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Por Dan Margalit

Cuando salieron a la luz las Operaciones Moshé (1984-1985) y Shlomó (1991) para rescatar a judíos etíopes y traerlos a Israel, muchos israelíes brindaron ¡L’Jaim!” y con lágrimas en los ojos, dijeron que esta era la razón por la que se había fundado el Estado judío. Esto aún era cierto la noche del jueves, cuando cientos de jóvenes etíopes realizaron una manifestación violenta fuera de la Residencia del Primer Ministro en Jerusalén y hoy, ante la gran protesta en Tel Aviv. Con los años, las dificultades y la fricción cultural han oscurecido la exaltación, pero el significado real no ha cambiado. El acoger a exiliados fue y sigue siendo parte de la identidad de Israel.

Grandes cambios han ocurrido desde entonces. Por un lado, los jóvenes de Etiopía han progresado en la sociedad israelí, aún tienen que llegar a la cima de la escalera, pero están en camino – en el sistema escolar, en el ejército, y en las ciencias.

Por otro lado, los marcos tradicionales han sido destruidos, socavando la autoridad de sus líderes religiosos. Estos cambios, aunados a la la violencia, el alcohol y el consumo de drogas, conducen al miedo, la desesperación y la frustración, como sucede con las primeras generaciones de inmigrantes en todo el mundo.

Las instituciones israelíes se han esmerado en el cuidado de los israelíes provenientes de Etiopía, pero con muy pocos recursos. Podemos ver el abandono y la violencia de la policía, que pese a las explicaciones, no se justifica que los israelíes etíopes a veces sean confundidos con inmigrantes africanos ilegales. Los infiltrados tampoco deben ser golpeados, a menos de que sea necesario.

Imágenes difundidas hace unos días en el Canal 2 mostraron que un soldado etíope es golpeado por la policía sin razón, lo que llevó a la violenta protesta en Jerusalén. El evento comenzó pacíficamente, y la policía fue indulgente, pero a medida que los ánimos se caldearon ambos lados perdieron el control:

Los manifestantes intentaban llegar a la residencia del primer ministro. Deberían haber sido autorizados para hacerlo, una vez que se establezcan las condiciones para su presencia. La policía debería haber llegado a un acuerdo o llamar al alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, quien más tarde calmó los ánimos.

Los manifestantes en el mundo democrático tienen que comprender que una fuerza policial que pretende cumplir con sus funciones no puede tolerar los intentos de vencerla. Si eso sucede, la violencia conduce a una mayor violencia.

En vista de la alta volatilidad de las relaciones con los etíopes, y la crítica necesidad de buena voluntad (que existe, de forma pasiva), debe establecerse un comité directivo que facilite la integración de hijos de inmigrantes etíopes a la sociedad israelí.

Fuente: Israel Hayom