SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Consultar internet para saber a qué hora debía postrarse para orar fue “un riesgo indebido que Oday Nassereddine nunca debió correr de manera voluntaria”, advierte un informador –a él se deben las siguientes revelaciones– que ha seguido de cerca la actividad de ese individuo y otros miembros de su familia.

Por Emili J. Blasco 

bandera-hezbola

Oday cuidó dónde y cuándo llamaba con su teléfono móvil, para evitar ser localizado en determinadas misiones, pero no se percató de que cuando en Venezuela tecleaba sus coordenadas en una página web para conocer los momentos de puesta y salida del sol, estaba pregonando en la red su propia localización. Sus dígitos, leídos a distancia, permitieron trazar sus pasos. Así, la DEA estadounidense supo que residía en Barquisimeto, a solo veintiséis kilómetros del campo de entrenamiento que Hezbolá tenía en Yaritagua, en el vecino estado Yaracuy, y que el propio Oday Nassereddine comandaba. Las prácticas de guerrilla se realizaban en la finca que le fue expropiada al diputado de la oposición Eduardo Gómez Sigala.

La ubicación satelital permitió atar algunos cabos y cerrar más el cerco sobre Ghazi Nassereddine, hermano de Oday, considerado el gran operativo de Hezbolá en Venezuela. Un viaje que hicieron juntos en los primeros meses de 2013 a Cancún fue la campanada de alerta que la DEA necesitaba en la complicada burocracia de Washington para que todas las agencias, incluida la CIA, acabaran de ponerse en marcha. En ese viaje a México, los dos hermanos contactaron con la mafia de la droga en la península de Yucatán. El trato beneficiaba a las dos partes: ayuda logística para que células de Hezbolá pudieran llegar hasta la frontera de Estados Unidos y atravesarla, a cambio de parte de la droga que la propia organización terrorista chií manejaba en Venezuela.

Ghazi entró en la historia de Venezuela por otro hermano suyo, Abdalá, quien a comienzos de la década de 1980 emigró desde el Líbano al país caribeño y se instaló en la isla Margarita. Parte de la familia seguiría después, de forma que varios hermanos acabaron residiendo en Venezuela. Ghazi hizo frecuentes viajes entre ambos países, con largas estancias en suelo venezolano que le permitieron obtener una segunda nacionalidad: su cédula de identidad venezolana fue expedida en julio de 1998. La victoria de Hugo Chávez a final de ese año supuso un ascenso de estatus para la familia. Abdalá, que financió la campaña chavista en la isla Margarita gracias a sus negocios de lavado de dinero, fue elegido diputado en la Asamblea Constituyente al año siguiente. Ghazi entró entonces a trabajar en la Cancillería: saber árabe y farsi, entre otros idiomas, ayudaba a abrir puertas a las que ahora el chavismo deseaba llamar.

Captado en su juventud por Hezbolá, Ghazi Nassereddine supo aprovechar bien las ventajas que aportaba su nueva situación diplomática para ganar en peso estratégico dentro de la organización. Un conjunto de comunicaciones internas que una filtración puso en mis manos –podríamos bautizarlas como los cables de Nassereddine– muestran el papel jugado por este en la facilitación de visados y pasaportes venezolanos a elementos de Hezbolá. En 2005, por ejemplo, siendo ministro consejero en la embajada de Siria, Nassereddine se movía a sus anchas entre ese país y Líbano, en cuya embajada también se inmiscuía a pesar de no tener formalmente competencias. Según quejas confidenciales expresadas entonces al Ministerio de Exteriores en Caracas, el libanés-venezolano se había presentado en Beirut con la intención de “realizar una evaluación de todas las áreas” de la embajada, a la que no pertenecía, como denunciarían los diplomáticos en plaza. En esa ocasión, Nassereddine pidió revisar las solicitudes de visas presentadas “procediendo a analizar, estudiar y decidir sobre el otorgamiento o no de la totalidad de los visados”, algo que además solo correspondía a la autoridad de Caracas. Durante los dos siguientes años, la embajada en Beirut se vio sujeta a “la continua presencia de innumerables ciudadanos libaneses manifestando ser recomendados” por quien parecía ejercer de plenipotenciario, “para que les sea concedida inmediatamente la visa sin querer cumplir con los requisitos exigidos”.

