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En los tiempos bíblicos, los israelitas eran más una nación que un grupo religioso. Ellos no tenían el concepto de conversión religiosa, porque era una idea incoherente el considerar la religión como algo separado de la nacionalidad. Por eso a Abraham Avinu lo llamaban “el hebreo” (ha ivri) y a sus descendientes “los hebreos”. Estos son términos que denotan una nacionalidad y como todas las naciones en esa época, incluía el adorar a su propia deidad particular, el Dios de Abraham.

MARCOS GOJMAN

En esa época no había una conversión religiosa formal, sino una integración cultural al grupo, pues muchos no israelitas se unieron a los hebreos, a través del matrimonio o por la aceptación de sus costumbres y de su Dios. El mismo Abraham y sus descendientes absorbieron a muchos paganos y a sus propios sirvientes, con lo que aumentaron el tamaño de su grupo étnico. En la época del Éxodo, según el midrash Tanhuma, los que salieron de Egipto no eran sólo hebreos, sino que una parte, el midrash habla de 40000, era gente no israelita que se les unió y que además estuvo presente en la recepción de la Torá en Monte Sinaí. Ya instalados en la tierra de Israel, los hebreos aumentaron su número integrando a miembros de los pueblos vecinos que vivían en Canaán.

La Torá utiliza los términos “ezraj” cuando habla de alguien que es israelita por nacimiento, “nojri” cuando es un extranjero que vive entre ellos pero que mantiene lazos políticos, culturales y religiosos con el pueblo del cual es originario y “guer”, que quiere decir residente o prosélito, para aquellos que no habiendo nacido hebreos, se han integrado a su cultura, costumbres y creencias.

Los “guerim” muchas veces se incorporaban al grupo israelita por la vía de los matrimonios mixtos. Mujeres paganas se casaban con hombres hebreos y automáticamente aceptaban pertenecer a su clan y practicar su religión. Los matrimonios resultantes eran vistos positivamente, porque al casarse, los paganos cambiaban una práctica idólatra por el Dios de Abraham.

Los guerim eran residentes permanentes y gozaban de muchos de los privilegios de los israelitas nativos. A todos los no israelitas que se unían a una familia o una tribu se les daba igualdad de derechos y de responsabilidades, aunque su participación en rituales religiosos se desarrollaba en etapas. La Torá ordenaba amar al extranjero porque el pueblo de Israel había sido extranjero en Egipto. Está escrito en Números 15:16: “Una misma ley (Torá) y un mismo derecho tendréis, vosotros y el extranjero que mora con vosotros.”

La integración cultural se da cuando alguien se une a un grupo mayoritario y adquiere sus mismas características o costumbres, perdiendo o relegando lo que lo distinguía. El caso bíblico más conocido es el de Ruth. Está escrito: (Ruth 1:16) “Y Ruth respondió: No me ruegues que te deje y que me aparte de ti; porque a donde quiera que tú vayas, iré yo; y donde quiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Así como Ruth, la moabita, de quien desciende el Rey David, también Ziporah, la midianita, la esposa de Moisés, se integró al pueblo de Israel al aceptar sus costumbres y su Dios.

Bibliografía: The Theory and Practice of Welcoming Converts to Judaism de Lawrence J. Epstein y otras fuentes.

Fuente:alreguelajat.com