MIRIAM BALEY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Daniela Gleizer, historiadora, realizó una investigación sobre el “Schindler mexicano”, Gilberto Bosques, el ex Cónsul de México en Marsella, a fin de descubrir las verdaderas actuaciones del diplomático y su rol en el apoyo, ayuda y salvamento de seres humanos durante la desastrosa era de la Segunda Guerra Mundial.

En un artículo titulado “Gilberto Bosques y el Consulado de México en Marsella (1940-1942). La burocracia en tiempos de guerra”Daniela dice:  “Sabemos ahora que las visas no pueden ser atribuidas a la gestión personal del Cónsul mexicano: fueron tramitadas, a través de sobornos y de favores políticos, por los grupos de ayuda (la SPCyA, Alemania Libre, Acción Republicana Austriaca, etc.) con recursos y apoyo de organismos externos, y a través del trabajo voluntario de decenas de personas. Sabemos también que las 332 visas localizadas en el Registro Nacional de Extranjeros firmadas por Gilberto Bosques habían sido previamente autorizadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Secretaría de Gobernación. Y sabemos que, incluso autorizadas, un gran número de visas no fueron entregadas a sus destinatarios en el consulado de Marsella, por medio de un mecanismo que no implicaba el franco rechazo, sino la obstrucción a través de la burocracia: solicitando a los refugiados requisitos que no podían cumplir y que no estaban incluidos en las disposiciones migratorias. Lo que no sabemos es por qué“.

Lillian Liberman, directora del documental “Visa al Paraíso” no está de acuerdo. Su respuesta aquí.

Aquí les dejamos un extracto del trabajo de Daniela.

“Mientras que la memoria popular recuerda a Bosques trabajando en la excepción, las fuentes históricas consultadas lo retratan trabajando en la normalidad de la burocracia mexicana: una normalidad que aparece desvinculada del contexto de guerra y persecución que la rodeaba.

La documentación más importante proviene del archivo del Jewish Labor Committee de Nueva York, y consiste en la correspondencia que mantuvo este organismo con su filial mexicana, el Comité Pro Cultura y Ayuda. El intercambio entre ambos organismos trata básicamente sobre los esfuerzos por conseguir visas mexicanas para salvar a personas que se encontraban en Marsella bajo el inminente peligro de ser deportadas por los nazis.

Gilberto Bosques fue propuesto en 2006 por la comunidad judía de México ante Yad Vashem (la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto) para recibir el título de “Justo entre las Naciones”, reconocimiento que otorga este organismo del gobierno israelí a individuos no judíos que salvaron judíos durante el Holocausto. El caso, sin embargo, no ha sido resuelto favorablemente, debido a que el reconocimiento de “Justo entre las Naciones” tiene requerimientos muy específicos: la persona en cuestión debe haber arriesgado “algo” en su actividad de salvamento (la seguridad, su empleo, incluso su vida) y, en el caso de los cónsules o del personal diplomático, se estipula que estos deben haber actuado en contra de las órdenes de su gobierno. Debe probarse, además, que la persona en cuestión se involucró activamente en las tareas de rescate, no perjudicó a nadie y no actuó movido por fines de lucro. Según la comisión que evaluó el expediente —que se basa únicamente en fuentes primarias—, algunos de estos requisitos no han podido ser comprobados en el caso de Gilberto Bosques, particularmente que hubiera actuado en contra de las órdenes del gobierno mexicano.

Bosques fue Cónsul General de México en Francia en 1939, primero en París, y a raíz de la invasión germana de junio de 1940, en Marsella, lugar donde se reubicó el Consulado. De agosto a noviembre de 1942 fungió como encargado de negocios en la Legación de México en Vichy. En noviembre de ese año, cuando los alemanes invadieron la zona francesa no ocupada hasta entonces, apresaron a las delegaciones diplomáticas de los países con los cuales estaban en guerra, incluida la de México.

