RABINO YERAHMIEL BARYLKA PARA ENLACE JUDÍO

Pocas son las innovaciones que intenté llevar a cabo en mis distintos trabajos, que tuvieron más resistencia que la que ofreció la supresión de los festejos del día de la madre y su conversión en el día de la familia. De ello han pasado más de 30 años y supe que el cambio no iba a resistir ni siquiera un período escolar.

Recuerdo los rostros de las madres, profundamente compungidas y afligidas por esa decisión, que vinieron a golpear las puertas de mi despacho protestando airadamente.

Particularmente, la frase de una de ellas, en aquel entonces joven madre y, seguramente hoy día ya abuela, que me dijo que no podría  resistir ver cómo cada uno de los hijos de los vecinos bajaría del autobús llevando en sus manos un obsequio para sus madres, excepto ella, que recibiría a sus hijos con las manos vacías. Mujer inteligente, sabía perfectamente que los niños, el parvulario, no hacían los objetos que llevaban a sus hogares sino las diligentes ayudantas de las maestras del jardín de infantes. Pero no le  importaba. Era imposible renunciar al Día de la Madre, ya que era para ella como dejar de serlo y de ser reconocida por su párvulo.

Las costumbres ancestrales son más fuertes que la razón.

Los festejos, sin importar su fuente, cambian de identidad en el transcurso del tiempo y se convierten en algo imprescindible para la vivencia personal y familiar. Pero, ello no es óbice para que adoptemos consciente o inconscientemente sus rituales, y hasta los festejemos.

Así, el día de san Valentín, que se celebra en su onomástico, el 14 de febrero, como el día del amor y la amistad ingresó a las escuelas y a los hogares judíos. Luego apareció el Día del Niño, dedicado a la promoción del bienestar y de los derechos del niño y las niñas.

Hagamos un poco de historia. El Día de la Madre se festejó originariamente en homenaje a la titánide Rea, que según Homero,  es la madre de los dioses en la mitología griega,  y de allí pasó a ser Día de la Madre de la Iglesia hasta que en 1600 se convirtió en Día de las Madres, y tuvieron que pasar casi 300 años, hasta que por iniciativa de Anna Jarvis se convirtió en fiesta nacional estadounidense.  No en vano en algunos países se festeja cerca de la fecha que según el calendario litúrgico de la Iglesia, era la festividad de la Maternidad de María.

De allí, el camino en crearse el Día del Padre fue breve. Había que encontrar un equilibrio en los géneros tal como se entendía su “igualdad” en aquel entonces. Y como descubrieron los comerciantes con su buen ojo para lograr pingües ganancias de clientela cautiva.

Pero, no he encontrado en nuestros libros normativos ningún día del amor, ni del padre, ni de la madre, ni del amigo, ni del niño, ni de la familia. Los preceptos con las obligaciones a todos ellos, son de cumplimiento cotidiano y no hay homenaje que pueda reemplazar su incumplimiento, ni complemento que sea su conmemoración y recuerdo. Más aún, el salmista nos previene en Tehilim 106:35 y subsiguientes, qué le sucederá a los judíos cuando “empezaron a mezclarse con las naciones, y se pusieron a aprender sus obras…Y siguieron sirviendo a sus ídolos”… y prefiero no seguir con la cita.

Es interesante recordar que apenas nueve años después de la primera  conmemoración oficial del Día de la Madre en  Estados Unidos, su comercialización se hizo tan rampante que la misma Anna Jarvis se convirtió en una importante opositora de   la fiesta y pasó  el resto de su vida luchando contra lo que veía como un abuso de la celebración.

Es evidente que esos días tienen éxito por la promoción continua de los comerciantes, y por la avalancha de los regalos, las comilonas y los gastos, tal como otros festejos han caído en desgracia porque no tuvieron mercado.

No es ésta la oportunidad para analizar el juego de roles de padres, madres en familias uniparentales cuando deben asistir a esos “festejos” en la escuela o explicar a sus hijos que su familia es diferente a la que le muestran en la TV. O para preguntarse qué sienten los hijos de las relaciones de pareja problemáticas que distan de ser un paraíso.   Tampoco de presentar ahora las creencias que atan a las mujeres a una condición de parcial o total dependencia y vulnerabilidad que imposibilita su empoderamiento, mientras festejan alegres el Día del Padre, que muchas veces la golpea y otras, abandona toda función parental.

Estas reflexiones sólo tienen como objetivo invitar a los amables lectores a preguntarse si no ha llegado acaso el momento de reforzar las festividades que nos indica el luaj ivri, y dejar de insertar dentro de él, tradiciones y festejos que poco tienen que ver con nosotros, y que incluso, al legitimarse para ser “como los vecinos” no abran la puerta a otros que luego lamentaremos.

El primer paso, es quizás cerrar las puertas de los Colegios Judíos a la penetración de las culturas ajenas a nuestra tradición e idiosincrasia.