PONENCIA COMPLETA DE BECKY RUBINSTEIN PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El pasado 17 de junio, Becky Rubinstein, poeta, maestra, traductora, periodista cultural, promotora de la literatura infantil presentó en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes la ponencia titulada “Glückel de Hamelin, Mujer Virtuosa”.

“Antes de referirnos a Glückel de Hamelin, la eshes jail, la mujer virtuosa nacida en la ciudad de Hamburgo –ciudad y puerto importante de Alemania, situada a la orilla del río Elba- haremos un paréntesis. Justo y necesario resulta remontarnos a la Biblia – específicamente al libro de Proverbios, al “Poema acróstico de la mujer perfecta”, donde el poeta, imaginamos al rey Salomón en su madurez, describe de la alef a la tav, o sea, de la primera a la última letra del abecedario hebreo, a la mujer ideal, la paradigmática, “la que vale más que las perlas”, orgullo de su marido, por quien es estimado frente a los ancianos de la ciudad, “revestida de fuerza y gracia”: “abre su boca con sabiduría y en su lengua hay una doctrina de bondad”, “tiende la mano al desgraciado” mientras “vigila la marcha de su casa”. “Sus hijos se levantan para proclamarla bienaventurada, su marido, para hacer su elogio”.

La mujer virtuosa, la perfecta, obviamente se encuentra en el topus uranus platónico, es decir, en el mundo prototípico ideal, sin embargo, pensamos, hubo mujeres, como Glüeckel, que la semejaron en sabiduría, en su diligencia en los negocios, en su afición a tomar la pluma, lo que la convierte de facto en escritora, la cual, con maestría y gracia, parte de la minucia, para englobar un todo, gracias a su capacidad de análisis, gracias a su portentosa memoria, y de seguro, gracias a su deseo de trascender.

Desde pequeña cuenta con una biblioteca bastante surtida para la época, el siglo XVII, lo que la convierte en una joven instruida, pensante, pilar de su casa, quien ganaba el pan a la par de su marido, quien consideraba los consejos de su mujer, valiosas “perlas de sabiduría”. Y mientras cuidaba a su cada vez más numerosa progenie -robándole tiempo al sueño – decidió escribir sus memorias, un invaluable testimonio de sus vivencias personales, familiares, comunitarias y regionales que abarca siete libros que retratan diferentes etapas de su vida.

Dicho texto autobiográfico, nace pues del deseo de Glückel de transmitir a sus descendientes la historia de su vida, salpicada de anécdotas que retratan una época, en tierras de Alemania, del Ashkenazi bíblico. Y se expresa en lengua idish, llamémoslo medieval –derivado del alemán en un setenta y cinco por ciento, lengua vernácula de los judíos asentados a orillas del Rhin (1000-1250 a.e.) -quienes la adoptaron como propia, lengua acompañada de italianismos, de galicismos; salpicada de palabras y frases hebreas y enriquecida con palabras del polaco y del ruso cuando los judíos , por invitación de Casimiro el Grande (1333-1370) se asientan en Polonia, cuando Catalina la Grande de Rusia (1684-1727), al anexar Polonia –dicen que muy a su pesar- hereda judíos parlantes del idish – idioma dúctil, rico y sabroso, materia prima para Las memorias de Glückel de Hameln, texto que ha sobrevivido hasta nuestros días – pasando de una generación a la otra- hoy día un libro cabal, diremos libro de librería y al alcance del lector: ¿Qué diría Glückel de enterarse?

Como afirma Robert S. Rosen en el prólogo de Las memorias de Glückel de Hameln, “la autora” seguramente no habría imaginado que su texto, se convertiría en uno de los documentos más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XVII y de principios del XVIII, una invaluable fuente para historiadores, psicólogos, sociólogos y estudiosos de la literatura de aquel período.

Glückel, la décima hija de Löeb Pinkerle, como ya se dijo, nace en Hamburgo en el año judío de 5451 (1690-1691) hace cuatro siglos, dos años antes de “La guerra de los treinta años”, conflicto que trajo hambre, enfermedades, especialmente en Renania: 2,000 mil castillos fueron destruidos, también 18,000 villas y 1,500 pueblos. Al parecer, franceses, alemanes, italianos, holandeses y suecos no se ponían de acuerdo en cuestiones de religión: unos decían católicos, otros, luteranos.

Cuando pequeña, su padre le contrató maestros no judíos para que conociera el mundo que la rodea; también maestros judíos para que le enseñaran a ser mejor judía, a conocer más y mejor sus raíces, su historia, para ser mejor persona.