Según el propio relato de Bosques, en la reunión que sostuvo con Cárdenas antes de partir a Europa, también se había considerado la posibilidad de adoptar ciertas medidas de protección para los refugiados judíos y permitir la entrada a México de un número importante de ellos, pero no se llegó a ningún acuerdo al respecto. Debe recordarse que la política mexicana de recepción de los refugiados judíos no fue una política de puertas abiertas, sino una política selectiva y discrecional que permitió la entrada de un pequeño número de refugiados (entre 1800 y 2000 personas durante los doce años de nazismo alemán).

En México, diversas organizaciones lograron movilizar apoyos y conseguir autorizaciones para que sus camaradas ingresaran al país. La Liga Pro Cultura Alemana, formada en 1937 y dirigida por Enrique Gutmann, y “Alemania Libre”, formada en 1941 y dirigida por Ludwig Renn, fueron las organizaciones más exitosas al respecto. Fueron estas organizaciones, vinculadas con organismos del exterior, las responsables de conseguir las visas que el gobierno mexicano extendió para salvar a un acotado número de refugiados europeos perseguidos por los nazis, a través del trabajo voluntario de decenas de personas.

El JLC era el responsable de compilar las listas de refugiados que se encontraban en Francia, señalando cuáles eran los que corrían más peligro, y a quiénes era necesario dar prioridad. Estas listas eran alimentadas en parte por activistas políticos que habían emigrado previamente a América, y en parte por los esfuerzos locales del Emergency Rescue Committe y otros grupos de ayuda.

Cuando las listas eran recibidas en México, los integrantes de la Sociedad Pro Cultura y Ayuda presentaban los nombres a la Secretaría de Gobernación, no a través de canales legales, sino a través de un contacto que las fuentes refieren como el “Señor Gold” o el “Señor Goldman”. Este hombre era el encargado de conseguir las autorizaciones de la Secretaría de Gobernación a través de un soborno que costaba alrededor de 500 dólares por visa. Cuando Goldman tenía problemas, las fuentes refieren a otros intermediarios. [Y era] el JLC el que enviaba el dinero a México una vez que las visas en cuestión eran aprobadas.

[Después], la Secretaría de Gobernación enviaba a la Secretaría de Relaciones Exteriores los nombres y demás datos de las personas cuyas visas habían sido autorizadas, y esta última Secretaría giraba instrucciones al Cónsul Gilberto Bosques para que emitiera las visas correspondientes. La SPCyA realizaba tres copias del telegrama enviado por la Secretaría de Relaciones Exteriores a Bosques. Una la guardaba; otra la transmitía a Theodora Bénédite, colaboradora de Varian Fry en Marsella, para que contactara a los refugiados que se debían presentar en el Consulado mexicano, y la tercera la enviaba al JLC en Nueva York. De allí que en el archivo de esta organización se encuentren las autorizaciones de las visas mexicanas enviadas por cable al Consulado de Marsella.

Cada uno de los cables donde se autorizaban visas de entrada tenía un número específico. Esta misma información se repite en las visas de las personas que lograron llegar a México, donde se puede leer el número de cable que la autorizó y su fecha. Todas las visas localizadas en el Registro Nacional de Extranjeros del Archivo General de la Nación que tienen la firma de Gilberto Bosques contaban con autorización de la Secretaría de Relaciones Exteriores y no fueron emitidas por decisión propia del cónsul. Difícilmente Bosques o cualquier otro Cónsul mexicano hubiera podido extender visas que no contaran con la autorización de la Secretaría de Relaciones Exteriores, porque estas no habrían sido reconocidas en los puertos de entrada.

La aprobación por parte de la Secretaría de Gobernación era solo el primer paso. El segundo era que los datos de las personas fueran transmitidos correctamente en los telegramas, y un apellido mal escrito, una nacionalidad confundida o un parentesco equivocado eran razones suficientes para que Bosques negara las visas a los interesados.

Otro aspecto de la utilización de la burocracia, y que refiere a la solicitud de papeles o requisitos imposibles de cumplir en épocas de guerra, condiciones que los refugiados mismos no controlaban, pero que las autoridades consulares demandaban que se cumplieran al pie de la letra. Para evitar que los refugiados llegaran a México con visas de turista (un recurso utilizado por las organizaciones de ayuda), se exigía a sus portadores que no solo contaran con un permiso de salida de Francia, sino con una autorización de reentrada.