La actividad de los hermanos Nassereddine transformó la isla Margarita, a veintitrés kilómetros de tierra firme, en un bastión del lavado de dinero y en una estación del tráfico de droga. Siendo un principal destino turístico, y además zona libre de impuestos, la isla reúne características que fomentan el flujo de mercancías de lujo y de personas no residentes. De casi setecientos mil habitantes y unos mil kilómetros cuadrados, tradicionalmente la isla había acogido a la casi única comunidad islámica de Venezuela, que era principalmente de origen palestino y suní. No era muy numerosa, pues la inmigración árabe, más repartida por el país, había sido fundamentalmente cristiana, de Siria y de Líbano.

Entre la población musulmana de la isla, conocida popularmente como los turcos, había muchos pequeños comerciantes dispuestos a ayudar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), con contribuciones y también con blanqueo de dinero. Esa actividad siempre fue a pequeña escala, dado que los volúmenes de capitales que podían mover sus comercios eran reducidos. Estados Unidos calculaba que las sumas enviadas a la OLP no sobrepasaban en su conjunto los cien mil dólares anuales. Con todo, durante aquellos años el espionaje estadounidense estuvo atento a lo que pasaba en ese punto del Caribe, casi el único lugar de Venezuela donde la CIA se movía sobre el terreno.

Las dinámicas internacionales puestas en marcha por Hugo Chávez llevaron a que la isla mudara la piel. Una nueva ola de inmigrantes musulmanes de Siria y de Líbano dio a los chiíes el protagonismo: negocios de línea blanca, venta de automóviles, aventuras financieras… y la droga, convertida en el gran instrumento para bombear sangre arterial a Hezbolá. En una estructura hasta entonces limitada a legitimización de capitales en sumas de tímidas cuatro cifras, Ghazi Nassereddine se hizo claramente un sitio con operaciones de blanqueo que fácilmente llegaban a los cuarenta millones dólares, como atestigua la documentación en la que la Fiscalía de Nueva York basaba sus acusaciones. La droga había estado siendo despachada hacia África, para pasar luego a Europa y ser distribuida allí por las células de Hezbolá. Las operaciones globales incluían contrabando y venta de armas.

El Tesoro de Estados Unidos incluyó en 2008 a Nassereddine en su lista negra por auxilio del terrorismo, basándose en informaciones que el FBI utilizó en 2015 para situarlo también en su lista de personas buscadas. “Es extremadamente perturbador ver al Gobierno de Venezuela emplear y dar seguridad y protección a facilitadores y recaudadores de fondos de Hezbolá”, declaró la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC). Según las pesquisas del Departamento del Tesoro, Nassereddine había asesorado a donantes de Hezbolá sobre cómo hacer llegar el dinero a la organización, indicándoles las cuentas bancarias que eran usadas por Hezbolá. La investigación también aseguraba haber comprobado que el diplomático se había reunido con “altos funcionarios” de Hezbolá en el Líbano para discutir “temas operacionales” y había organizado viajes de militantes de la organización hacia y desde Venezuela. Uno de esos viajes, en 2005, según precisaba el Tesoro, fue a Irán para participar en un curso de entrenamiento. Al año siguiente Nassereddine organizó una visita a Caracas de dos representantes del grupo islámico en el Parlamento libanés para recaudar fondos y coordinar la apertura de un centro comunitario y una oficina patrocinados por Hezbolá.

NOTA: Este texto está tomado del libro de Emili J. Blasco Bumerán Chávez. Los fraudes que llevaron al colapso de Venezuela

Fuente: el medio