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THELMA KIRSCH PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Después de leer el artículo publicado y escrito por “La Meidele” (o como más de uno dijo, lástima que usó un seudónimo) acerca de las Tnuot en México y escuchar las palabras de mis hijos y sus amigos en contra de lo que allí se expresa, me quedan dos caminos:

-Pensar que desearon publicar algo gracioso y desgraciadamente salió muy mal.

-Darme cuenta que los valores sionistas y la educación judía han quedado relegados a un nivel muy lejano y falto de valores.

Vivo y nací en Monterrey, he asistido desde niña a la Tnúa que ha existido en esta ciudad. Recuerdo que me contaban mis tíos y mi papá del primer movimiento juvenil en la ciudad: la Noar Hatzair, que fue la primera Tnúa formal y que les enseñó a ser “una comunidad”,  “amigos y colaboradores”, además de inculcarles el valor del sionismo, que era imperativo que existiese después de la Shoá.  Más tarde llegó el Ijud Habonim, organización que permaneció activa por muchos años más.

El Ijud Habonim trajo muchos beneficios a la juventud de aquella época. Recordemos que el estado de Israel no tenía mucho tiempo de haber sido fundado, y cada palabra, cada pensamiento en favor de su existencia era una piedra preciosa con la que la que se bordaba una luz en el cielo del nuevo país. Éramos una comunidad sionista, con valores bien puestos y un lugar dentro del pueblo judío en el mundo, con un fuerte arraigo en el fondo de cada uno de nosotros.

Para aquellos que vivimos las Peulot, hechas y organizadas con el alma, aunque  llevadas a cabo con las uñas, sentimos un orgullo que quizás son pocos los que actualmente lo puedan entender. Las Majanot eran oportunidades de convivencia y alegría fuera de casa, en campo abierto, al que no estábamos acostumbrados, y sin embargo planeadas con todo cuidado y altas expectativas.

Cuando estas Tnuot dejaron de existir, tuvimos la suerte de tener en Monterrey a un sheliaj y moré (Joseph Jansenson) que inició y fue líder de una nueva Tnúa, sin afiliación al iniciar sus labores, llamada Beyajad. Todos los jóvenes trabajaron hombro a hombro para sacar adelante este proyecto. Con su logotipo, su bandera y la innovación de una página de internet que se comunicaba con todas las tnuot de habla hispana en el mundo y que fue totalmente programada y diseñada por jóvenes que en ese momento estudiaban ingeniería en computación.

Madrijim y Bogrim, editaban también una revista que hasta el día de hoy es un ejemplo para todas las comunidades y para cualquier tnúa. Estos muchachos sí iban de Hajshará a Israel, trabajaban en los kibutzim, estudiaban en el Majón le Madrijim y se preparaban para ser líderes en toda la amplitud de la palabra, para regresar y continuar con un trabajo de alto nivel para preparar a la niñez.

Pero dejemos el pasado y volvamos al futuro. ¿Hajshará en Florencia? ¿Tan lejos estamos ya de los ideales que nuestros abuelos o bisabuelos trajeron desde Europa o desde los países de los  cuales fueron expulsados? ¿No nos hemos dado cuenta que si ponemos el nacimiento de Israel en una línea de tiempo, nos daremos cuenta que realmente acaba de nacer? ¿Y que a pesar de todo y de todos sobrevive, avanza, se consolida y existe?

Existe, porque no puede darse el lujo de no existir. Porque tiene que salir adelante a pesar de todo, porque es la base y la seguridad del pueblo judío en el mundo entero. Quizá por esto escuchamos día a día acerca de nuevos descubrimientos científicos alcanzados en Israel, de nuevos avances en todas las áreas de las ciencias, de nuevos caminos para el bienestar de la humanidad y sobre todo “humanidad, conciencia y valores morales”, que es lo más hace falta al mundo moderno. Amor y tolerancia hacia los otros.

Como dije antes, soy de Monterrey, aquí nací y aquí he vivido toda mi vida. Estoy muy lejos de entender qué significa “los jóvenes de Duraznos” pero por lo que leo en el artículo que publicaron “y que sinceramente no iba a leer” (y lo hice motivada, o sería mejor decir: obligada por los comentarios de mis hijos) allí no encuentro nada para enorgullecerse, ni veo jóvenes que luchen por un porvenir creado por ellos y para ellos, y mucho menos como líderes de un mundo judío que cada vez se topa con nuevos obstáculos para seguir adelante.

