoki y la noción de mafia en el poder, pero también la instalación irreversible en nuestras vidas de las redes sociales, un terreno fértil para el complotismo y, según hemos podido comprobar, la indignación.

Que van juntos… En la lectura complotista de la realidad, el mundo está averiado porque hay un pacto silencioso, sin fisuras, de actores poderosísimos que así lo quieren: el presidente y su equipo, los empresarios, los dueños de los medios, el ejército, las policías e incluso los narcos mismos, todos de la manita. ¿Que eso es malo? Sin duda. Pero es un mal ordenado, un mal controlado, con origen identificable. Las teorías de la conspiración no mueren nunca pero florecen en las crisis, porque creer en el mal puro, el mal-mal que está allá afuera, asusta, sí, pero mucho menos que enfrentar el caos propio de esta vida, la ineptitud de los que mandan, la permanencia del azar, y sobre
todo la monserga de hacerse cargo de las propias decisiones: la culpa siempre es de ellos. El conspiracionismo florece porque la idea del mal es liberadora. Indignarse es sedante.

En 2012 publiqué una versión actualizada del libro, con esbozos de una historia del complotismo a la mexicana. La realidad lo rebasó por el acotamiento. Hay libros que nunca dejan de escribirse.

Fuente:milenio.com