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ESTHER SHABOT

 

La situación enfrentada por el presidente Rohani está teñida de claroscuros. Por un lado, su rostro moderado lo acerca a llegar a un acuerdo con las potencias con las que negocia su desarrollo nuclear.

Las negociaciones del G5+1 con Irán siguen adelante en medio de montañas de incertidumbre acerca de las verdaderas intenciones de Teherán con relación a su desarrollo nuclear. En nada ayuda para disipar las dudas la actuación concreta que el régimen iraní sigue teniendo dentro del contexto regional donde mantiene vigentes muchas de las políticas intervencionistas y promotoras de conflictos sectarios que, justamente, lo colocan como atizador de peligrosos fuegos en pos de ganancias a su favor.

En estas circunstancias es notable la esquizofrenia política en la que ha caído el comportamiento de Irán. A pesar del empeño del presidente iraní Hassan Rohani por mostrar una cara de moderación, muchas de las empresas en las que está involucrado el régimen chocan con lo que él declara frecuentemente. Así, por ejemplo, hace unos días expresó que “…este gobierno ha elegido la moderación, la cooperación pacífica y la no intervención en los asuntos de otras naciones”, al mismo tiempo que condenó a “esa pequeña minoría con grandes micrófonos empeñada en difundir una versión perversa de la política exterior iraní mediante el uso de agresivas consignas y lenguaje extremista”. Sin embargo, una revisión somera de las aventuras en las que participa Irán en estos momentos, indica que se equivoca Rohani en su evaluación de la realidad, y que esa “pequeña minoría con micrófonos” describe más certeramente la naturaleza de la línea dominante en su política internacional.

Tres son los más importantes escenarios en los que interviene activamente Irán: Yemen, Siria y Líbano. En el primero ha sido evidente cómo las milicias chiitas huthis rebeldes fueron armadas y apoyadas por Teherán en su campaña antigubernamental, la cual ha desatado en ese país una guerra civil a la que se han sumado otros actores, Arabia Saudita, en primer término, sin que hasta el momento haya señales de que los huthis puedan prevalecer en el mediano plazo como fuerza dominante. Respecto a Siria, es sabido desde el inicio del brutal conflicto que la desgarra, que Irán sigue siendo el más férreo apoyo político, militar y económico del presidente Bashar al-Assad, a quien ha defendido a capa y espada. Por cierto, en este particular caso, la apuesta no está resultando conveniente para Irán, ya que actualmente Al-Assad no controla más que 15% y 20% del territorio nacional, con presagios cada vez más numerosos de que su colapso es inminente debido a los avances de las fuerzas del Estado Islámico (ISIS) y de otras facciones diversas. Y en cuanto a Líbano, Hezbolá, que constituye su títere más preciado desde hace años, su fuerza local va en picada debido a sus reveses sufridos en la arena siria en la que ha participado como ariete de Al-Assad. Se calcula que cerca de dos mil combatientes del Hezbolá han perecido en territorio sirio, lo cual ha afectado el papel que esta organización juega en el mosaico libanés, dentro del cual su declinación es notable.

Así las cosas, la situación enfrentada por el presidente Rohani está teñida de claroscuros y contrastes. Por un lado, su rostro moderado lo acerca a llegar a un acuerdo con las potencias que le brindaría innegables ventajas al conjurar, tanto su aislamiento internacional como el efecto nocivo de las sanciones impuestas en su contra. Pero por el otro, su persistente involucramiento en aventuras regionales que apuntan al fracaso —Yemen, Siria y Líbano— constituyen descalabros lo suficientemente graves como para vaticinar que la astucia iraní no va a ser suficiente como para convertir a su país en el gigante regional que pretende ser.

Fuente:excelsior.com.mx