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JORGE BENÍTEZ

Leo una noticia en la que se cuenta que  el Centro Simon Wiesenthal ha pedido al estado ruso que impida la venta de souvenirs de temática nazi y antisemita que se comercializan en algunos hoteles de Moscú. Esta institución tiene como objetivo documentar las víctimas del holocausto y llevar registros de los criminales de guerra nazis y sus actividades. Su director de Relaciones Internacionales, Shimon Samuels, encontró en una de esas tiendas de regalo unas matryoskas pintadas con dibujos con “estereotipos antisemitas”. Entre esos artículos documentó en su denuncia un tablero de ajedrez -bastante feo- cuyas piezas conformaban el Ejército Rojo, comandado de Stalin, y la Werhmacht con Adolf Hitler como ‘rey’. El juego de los dictadores.

En el escrito de denuncia de Samuels, dirigido al Fiscal General de Rusia, se alega que “estas ventas son un insulto a cada veterano del ejército aliado, a las víctimas de la guerra y también a la extraordinaria tradición del ajedrez ruso”.

La justicia de este país deberá dilucidar si detrás de este tablero, en su fabricación o distribución, hay algún tipo de apología delictiva o si es un simple producto de la mercadotecnia turística aprovechando el reciente 70º aniversario del fin de la II Guerra Mundial (en Europa).

Esta noticia me ha hecho pensar sobre el significado del nazismo y su relación con el ajedrez. Resulta fascinante como el Tercer Reich quiso apropiarse del juego de reyes cuando éste tenía mucha tradición en asociaciones comunistas, católicas y, por supuesto, hebreas. Lasker, Bronstein, Geller, Tal, Korchnoi, Spassky, Kasparov o el mismísimo Bobby Fischer (que paradójicamente  lanzaría comentarios antisemitas por doquier) son algunos de los grandes jugadores del siglo XX. Todos tenían raíces judías.

Estando de Erasmus en Amberes hace casi 15 años, recuerdo que me llevé un libro de viajes robado a mi padre seguramente sin ni siquiera la intención de leerlo. No sé cuándo, pero en medio de esos días locos de invierno donde uno pasaba semanas sin ver la luz del sol, más por perversión juvenil que por criterios astronómicos, leí  ‘El Danubio’, de Claudio Magris, y me deslumbró. Sencillamente forma parte de mi memoria sentimental, que siempre es más fiable que la literaria.

Uno de sus breves capítulos está dedicado a Günzburg,  localidad que vio nacer a Josef Mengele, el médico de Auschwitz, tristemente famoso por sus terribles experimentos con prisioneros judíos y gitanos. Leí una reflexión sobre el nazismo que me impresionó mucho -he buscado el libro y he visto que la tenía subrayada, algo muy inusual en mi desordenado yo, y por lo que veo no lo devolví-. Desconozco por qué, nunca fui capaz de aprenderme de memoria ningún puñetero poema de aquellos que nos obligaban a recitar en el colegio, la recordaba nítidamente. Cito textualmente con libro en mano que no soy el robot de ‘Cortocircuito’:

“Es cierto que el nazismo no es la única barbarie que ha existido en el mundo, y actualmente la condena de la violencia nazi, que ya no resulta amenazadora, es utilizada por muchos para silenciar otras violencias, realizadas sobre otras víctimas de raza o color, y tranquilizar la conciencia gracias a esta profesión de fe antifascista. Pero también es cierto que el nazismo fue un apogeo, un vértice insuperado de la infamia, el nexo que jamás haya existido entre un orden social y la más inhumana crueldad”.

Por ello, quiero rescatar modestamente a varios personajes capitales en la mitología de dioses y hombres del ajedrez, sacados de las tinieblas de esos años, que quiero recordar, a modo telegrama, tras leer la noticia que comentaba anteriormente.

Tenemos a Emanuel Lasker. Campeón del mundo -único alemán hasta hoy- durante más de 20 años. Un caballero, según todos sus rivales, incluido Alekhine. Judío. Perdió a su hermana en un campo. El nazismo le obligo a exiliarse en la Unión Soviética y más tarde en Estados Unidos.

Más joven, igual de brillante y peor persona era Alexander Alekhine, uno de los más grandes ajedrecistas de la historia. Ruso blanco (no de los que se toma el Gran Lebowski). Adoraba a su gato. Se bebía hasta el agua de los floreros. Murió siendo campeón mundial. Durante parte de la guerra apoyó a los nazis y presuntamente escribió varios artículos antisemitas -lo negaría después aunque parece que también era un mentiroso-. Su biografía parece un manual para el odio.

Miguel Najdorf. Brillante jugador argentino de origen polaco. Se definía como el único hombre que había nacido dos veces. La primera, en el vientre de su madre; la segunda a los 29 años, cuando acababa de llegar al puerto de Buenos Aires para competir en la Olimpiada de ajedrez con Polonia, país que ya no existía porque acababa de ser engullido por Hitler en septiembre de 1939. Él se salvó y se quedaría ya en Sudamérica. Perdió en los campos de exterminio nazis a su hija, a su mujer, a sus padres, a sus hermanos… todos judíos. Esta tragedia no impidió que fuera un hombre vitalista y alegre hasta su muerte, a los 87 años.

Y tenemos el caso extraordinario de Akiba Rubinstein. Judío polaco de gran talento para el ajedrez. Candidato moral a la corona. Por desgracia sufrió serios problemas de salud por culpa de una terrible antropofobia. Cuando la Gestapo fue a detenerlo, a pesar a los informes médicos contrarios, en el sanatorio donde estaba internado, se mostró tan entusiasmado con la idea de ser llevado a un campo de trabajo que el oficial alemán decidió dejarlo donde estaba. La demencia le salvó de la era de los dementes. Sobrevivió a la guerra.

Fuente:elmundo.es