Se puede decir que creció entre libros del mundo gentil –imaginamos de historia, geografía, literatura, aritmética- además del judío. Para ella, la Biblia y el Talmud eran libros de cabecera los que cita en el transcurso de su obra memoriosa, cuya sabiduría promete la destrucción del caos moral y el establecimiento de un orden cósmico favorecedor en la transmisión de valores, imaginamos, uno de los pretextos de su escritura.

Los progenitores de Glückel optaron por la educación de su hija, futura madre de hijos, a los que habrá de educar y de guiar por la senda de la sabiduría y del bien, en contraposición a quienes pensaban que la mujer por naturaleza, es “escasa de luces”; o bien, que debe quedar en casa –no sabemos si “con la pata quebrada”, como versa el refrán- en contraposición al varón quien saldrá al mercado a tomar sabiduría de sus pares.

Glückel –como se acostumbraba en aquellos tiempos entre los judíos –se comprometió en matrimonio a los 12 años; a los 14, se casa con Haim de Hameln, el noveno hijo de Yosef de Hameln, a los ojos de su esposa, buen hombre, buen compañero, honesto estudioso de la Torá, y, sobre todo, magnífico padre, quien amaba, sobre todas las cosas, a sus doce hijos, a quienes, por desgracia, deja huérfanos a temprana edad. Contaba tan sólo cuarenta y cuatro años cuando enviuda y decide ocuparse de los negocios de su finado marido, sin marginar a las ocho criaturas que aún dependían de su cobijo.

Tras la pérdida de su pareja, abandona temporalmente la escritura: todas sus energías estaban dirigidas a sacar adelante a sus chicos –incluso a buscarles pareja- ejercicio que retoma, cuando la más pequeñas de sus hijas, contaba con once años. Glückel, aunque nunca presumió de escritora, logra plasmar sus memorias en el papel, dedicadas a sus hijos y los hijos de sus hijos, para que se enteren cómo vivió de pequeña en casa de sus padres, y de mayor, cuando casa con Haim, negociante en oro y joyas y piedras preciosas.

Su obra temprana –precursora para su época- se encuentra tapizada de anécdotas, algunas recordadas, algunas de oído, sobre su familia y la de su esposo. Intuitiva, se vale de procedimientos comunes y corrientes hoy día.

Cuando Glückel cumple dos años de edad -según nos enteramos- los judíos ashkenazitas fueron expulsados de Hamburgo, entre ellos, la familia de Glückel, la cual se establece en la vecina Altona. Al parecer, los comerciantes no judíos pensaban que los comerciantes judíos –la mayoría dedicada al pequeño comercio, y no exportadores, como los comerciantes sefarditas- les quitaban los clientes; les hacían la competencia.

En Altona la familia de Löeb Pinkerle vivió en paz gracias a la protección del mismísimo rey de Dinamarca. Cuando los suecos invadieron Altona, los Pinkerle regresaron a su antiguo hogar. Glükl nos cuenta, asimismo, sobre la llegada a Altona de judíos de Polonia, que tuvieron la suerte de huir de los cosacos, y, sobre todo, del terrible y cruel Bogdan Chmielnicki. El padre de Glückel, como presidente de la comunidad de Altona les abre las puertas de su casa; la abuela, quien atiende a los enfermos como si fueran sus propios hijos, se contagia y, por desgracia, muere.

La autora en sus Memorias… aconseja a sus herederos –como de seguro sus mayores le aconsejaron- seguir el camino recto del Dios de Israel: en su casa o fuera de ella; en los negocios, y como judíos decentes. La decencia para ella, era muy importante; también el ser un mentsh, una buena persona. Y como imaginamos, le encantaba contar cuentos proverbiales, que sirvieran de ejemplo para los suyos.

Por ejemplo, cuenta un moshl -una especie de fábula- sobre un pájaro que se dedica a cuidar en cuerpo y alma a sus polluelos. Cuando el padre pregunta a sus criaturas, si cuando envejezca, piensan cuidarlo, todos le contestaron que sí, que por supuesto. El padre, que sabía mucho, porque había vivido mucho, duda de las respuestas de sus polluelos, menos de uno, quien le promete no abandonarlo en su vejez, siempre y cuando no se distraiga en el cuidado de los indefensos polluelos que, Dios mediante, el cielo les habría de enviar.

Como ya se dijo, Haim –de acuerdo a Glükl – siempre la consultaba y considera en materia de negocios. Eshes jail, como en los Proverbios: “Confía en ella el corazón de su marido, y no cesa de tener ganancia”. Y también, como en Proverbios, el esposo: “Constata que su industria prospera, (que) su lámpara no se paga por la noche”. De ahí que, como ya se dijo antes: “…en las puertas de la ciudad, sus obras proclamen su alabanza.” Su madre –quien se ganaba el pan haciendo encaje de oro y plata –tan apreciados en aquella época- fue un ejemplo a seguir.