La exigencia de condiciones imposibles de cumplir también afectó a aquellos que intentaban conseguir visas como inmigrantes inversionistas o como rentistas, ya que se les exigía que presentaran los montos a ser invertidos en el país en efectivo, requisito que no estaba estipulado en la Ley de Población de 1936.

Las restricciones impuestas fueron aumentando a medida que avanzaba el tiempo. Para febrero de 1942, el JLC informaba que el Cónsul mexicano solicitaba, antes de firmar las visas correspondientes, que quienes fungían en México como garantes de los refugiados le telegrafiaran directamente confirmando dicho aval, así como el hecho de que los boletos de barco ya estuvieran pagados. La introducción de requisitos discrecionales nos induce a pensar que en este caso la burocracia no respondía a un celoso cumplimiento del protocolo, sino a la falta de voluntad para agilizar —o incuso a estrategias para retrasar o impedir— la llegada de refugiados a México.

Un problema mayor fue el hecho de que una gran cantidad de visas autorizadas por la Secretaría de Gobernación no fueron entregadas por el Consulado de Marsella a los interesados. Un interesante reporte de la HICEM de París informaba que el gobierno mexicano, alertado por “falsos comisionados” supuestamente provenientes del bando republicano español, había optado por implementar ciertas restricciones de admisión a partir de febrero de 1942, revocando gran cantidad de visas autorizadas. En ese mismo febrero, la Secretaría de Relaciones Exteriores recordaba al Servicio Consular Mexicano en el exterior que “está facultado para que, en casos de duda sobre antecedentes de extranjeros ya autorizados por esta propia Secretaría, eviten sean documentados”.

Posteriormente, y a partir del complicado desembarco de los pasajeros del Serpapinto, el Nyassay el San Thomé en Veracruz, el gobierno mexicano habría dado marcha atrás con las revocaciones, reservándose, sin embargo, el derecho de transmitir a sus Consulados unas listas de “indeseables”, cuyos documentos tendrían que ser examinados y, eventualmente, tendrían que volver a ser declarados inválidos.

A partir de los casos de rechazo, puede deducirse que existían dos situaciones principales que ocasionaban que Bosques rechazara la visa ya autorizada: cuando los refugiados no podían probar su condición de refugiados políticos, y cuando sus declaraciones no coincidían con la información contenida en las autorizaciones enviadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores.

La definición de “refugiado político” fue un problema que surgió desde 1933. En sentido estricto, solo podían ser considerados como refugiados políticos quienes eran perseguidos a título personal —como el caso paradigmático de León Trotski— por sus posturas o actividades políticas, si bien en sentido amplio se podía considerar refugiados políticos a los perseguidos por el Estado alemán, y que se encontraban en peligro de muerte, como el caso de los judíos. La mayoría de los países, como Suiza, adoptó el criterio de que, para que los refugiados judíos fueran considerados refugiados políticos, debían ser figuras políticas conocidas. Así también lo consideró el gobierno mexicano, al distinguir entre refugiados políticos y “refugiados raciales”.

Otro problema adicional era que los propios refugiados en Marsella declaraban no ser refugiados políticos. Es posible que algunos no quisieran confesar su condición de perseguidos por temor a que no se les entregara la visa, y que otros consideraran que no eran perseguidos por sus actividades políticas, sino solamente por ser judíos o por pertenecer a algún sindicato u organización de izquierda. Lo que llama la atención es la aseveración de Bosques de que aquellos que llevaban en Francia varios años no podían ser considerados refugiados políticos —dado que Francia había sido puerto de refugio desde comienzos del nazismo—, pero probablemente estaba en sintonía con lo que consideraba la Secretaría de Gobernación.

Otro impedimento para que las visas fueran entregadas en Marsella eran los casos en que había alguna discrepancia entre las declaraciones de los refugiados y la información que había llegado al consulado de Marsella.

