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CON INFORMACIÓN DE ANTONELLA MARTI

Con ideas, una máquina de escribir y una máquina copiadora, los hermanos Scholl trabajaron y dieron la batalla por la libertad que la dictadura nazi le había arrebatado al pueblo alemán.

El próximo nueve de mayo se conmemora un aniversario más del nacimiento de Sophia Magdalena Scholl, quien fue sentenciada a muerte a sus veintiún años junto a su hermano Hans en febrero de 1943 por el régimen nazi en Múnich, Alemania.

A sus doce años la joven formó parte, aunque durante un período muy breve, de las Juventudes Hitlerianas, empero rápidamente se desilusionó ante el adoctrinamiento, las muertes camufladas y la represión hacia todo aquél que pensara distinto.

Al pasar los años y al tomar mayor fuerza el Nacional-Socialismo, Sophie se fue oponiendo de un modo cada vez más férreo e intelectual a la dictadura de Hitler. El régimen ya la habría intentado censurar varias veces, al igual que a sus familiares y amigos, quienes practicaron la resistencia pacífica en diversas ocasiones.

En el año 1942, la joven comenzó sus estudios en Ciencias Biológicas y Filosofía en la Universidad de Múnich, donde asimismo cursaba sus estudios su hermano mayor, Hans Scholl, también ferviente opositor del régimen.

Gracias a estos dos jóvenes y al poder de las ideas –a pesar de darse en un ambiente más que hostil y abatidor– se creó en junio de 1942 un movimiento que combatía de modo pacífico las morbosas acciones hitlerianas.

Este movimiento, mejor conocido como “La Rosa Blanca“, surgió a partir de la difusión de panfletos, escritos y pintadas en las paredes, de la mano de Hans y Sophie Scholl, Christoph Probst, Alexander Schmorell y Willi Graf. Las pintadas contenían mensajes tales como “¡Abajo Hitler!” o “Hitler Asesino” (y había que tener coraje de verdad como para expresarse así en la Alemania nazi).

Sin embargo, en la mañana del 18 de febrero de 1943, Sophie Scholl distribuyó junto a su hermano por última vez un material intelectual opositor en los puntos más estratégicos de su universidad.

Tan grande fue el amor por la libertad que Sophie se arriesgó hasta el último minuto, y segundos antes de que sonaran las campanas que indicaban el fin de clases, subió hasta el último piso del edificio desde donde lanzó cientos de folletos que volaron por todo el complejo, cayendo sobre los estudiantes como gotas de una libertad tan deseada y a la vez desgarrada por el Gobierno.

En aquel preciso instante una mirada se posó sobre los hermanos Scholl. El portero de la Universidad de Múnich, que favorecía los ideales nazis, los identificó y se apresuró a contactar a la Gestapo para que los hermanos fueran arrestados.

El proceso duró nada más que cuatro días, entre un sinfín de interrogatorios. Finalmente, el 22 de febrero de 1943 los hermanos Scholl y el joven Probst fueron sentenciados por el Tribunal Popular, el cual los acusó de “traición en ayuda del enemigo, preparación para cometer alta traición, debilitamiento de la seguridad armada de la nación, incitamiento al sabotaje del esfuerzo de guerra, al derrocamiento del modo de vida Nacional-Socialista, por difusión de ideas derrotistas y difamación vulgar al Führer”. Sí, todas aquellas acusaciones por difundir una idea mediante panfletos y pensar distinto.

Hans (24) y Sophie (21) fueron ejecutados el mismo día de su sentencia. Los relatos cuentan que segundos antes de caer la guillotina sobre sus cabezas, los jóvenes se alzaron al grito de “¡viva la libertad!”. Así y todo, y luego de ser decapitados, “La Rosa Blanca” y varios de sus integrantes continuaron trabajando en plena clandestinidad por la difusión de sus principios.

Las ideas y las palabras eran las únicas armas que les quedaban y que, a pesar de la muerte y las infinitas sentencias, jamás serían arrebatadas porque las ideas y las palabras son a prueba de balas, o en este caso, a prueba de guillotinas.

A su vez, según los registros del Tribunal, apenas finalizó el proceso de sentencia, los Scholl se habrían dirigido a los jueces de la siguiente forma: “Nuestras cabezas quizás caigan hoy, pero les aseguramos que las suyas caerán muy pronto”. Y así sucedió.

Hitler controlaba los medios, las noticias, la policía, la justicia, la educación, las artes, las instituciones, la cultura, la religión, la academia, lo intelectual, y cualquier otro ámbito existente.

En un diario de la joven se encontró la siguiente pregunta, que también es válida para que la repensemos en pleno siglo XXI: ¿Cómo podemos esperar que prevalezca la justicia cuando casi no hay gente que se brinde individualmente en pos de una causa justa?

Fuente:es.panampost.com