Por cierto, los Hameln -Haim y Glückel- comerciaban con Dinamarca, Altona, Ámsterdam, Copenhague, Frankfurt y Viena, entre otras ciudades de importancia. Para Glückl y Haim era muy importante casar a sus hijos con gente de bien, decente, quienes vivieran bajo los principios de la Torá y que les proporcionaran una vida cómoda, sin carencias, de ahí que se desvivieran trabajando. Incluso, cuando iban de fiesta, aprovechaban las ferias, maravillosa oportunidad para hacer negocios. Gracias a su trabajo, los Hameln lograron acumular una respetable fortuna.

Glückel, contadora genial de anécdotas, casi siempre con moraleja, cuenta sobre un filósofo, quien se topa con un viejo amigo, quien le relata sus cuitas, a sus ojos, las más penosas del mundo. El primero conmina al segundo a observar, a vuelo de pájaro, los techos de las casas de la ciudad y lo reta a escuchar sus historias no desprovistas de miseria humana. “Entonces –dijo el filósofo- te contentarás con tu suerte y no querrás cargar con las miserias del otro”, consejo que, a pesar del tiempo, no ha perdido vigencia.

Glückel, asimismo, describe las bodas de sus hijos, la más rica, la más suntuosa, la de su primogénita Zaporra, comprometida a los 12 años con el hijo de Elías de Cleve. Tres semanas antes de la boda, como en tiempos de la Biblia, salió la gente a las calles con música y baile. Tres semanas después, la boda se celebró con gran lujo. Hubo de todo: dulces y frutos exóticos para aquellos tiempos, además de bebidas en abundancia. Federico el príncipe elector, asistió a los esponsales. Estaba muy interesado en presenciar una boda judía. La fiesta fue un verdadero lujo, no menos que el salón de fiestas. Se crea no, como en los cuentos de hadas, las paredes estaban cubiertas de piel y salpicadas de oro.

Como se sabe, Glückel testigo de su época, cuenta, por ejemplo, cuando aparece Shabetay Tzvi, a los ojos de muchos judíos el mismísimo Mesías ben David. Incluso, Glückel relata cuando su suegro abandonó su casa y sus tierras, incluso sus valiosos muebles, pues pronto, muy pronto, abandonaría el largo y doloroso galut -la triste diáspora a partir de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén y se trasladaría a Tierra Santa, donde acabaría sus días. Su suegro, como tantos otros judíos, lamentaron haberse dejado engañar por un falso mesías. Nada de Mesías, nada de transportarse a la Tierra Santa… Glückel, a la muerte de su querido Haim –su compañero, pareja y amigo- relata que muchos pretendieron casarse con ella. Aunque no había pensado contraer matrimonio de nueva cuenta, tras catorce años de luto, casa con con Hirz Levy, muy recomendado por su yerno Moses Krumbach de Metz.

Sólo le faltaba casar a Miriam, la más pequeña de sus hijos. Glückel, quien vivió cómodamente gracias a su propio esfuerzo, y al de su siempre recordado esposo, se vio a punto de perder techo y comida. En sus Memorias… se muestra arrepentida. Creyó encontrar apoyo de su nuevo esposo, pero se equivocó.

Al final de sus días, su hija y su yerno, Moisés Krumbach, la reciben en su casa. Y la tratan con derej eretz, como a una verdadera reina. Glückel jamás dejó de bendecir a quienes no la abandonaron en la vejez. Como en el moshl o parábola citada en su libro de memorias.

Glückel de Hamelin muere a los 87 años en el mes de Nisán de 5479 (1719). Llega a la vejez tras momentos de dicha, tras momentos de pena. Según parece, jamás olvidó las enseñanzas recibidas de su padre, quien, como afirma el libro de Proverbios, era “un hombre inteligente y sabio” (27: 2). Glückel, a su vez, cumplió con su papel de mujer receptora y dadora En su calidad de madre y de algún modo de matriarca ejemplar. De seguro tendría en mente a las matriarcas de Israel: Sara, Rifká, Lea y Rajel; a las profetisas de Israel, como Miriam y Débora; recordemos a las heroínas bíblicas, como Yael y Judith.

Glückel puede equipararse a una joya de gran valía: de esas que brillan para siempre. Como la eshes jail de los Proverbios del rey Salomón, era un verdadero dechado de virtudes, símil de la mujer virtuosa “proclamada en alabanza en las puertas de la ciudad”.