También parecía haber restricciones nacionales: eran los polacos (prácticamente todos judíos) los que más obstáculos encontraban porque “no gozaban de la simpatía de los círculos de gobierno mexicanos”, aunque fueran considerados los que menor riesgo de quintacolumnismo representaran. Los privilegiados, hasta antes de la guerra eran, según él, “los aristócratas alemanes y austriacos”. Esto cambiaría con la entrada de México en la contienda, en mayo de 1942, y se revertiría: a partir de entonces los polacos y los franceses serían los únicos que recibirían visas, mientras que alemanes, austriacos, checoslovacos, etc., quedarían proscritos

Para Charles R. Joy, el director europeo del Unitarian Service Committe, el problema no era Bosques (a quien consideraba como un hombre bueno), sino los demás funcionarios mexicanos del Consulado, quienes habían desaprovechado una espléndida oportunidad para salvar gente. Sin embargo, para la SPCyA el problema era efectivamente el Cónsul mexicano.

En la correspondencia que mantiene con el JLC, se hacen constantes referencias a las obstrucciones del Cónsul y a la necesidad de que se le enviaran órdenes adicionales especificando que no pusiera obstáculos a la hora de entregar las visas. No sabemos, sin embargo, si Bosques respondía a instrucciones previas de la Secretaría de Relaciones Exteriores o de la Secretaría de Gobernación para retrasar la entrega de las visas o si se trataba de decisiones tomadas por él, las cuales eran parte de sus atribuciones en tanto Cónsul General.

Gilberto Bosques es sin duda un personaje complejo. Combinar la imagen del funcionario puntilloso que cumplía los ordenamientos burocráticos al pie de la letra o del diplomático que, “haciendo política”, cancelaba propositivamente visas ya autorizadas por el gobierno mexicano, con la imagen del diplomático que ayudó directa y generosamente a muchos otros exiliados políticos a salir de Francia, no es una tarea sencilla. Pero es probable que, como sucede también hoy en día, el funcionamiento regular del Consulado utilizara procedimientos rutinarios, burocráticos y no personalizados para la mayoría de los refugiados, mientras que ciertos casos que fueron especialmente recomendados al Cónsul mexicano recibieran una atención particular, incluso personal o discrecional.

Todavía tendríamos que entender mejor de dónde provenían estas “recomendaciones”. Es probable que fueran realizadas tanto por el gobierno mexicano como por los grupos políticos que buscaban rescatar a sus correligionarios, pero debe aún indagarse cuáles de estos eran los que tenían mayor injerencia.

Bosques extendió su ayuda directa, principalmente, a renombrados exiliados políticos e intelectuales, cuyos casos habían sido atraídos por distintos grupos norteamericanos como la Liga de Escritores Americanos, que lograban movilizar apoyos políticos- y presionar al gobierno mexicano-. Bosques rescató a Max Aub del campo de Vernet una vez y lo volvió a sacar del campo de Djelfa, en Argelia, en una segunda ocasión. Paul Merker, quien era buscado por la Gestapo y fue protegido por Bosques hasta que pudo salir hacia México, a bordo del Guinée, con una identidad falsa en mayo de 1942. A Leo Zuckermann le consiguió una ruta para escapar hacia Lisboa, mientras que Alfred Kantorowicz relata que Bosques ayudó a su esposa y a Anna Seghers a conseguir las visas en tránsito en el Consulado norteamericano, en un momento en el cual dichas visas estaban sumamente restringidas. En una carta de agradecimiento del mismo Kantorowicz a Bosques, se lee: “Si podemos partir, es gracias a su protección y ayuda”

Bosques, además, funcionó como contacto en Francia para varias de las organizaciones ya mencionadas. Cuando el tesoro norteamericano prohibió el envío de dinero directamente a Francia, fue el medio a través del cual los comités americanos enviaron dinero, particularmente a Noel Field, el representante en Marsella del Unitarian Service Committee. Parte de este dinero fue entregado directamente por el Cónsul mexicano a determinados refugiados, incluso a algunos que se encontraban en campos de internamiento, lo cual en varios casos les permitió salir de dichos campos.

Por parte del gobierno mexicano hubo complicaciones, ya que el permiso otorgado por Cárdenas tenía una duración de 6 meses y vencía el 8 de febrero de 1941. Conseguir la renovación de dichas visas por parte del gobierno de Manuel Ávila Camacho no fue fácil, ya que aparentemente las visas habían sido suspendidas “sin causa”.

