SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

Por Henrique Cymerman

(Crédito de la foto: BAZ RATNER / REUTERS)
(Crédito de la foto: BAZ RATNER / REUTERS)

La memoria del Holocausto ha llegado este año a los salones y casas de miles de supervivientes y miembros de la segunda, tercera y cuarta generación en Israel. También a Estados Unidos y a ciudades europeas como Berlín.

Cuando en Israel quedan vivos 193.000 supervivientes del más de medio millón que llegó al país tras la Segunda Guerra Mundial, muchos de sus nietos han iniciado el proyecto Memoria en el salón con el objetivo de que no se olvide lo ocurrido en lo que definen como la mayor catástrofe de la historia. Algunos han ido más lejos y se han tatuado en el brazo los números de Auschwitz con los que sus parientes fueron marcados en los campos de concentración.

Ayer, día del Holocausto, visitamos varias casas en Jerusalén y Tel Aviv y vimos lágrimas, pero también risas y recuerdos de detalles cómicos ocurridos en medio de la tragedia.

 

Gabi y Hava se encontraron después de la guerra y decidieron que nunca más se separarían y que crearían una nueva vida en Israel. Al igual que ellos, muchas parejas que vivieron el infierno de la shoah, y perdieron a sus seres queridos, se encontraron durante o después de la guerra. Se enamoraron en una tierra que Hava define como “encharcada en lágrimas” y empezaron una nueva vida sin ceremonias, fiestas o rabinos.

En otra casa de Jerusalén, Herta Natovic, de 94 años, y su marido, Moshe, de 95, cuentan que se conocieron antes de la guerra en Polonia, pero en el verano de 1942 sus familias fueron separadas y enviadas a distintos campos de concentración. “A mí me enviaron a Auschwitz-Birkenau mientras Moshe hacia trabajos forzados en la ciudad alemana de Dresde”, explica Herta. Ella sobrevivió a la guerra y empezó sus estudios universitarios en Cracovia: “Decidí interrumpirlos y emigrar a Israel y logré llegar desde Niza, en Francia, en un barco de inmigrantes ilegales. Yo sabía que la hermana de Moshe vivía en Jerusalén”. Después de la guerra, Moshe volvió a Cracovia y lo primero que hizo fue buscar a Herta, pero escuchó que ella ya había partido hacia Israel: “Hice lo mismo que Herta y cogí otro barco, pero tuve menos suerte porque los británicos no nos permitieron entrar en el país y nos expulsaron a Chipre”. Durante los ocho meses que estuvo en Chipre se escribieron cien cartas de amor y, finalmente, en la primavera del 1947, él llegó a Jerusalén. “Lo primero que hicimos fue casarnos”, dicen al unísono.

Al norte de Tel Aviv, en Kefar Saba, encontramos a Yehuda, de 92 años, y a su esposa Edith. Ambos se conocieron en la infancia en la aldea checoslovaca de Chamorin. El hermano de Edith era el mejor amigo de Yehuda y de su hermano. Al principio de la guerra, Yehuda fue enviado a un campo de trabajo en Hungría, pero su familia aún no era consciente del riesgo. La madre de Yehuda le dijo un día a Edith: “Sé que algún serás mi nuera. Lo que no sé es con cuál de mis hijos te casarás”. Yehuda logró escapar del campo de trabajo y se escondió en los bosques hasta la liberación de Checoslovaquia. Al final de la guerra volvió a su aldea natal a buscar a su familia y descubrió que se había quedado solo. Edith, que había llegado a Auschwitz con 17 años, vio cómo los nazis enviaban a la cámara de gas a sus padres y a uno de sus hermanos. Ella fue la única que logró sobrevivir. “Volví a mi pueblo para buscar algún familiar lejano y llegué en un carro tirado por caballos. De repente vi a mi hermano y a su amigo Yehuda… y el resto es historia. No nos volvimos a separar jamás y estamos unidos en nuestro corazón y en nuestras almas”. Yehuda añade con tono triste que su madre no logró verlo con sus propios ojos, “pero su profecía se cumplió”.

Fuente: La Vanguardia