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THELMA KIRSCH PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Recién llego a mi casa después de participar en la Ceremonia de Yom Hazikaron, que precedió al festejo de Yom Haatzmaut en el Centro Israelita de Monterrey.    

Mis pensamientos todavía no terminan de aclararse. Mis ojos no reconocen las lágrimas que fluyen por la alegría de tener un Estado que, a pesar de todo, pertenece al pueblo judío y por el otro mis ojos aún sangran al recordar a todos los jayalim, hombres maduros algunos, jóvenes otros, casi niños muchos de ellos, que han caído por un mismo ideal. Por una meta común, por el mismo amor que desde hace milenios han venido sacrificándose millones de almas que solo deseaban vivir en paz.

Hace no mucho tiempo, en un viaje por el Norte de Israel, nos acompañaba un grupo de personas. Entre ellos, se encontraba un hombre que no podré olvidar jamás y a quien viviré agradecida por el resto de mi vida. (Su nombre, lo reservo hasta poder escribir sobre él exclusivamente)

Nos encontrábamos en una bodega subterránea donde se guardaban balas y municiones que habían quedado guardadas allí desde la Guerra de Independencia. Era uno de los kibutzim cercanos a la frontera. Él nos relataba sus vivencias y llevaba siempre una caja, alargada y plana, que representaba el mayor tesoro que poseía sobre la tierra.

-“Viví dentro de un gueto en Francia, nos dijo, aquí guardo mi estrella amarilla, la que portaba todos los días al salir de casa, al intentar ir a estudiar, al salir a conseguir algo que comer para mi familia o simplemente para poder sobrevivir en el gueto. (Abrió su caja y nos mostró su estrella ya desgastada por el tiempo) y continuó: -“Más adelante logré unirme a la Resistencia Francesa y ayudé a salvar algunas vidas. No era fácil, pero yo era un joven idealista, me sentía capaz de luchar por lo que era justo y así lo hice.” (En su caja llevaba guardada la insignia que lo distinguía como miembro de ésta organización).

 -“Después, continúo narrando, al terminar la guerra emigré a Palestina. Las condiciones del país eran terribles. La tierra se encontraba desolada, abandonada y al mismo tiempo ocupada por enemigos que no dejarían al pueblo judío -recién salido de los campos de concentración- establecerse en ese espacio que le fue prometido desde tiempos inmemorables”.

“Durante la tarde del 14 de mayo de 1948, apenas unas horas antes del Shabat, fue proclamado por David Ben Gurión la creación del Estado de Israel, pero ese mismo día, cuando el pueblo todavía no alcanzaba a digerir la extraordinaria noticia, las tropas libanesas, sirias, iraquíes, egipcias y transjordanas, apoyadas por voluntarios libres, comenzaron la invasión al recién proclamado estado”.

-“Nosotros apenas éramos un puñado de jóvenes inexpertos, mal alimentados, casi sin fuerza o recién llegados… ¿Qué podíamos hacer contra los inmensos ejércitos árabes que parecían brotar de la tierra misma? ¿Qué llegaban con la fuerza de las olas durante la tormenta por los mares?… -Pero allí estábamos, desprotegidos, apenas organizados y con la fortuna de contar con el Irgún, que desde entonces ya era un ejército que anteponía su valor y sus ideales ante la terrible realidad.

-Nos llegaban las armas desde varias partes del mundo, las balas venían de otros lugares, lo que nadie sabía era que estas balas no servían para el tipo de armas que poseíamos.

“La victoria fue un Milagro”.

-“No me queda ninguna duda, prosiguió con su charla,  el Todo Poderoso estaba con nosotros en esos momentos, y sobrevivimos solo… y gracias a ÉL. Fue un Milagro, y me atrevo a escribirlo con mayúscula, porque ésta es la prueba que D’s envió a su pueblo para garantizarle que ésta era la tierra que le pertenece.”

Este hombre, nos mostró en ese momento su tercer tesoro: su insignia como uno de los primeros soldados del Estado de Israel.

Quizá él nunca lo supo, falleció hace tan solo algunos meses, pero su vida y su heroísmo marcaron mi fe. Me hicieron sentir que en ese kibutz, en ese sótano, en aquél momento en el que nos encontrábamos, la presencia de D’s era una realidad casi palpable, y así  lo sentí en cada uno de los poros de mi cuerpo.

El día de hoy, en el Centro Israelita de Monterrey en una emotiva ceremonia, se recordaron a todos los soldados que dieron su vida, se izó la bandera a media asta, para llevarse a cabo un homenaje a los héroes en la reciente guerra de Gaza y se nombraron a todos los caídos y los inocentes fallecidos en ataques terroristas.

Después de guardar dos minutos de silencio y entonar nuestro Himno Nacional “Hatikva”, la comunidad, unida cantó “Rikmah Enoshit Achat”, para luego dejar pasar a nuestra juventud y verla izar la bandera hasta su punto más alto,  bailar todos juntos, como lo hicieron por las calles aquel 14 de Mayo de 1948. Llovían globos azules y blancos, pasábamos de la tristeza a la alegría, la gente, todavía emocionada, esperaba ansiosa lo que seguía: El delicioso falafel cocinado en el Club para todos nosotros, llevándonos no tan solo una promesa espiritual y un ejemplo de lucha, sino también un poco de ese olor, de ese sabor que nos identifica y nos acerca a nuestra patria: Israel.

Gracias a los jóvenes de Beyajad, nuestro movimiento juvenil, a Ronny, nuestra Shlijá, que puso su corazón en el evento, al Rabino Liberson que recordó a los caídos y a la Mesa Directiva que se mantuvo atenta para que esta noche fuese inolvidable para todos los socios que nos dimos cita un año más para festejar juntos la creación de un Estado Judío.

Que ansia de cielo.

Casi todas las banderas

de la tierra tienen astros;

y ninguna…que yo sepa,

tiene a la propia tierra.

 

Viajé en delirio hacia la estrella

que engarza los sueños,

los rayos que alumbran

el reino de la inconsciencia;

y mientras dormía,

respiraba acompasada,

un discurso de paz

insólito en la vida.

 

Desde allí  comprendí

un mundo lejano,

sin arrebatos ni lamentos,

sin mosaicos de líneas y colores

que separen las almas

-secretamente hermanadas-

y enceguecí

cuando el resplandor cesó,

y encontró la paz.