Según el historiador Benedik Behrens, “de los propios datos de Bosques, entre 1940 y la clausura de la Legación mexicana a raíz de la ocupación del sur de Francia por el ejército alemán en noviembre de 1942, más de mil alemanes y austriacos recibieron visas para México por parte del Consulado General en Marsella, de los cuales ‘algo así como la mitad’ llegaron al país”.

LOS NÚMEROS

En el Registro Nacional de Extranjeros del Archivo General de la Nación, hemos localizado las fichas de 388 individuos que obtuvieron sus visas en los Consulados de México en Francia, entre 1938 y 1942. De ellas, 56 visas tienen la firma de diversos funcionarios de los consulados de París y Marsella, entre ellos Enrique Baigts, Fernando Alatorre, Jorge L. Hermosillo, Juan Bonet y Pedro de Inzunza. Las 332 restantes tienen la firma de Gilberto Bosques y todas tienen autorización del gobierno mexicano.

De las 332 personas que contaron con una visa firmada por Bosques, 181 recibieron autorización para ingresar a México en calidad de refugiados políticos; 106 en calidad de inmigrantes y 41 en calidad de visitantes. En cuanto a su religión, 192 declararon ser judíos, 69 católicos, 37 protestantes, 18 “sin religión”, 12 ortodoxos y 2 calvinistas (en dos fichas faltan los datos). La mayoría de las visas fueron otorgadas entre 1941 y 1942: 297 de las 332.

Por otra parte, encontramos 76 casos adicionales de personas que llegaron sin papeles a Veracruz y alegaban haber recibido permiso del consulado de Marsella o de la Legación en Vichy. A todos ellos se les extendió una tarjeta de entrada en Veracruz, donde se asentó quién autorizó en dicho momento, vía telefónica, la entrada al país. En algunas de estas fichas se registró, asimismo, que los interesados contaban con “visas especiales” o “visas consulares” del consulado en Marsella

A partir de información muy fragmentada, podemos reconstruir algunas otras cifras que permiten matizar más aún el papel del Consulado de Marsella en relación con el rescate de refugiados. En un documento titulado “Estadísticas del informe especial de protección a extranjeros”, firmado por Gilberto Bosques, se reporta que durante el año 1941 en el consulado de Marsella se extendieron 456 visas a individuos no españoles. En el Registro Nacional de Extranjeros se encuentra la documentación de 210 personas cuyas visas fueron emitidas en Francia en ese año, lo que significa, si ambos datos son correctos, que casi la mitad de las personas que recibieron visas en Marsella o Vichy en 1941 llegaron a México. No tenemos forma de saber cuántas visas aprobadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores no fueron entregadas en Marsella a los interesados ese mismo año. Sabemos únicamente que, solo en el segundo semestre de 1940, el Consulado de Marsella había recibido 59,020 solicitudes de inmigración. Y sabemos también que para 1942 la HICEM informaba que el gobierno mexicano había cancelado, a través de una serie de listas nominativas, casi todas las autorizaciones dadas anteriormente, afectando a casi mil personas que no pudieron emigrar a México, varias de ellas internadas en los campos de Vernet y Djelfa.

Lo que queda claro es que, en cuanto a las visas otorgadas, ninguna de las cifras recogidas se aproxima ni remotamente a las 45,000 visas que, como señalamos al comienzo, se aducen sin verificación alguna.

Es evidente que en relación con Gilberto Bosques y el Consulado de México en Marsella las cosas son más complejas de lo que parecen. O quizá son más simples: lo que retratan las fuentes de primera mano es un Consulado y un Cónsul que se parecen mucho a los otros Consulados y otros Cónsules mexicanos de la época, atravesados por mecanismos burocráticos que, propositivamente en muchos casos, y quizá sin intencionalidad en otros, retrasaron el salvamento de personas que se encontraban en peligro.

