Dignidad2 - Enlace Judio MexicoESTHER CHARABATI

La dignidad humana llena los discursos de políticos, académicos, religiosos y defensores de los derechos humanos. Sabemos a qué se refieren porque lo inferimos del contexto, pero no es fácil definirla. La asociamos al concepto de persona que por su etimología —vinculada a las máscaras utilizadas en el teatro griego— nos remite al sonido que posee la fuerza necesaria para sobresalir. La palabra dignidad, por su parte, significa “preeminencia”. Digno es aquello por lo cual algo destaca entre otros seres, algo que debe ser tratado con respeto. Así, cuando se habla de dignidad de la persona, la idea es algo parecido a “destacar lo destacable”. Una primera aproximación nos permite ver que ser digno es respetarse, respetar a los demás y hacerse respetar por los demás. Para Emmanuel Lévinas faltar a la ética significa faltar a la dignidad humana, pues “Toda la dignidad del hombre le viene de la preocupación que siente por los demás”.

La dignidad humana no existe desde siempre, o al menos no siempre se pensó que todos los seres humanos eran sujetos de consideración. El primer movimiento en este sentido lo hace el judaísmo al igualarnos ante Dios, dado que todos somos sus hijos. Sin embargo, esta hermandad no impidió a pueblos e individuos esclavizar o someter a sus semejantes. Con la Ilustración y la Revolución francesa nos enteramos de que todos los seres humanos somos personas —cosa que se había puesto en duda en repetidas ocasiones respecto a los esclavos, los indígenas y los negros—, por lo tanto poseemos eso que llaman “dignidad humana” y que es innato.

La dignidad es un concepto inventado por los seres humanos para darnos un valor como tales; para impedir que nos tratemos como animales carentes de razón; para que, echando mano de la razón, controlemos los impulsos de matar o humillar al prójimo. La noción de dignidad ha ido cambiando con el tiempo: si en un principio —al surgir el concepto de ciudadano— se identificaba como derecho a vivir, hoy se ha convertido en un derecho a la identidad individual, a comer y a poseer, a dudar y a pensar, a votar, a trabajar, a hacer huelga… en una palabra a todos y cada uno de los derechos humanos.

Si, de acuerdo con nuestros valores actuales, la dignidad se expresa en estos derechos, es difícil entender qué lleva a la gente a oponerse al acuerdo establecido por los estados para respetar los derechos humanos: los invalidan considerándolos privilegios de los criminales. Los derechos humanos son para todos, sí, también para los criminales, y eso es lo que impide que los mutilemos, les saquemos las entrañas, nos los comamos o los encerremos con unas cuantas ratas hambrientas hasta que los devoren.

Los criminales, como los políticos corruptos, los empresarios fraudulentos y los delincuentes merecen castigos, pero esos castigos no pueden violar su dignidad humana, porque al aceptarlos estaríamos afirmando que ese otro que es como yo —que también soy falible— merece ser tratado como una cosa o un animal. Y al humillarlo a él estaríamos humillando a toda la especie humana.