Quizá, fue, como se dice “un garbanzo de a libra”. Quizá muchas, escribieron sus memorias, ahora perdidas; quizá muchas, soñaron con plasmarlas, pero la cotidianeidad, cortó sus alas; quizá no tuvieron la tenacidad, el carácter y la experiencia libresca de la autora, o la capacidad de mirar al futuro. O, tal vez, simple y sencillamente, Glückel nació con el don. No desechemos, sin embargo, el factor suerte. Quizá hubo “escritoras”, cuya familia no valoró los escritos de la madre, de la abuela, de la tatarabuela… Los Hameln, al parecer, aquilataron las memorias de la matriarca, que los hacían recordar tiempos idos y que volverán al ser leídos.

Tal vez, salvaron el manuscrito de incendios, terremotos, guerras y expulsión. De los Siete Caballos del Apocalipsis…

ALGO MÁS SOBRE GLÜCKEL:

Glückel de Hameln en sus memorias, además de hablar de su persona, de su familia, de su entorno, cuenta sobre las comunidades judías en Alemania, y sus alrededores -Dinamarca y Holanda-. Su libro fue leído por sus descendientes durante siglos, hasta que fue publicado en 1896 cuando David Kaufmann, de Budapest, publica una copia del manuscrito realizado por Rabi Moses HamelIn de Baiersdorf. En 1930 aparece una versión hebrea en Tel- Aviv; la versión abreviada en idish aparece en Buenos Aires en la serie obras maestras de la literatura idish.

Java Punsky de Turniansky recibe en 2014 el Pras Israel –equiparable al Premio Nobel- por su versión anotada en lengua hebrea, de las cada vez más famosas y conocidas memorias de Glückel, ejemplar esposa y madre del siglo XVII alemán, nacida en un entorno que facilitó su crecimiento intelectual, espiritual y humano, pareja de un hombre que apoyaba sus ideas, sus decisiones como esposa, madre y proveedora. Podemos concluir que Glückel -mujer virtuosa del siglo xvi europeo- habitó un cuarto propio, constituido página a página, por su hoy día famoso diario, por suerte vigente.

Cabe mencionar que Glückel es casi contemporánea de Sor Juana Inés de la Cruz, llamada “Décima Musa”, nacida en 1648, quien, imaginamos, toma los hábitos pensando en una “habitación propia”, donde podría dedicarse al estudio y a la creación, lejos de las responsabilidades cotidianas, como esposa y madre de familia. Imaginamos que “Casarse con Cristo” o tomar los hábitos, fue una opción para salir de casa y, contar con un claustro, un cuarto, una habitación –entre biblioteca, casa de estudio y salón de música- donde como en el caso de Glückel robaba horas al sueño.

Por un tiempo Sor Juana logra su cometido, hasta que llegó un varón, bajo el disfraz de una varona, de “Sor Filotea de la Cruz”, la censura y castiga por su osadía de mujer libre y pensante. Como afirma Carmen Saucedo Zarco en Sor Juana y Carlos de Sigüenza, una amistad entre genios, se le recriminó que “una monja que hacía versos profanos se atreviera a escribir de Teología, aunque en el fondo lo que molestaba era que se trataba de una mujer”. Es obligada a vender su biblioteca y a repartir las ganancias entre los pobres.

Valga un comentario al margen. En ocasiones Sor Juana, escribía villancicos por encargo, mismos que se cantaban en las fiestas –tanto profanas, como religiosas- por los cuales recibía un correspondiente pago, mismo que destinaba a la compra de libros o, simplemente en hacer un ahorro. Y entre tantas lindezas, fue hábil administradora del Convento de las Jerónimas. O sea fue magnífica escritora, además de asertiva ecónoma. Y se dice, que hasta magnífica cocinera, además de sabia.

Por suerte, como su contemporánea Glückel, su obra, nacida en un cuarto propio, su obra –por cosas del destino- continúa vigente y gozando de excelente salud, gracias a que fue editada y reeditada en suelo español a instancias de su amiga, la virreina, la excelentísima Condesa de
Paredes, que apareció bajo el nombre de Inundación Castálida.

Valga un segundo comentario al margen. Saludamos a Virginia Wolf, quien encontró en vida la fórmula perfecta de sobrevivencia de las escritoras –y agregamos creadoras de cualquier índole-: una habitación propia y una renta fija. En su caso 500 libras, herencia de una tía…

Glückel, por su parte, gozó de una habitación propia y dinero de su peculio…como la mujer virtuosa del libro proverbial, alabada por propios y extraños.