Mientras la memoria colectiva recuerda a Bosques actuando en la excepción, las fuentes analizadas lo muestran trabajando en cierta normalidad, una normalidad que pareciera incluso haberse desvinculado del contexto de guerra y persecución que la circundaba. A pesar de no ser un diplomático de carrera, Bosques se mostró celoso, incluso puntilloso, en el cumplimiento de órdenes y decretos, disposiciones y reglas cuya rigidez fue incluso criticada por otro Cónsul contemporáneo a él, Juan Manuel Álvarez del Castillo, quien desde Lisboa señalaba la incongruencia de implementar reglas que habían sido elaboradas “para épocas normales” en un contexto de guerra donde todo era anormal, en el que los refugiados buscaban desesperados “salir de este continente de amargura.

Mientras que la documentación analizada arroja cierta luz sobre el papel de Gilberto Bosques y el Consulado de México en Marsella, muchas otras zonas siguen en la sombra. Sabemos ahora que las visas no pueden ser atribuidas a la gestión personal del Cónsul mexicano: fueron tramitadas, a través de sobornos y de favores políticos, por los grupos de ayuda (la SPCyA, Alemania Libre, Acción Republicana Austriaca, etc.) con recursos y apoyo de organismos externos, y a través del trabajo voluntario de decenas de personas. Sabemos también que las 332 visas localizadas en el Registro Nacional de Extranjeros firmadas por Gilberto Bosques habían sido previamente autorizadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Secretaría de Gobernación. Y sabemos que, incluso autorizadas, un gran número de visas no fueron entregadas a sus destinatarios en el consulado de Marsella, por medio de un mecanismo que no implicaba el franco rechazo, sino la obstrucción a través de la burocracia: solicitando a los refugiados requisitos que no podían cumplir y que no estaban incluidos en las disposiciones migratorias. Lo que no sabemos es por qué.

En este sentido, deben explorarse más cabalmente las razones por las cuales la Secretaría de Gobernación canceló visas que ya había autorizado, si ello respondía a motivos políticos o se trataba de un negocio.

Debemos responder todavía en qué medida la obstrucción respondía a directivas de la Secretaría de Gobernación, y en qué medida era responsabilidad de los funcionarios locales o del propio Gilberto Bosques. Mientras en algunos casos Bosques respondía claramente a directivas de sus superiores, en otros las cancelaciones de visas se llevaban a cabo directamente en Marsella, y eran aceptadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores, probablemente confiando en el buen juicio del funcionario.

De igual forma, aún debemos entender mejor cómo estaba conformado el Consulado, cuál fue el papel de los funcionarios que trabajaban junto a Bosques o a sus órdenes, cuáles fueron los grupos políticos más cercanos al Cónsul mexicano, y cuál fue el perfil de los refugiados políticos que recibieron sus visas en el Consulado de México en Marsella, entre otras cosas. Para ello debe encontrarse nueva documentación.

Lo que queda claro es que el margen de maniobra que pudo haber tenido Bosques en tanto Cónsul mexicano —más allá de acatar instrucciones, ese espacio que precisamente algunos otros diplomáticos aprovecharon para salvar gente incluso corriendo riesgos, y que es utilizado en las narrativas de rescate con fines didácticos para demostrar que aun en situaciones de guerra o en medio de un genocidio las personas tienen opciones y toman decisiones—parece haber sido utilizado en muy pocos casos. Y con ello se perdieron muchas posibilidades de salvar vidas.

Por supuesto, ninguna historia es una historia definitiva, y esta tampoco lo es. Faltan muchos archivos por revisar, muchos libros por leer, muchas fuentes por descubrir, e incluso nuevas interrogantes que podrán interpelar al pasado y a las fuentes de otras formas. Todo ello nos puede llevar por caminos distintos. Por lo pronto, si la memoria y los recientes actos de conmemoración han construido la imagen de Bosques en tanto héroe del Holocausto, a partir fundamentalmente de los testimonios de quienes sí recibieron visas en el Consulado de Marsella, de quienes recibieron su ayuda personal o de quienes atribuyen sus visas al Cónsul, es tarea de la historia recuperar las voces de quienes han sido doblemente victimizados: primero, por no haber recibido las visas y, después, por haber sido olvidados“.

Fuente: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México 49 (2015) 54-76, Universidad Autónoma de México, Cuajimalpa, México.