Yo, como padre o madre de familia, simplemente me sentiría avergonzada de la forma en la que se habla de estos “jóvenes de Duraznos”.

El día de hoy, cuando veo los cambios que se están dando en el mundo y veo el éxito con el que nuestros “jóvenes de tnúa” se desempeñan, solo me queda decir que yo sí estoy muy orgullosa. Soy una madre que vio a sus hijos trabajar, luchar, dar su tiempo, su creatividad y sacar adelante un proyecto para su comunidad, a veces casi imposible y sin recursos de ninguna clase, además de prepararse como hombres de bien que luchan actualmente en sociedades de alta competitividad.

El día de hoy no todos los que trabajaron en la tnúa siguen en Monterrey, el mundo se está encogiendo cada vez más, la globalización es mayor  y es ahora cuando puedo decir con total convicción: Su formación fue la mejor que pudieron tener. Gracias Colegio Israelita de Monterrey, gracias Beyajad, gracias Joseph, gracias Rabino Kaiman, gracias Sr. Attías,  gracias Israel, y ¡gracias comunidad!

¿Ejemplos? Tenemos muchos. Los jóvenes que se han ido a vivir a otras comunidades y han sobresalido, se han integrado sin problemas en los lugares que han elegido.

Hoy en día son presidentes de patronatos escolares de grandes escuelas en los Estados Unidos, pertenecen a ligas de antidifamación, crean grupos para ayudar a los necesitados (por ejemplo a los ancianos que viven en pobreza total y son sobrevivientes del Holocausto), trabajan para el Keren Kayemet, son líderes en el Keren Hayesod y/o se desempeñan en trabajos de alto nivel en los colegios hebreos y en el área de educación judía, tanto en escuelas comunitarias como en sus propios hogares, además de todos ellos que combinan su tiempo  apoyando otro tipo de sociedades.

Todo aquel que está leyendo lo que he escrito se preguntará: ¿Entonces? ¿Qué sucede en la comunidad de Monterrey? Y lo comprendo. Lo comprendo porque lo vivo y lo siento en carne propia. La forma de vida ha cambiado y las oportunidades ya no están en el sitio donde hemos nacido. Cada uno busca su destino en donde mejor pueda adaptarse y adaptar sus habilidades y sus capacidades laborales. Las expectativas de triunfo han cambiado también, pero personalmente creo firmemente que lo que se aprende en una tnúa, el trabajo en grupo, las semillas que se siembran en cada peulá, los esfuerzos que se realizan para preparar un festejo, ya sea de Yom Haatzmaut o de Yom Hashoá, implican conocer, conocerse, encontrarse y reencontrarse con una historia común y descargar, a partir de ésta, su creatividad, su esfuerzo y sus emociones.

Me alegra ser madre de “jóvenes de tnúa” aunque en el artículo escrito por “la meidele” se les trate casi despectivamente…

El día el día de hoy, estos jóvenes son, médicos, ingenieros de muy alto nivel, y otras profesiones  que se encuentran en centros mundiales especializados y aun así, por ellos mismos y nadie más, siguen adelante con proyectos, ideas, innovaciones, y se involucran en la vida de las diferentes comunidades sin olvidar que son parte de ésta, esta pequeña comunidad de Monterrey en donde tanto se ha sembrado en estos quizás 90 años de existencia. El colegio Israelita de Monterrey es el segundo colegio más antiguo que existe en México.

Se ha sembrado y se ha cosechado.

Todo tiene un tiempo y una razón, pero la época de  la juventud pasa muy de prisa y cada padre, cada madre debe tener presente que los valores y el aprender a amar al prójimo y a su pueblo, germina desde una edad muy temprana, tiempo que no debe dejar pasar poblado con nimiedades.

 “Cuando un árbol crece firme y recto y sus ramas al cielo ensancha, podrá estar seguro que a sus frutos el sol iluminará”

 

Desde Monterrey, Ciudad de las Montañas.