ELENA BIALOSTOCKY PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En los relatos del Holocausto poco se ha hablado de “los niños escondidos”, aquellos niños que, por decisión de sus padres y para salvar la vida, fueron entregados a conventos, escuelas o familias no judías.

Ésta es la historia de la Sra. Monique Mitastein, a quien Enlace Judío entrevistó en su casa el 21 de agosto del año en curso.

“Los recuerdos se mezclan, entre los propios y lo que me platicaron…”

Monique nació en Paris en 1939. A los dos o tres  años, al acercarse los nazis, los padres decidieron esconderla: la dejaron, junto con su hermana, al cuidado de una familia no judía de Ferce, en Bretaña, un pueblo de 2000 habitantes. En esta casa, también habían recibido otros niños.

Los pequeños crecieron sin cariño, bajo una constante amenaza que no entendían.

La madre de Monique permaneció  escondida con papeles falsos para poder trabajar y mandar dinero a la familia que cuidaba a sus hijas.

Las dos niñas fueron bautizadas. Años después, el alcalde del pueblo les entregó una copia de su fe de bautizo: a un lado, una leyenda mencionaba que, por ser judías, se había cambiado su verdadero nombre; después de la guerra, se añadieron los nombres originales.

A los sesenta años volví al pueblo y gracias a una foto que tenía de las personas que me cuidaron, llegué al panteón donde estaba la tumba con el apellido de la señora que me cuidó. Dejé allí un papel. En ese momento se encontraba junto a la tumba  una señora que me quedó viendo, le platique quién era yo y comentó: “Usted es una de ‘las polacas’, hace poco tuvimos junta ‘de generación’”

“Me llevó con el alcalde, su esposa me dio una dirección. Al abrir la puerta,una señora casi se desmaya cuando supo quién era yo. Era la hija de mi padrino de bautizo

Monique tampoco recuerda a qué edad le dijeron que su padre murió. Por el acta de defunción, sabe que salió en el primer tren de Francia hacia los campos de concentración y murió en Auschwitz.

Tenía 6 años cuando terminó la guerra. Un día, llegó una señora por nosotras. Decía que era mi madre, pero yo no la recordaba.

monique

MÉXICO

La familia viajó de Ámsterdam a México en 1949, en un barco de carga. Pudo hacerlo gracias a los Shuster, hermanos de la madre de Monique, quienes les enviaron documentos para emigrar.

Miriam Mitastein, la madre de Monique, encontró su lugar como maestra de iddish en el Colegio Israelita de México. Su padre trabajó de agente de ventas en una tenería de los señores Kracer.

“No nos aceptaron el los colegios judíos ni en los colegios mexicanos porque sólo hablábamos iddish y francés. Cursamos en el Liceo Franco Mexicano hasta terminar la preparatoria”.

Monique se graduó en biología y antropología. Fue maestra en el Politécnico, directora de GreenPeace México de 1996 a 1998. Trabajó para la Organización Mundial de la Salud, a nivel regional, y en la Secretaría del Medio Ambiente en el Distrito Federal,

LOS “NIÑOS ESCONDIDOS” Y SUS TRAUMAS

Yo he platicado con mis hijos de mi vida durante la guerra. La gente habla de los sobrevivientes, pero poco se toca el tema de los “Niños Escondidos”. Después de tiempo la gente se dio cuenta de que estos niños tenían también problemas y traumas, primero, cambiar de cultura, después volver a la cultura original. De este tema se comenzó a hablar por los años 90. Se habla mucho de la gente que sobrevivió a la Shoah, pero muy poco de estos niños; de hecho, no sé cuántos de estos niños hay en México.

Los cambios que sufrió Monique de pequeña le dejaron innumerables traumas a los cuales se tuvo que enfrentar. Uno de ellos tiene que ver con el idioma. A la niña, al esconderla, le pidieron no hablar en iddish, pero, después de la guerra, su madre y su abuelo le exigieron expresarse en esta lengua.

“También recuerdo que, de pequeña, no aguantaba viajar en el metro porque me daba claustrofobia. Tampoco podía ver los noticieros de la guerra: suponía que alguno de los cadáveres que veía era el de mi padre. Hasta la fecha, no me gusta la obscuridad; por las noches duermo con las cortinas un poco abiertas”

“Escribí una autobiografía en la que digo “Que no se quede callado el que quiera vivir feliz”, una cita de una canción de Atahualpa Yupanqui. Hay ocasiones en que las cosas las tiene uno atorado, no las puede relatar, yo me he guardado mucho… Hoy, he decidido hablar”.