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Así como las alegrías, las tragedias también tienen rostro. Imágenes indelebles de los protagonistas que cobran nueva vida en nuestra memoria, ese gran almacén existencial que nada olvida, tal es el doloroso caso del mayor sismo registrado en la historia de nuestro país.

RAÚL ALCALÁ EROSA (*)

Uno de esos rostros que vienen a nuestra mente es sin duda el de Lourdes Guerrero, quien conducía un noticiario matutino en ausencia del titular del mismo. En la breve y última imagen de la periodista con un plafón oscilando sobre ella se le vio tratando de calmar al teleauditorio e incluso dar la hora exacta: 07:19:42, misma en que la estación dejó de transmitir, lo mismo que las demás televisoras del Valle de México. Era la mañana del 19 de septiembre de 1985.

No muy lejos, el conocido periodista Jacobo Zabludovsky, recientemente fallecido, audiblemente emocionado improvisaba para tratar de transmitir, “en vivo”, vía telefónica desde su auto, mediante un enlace con Fernando Alcalá P., que se encontraba en una estación de radio capitalina. En su recorrido por el Paseo de la Reforma, el reportero conducía con una mano, mientras trataba de transmitir con aquel pesado radio-teléfono con la otra, rumbo al Centro Histórico, describiendo las escenas de pánico de los miles de capitalinos que a esa temprana hora, como él mismo, se dirigían a sus labores en aquel fatídico día. Los graves daños en los edificios se incrementaban mientras avanzaba, hasta arribar al transitado cruce con la avenida Juárez donde los derrumbes totales de hoteles y comercios presentaban un caótico aspecto similar al de un despiadado bombardeo, con intenso polvo y fuego expandidos a los alrededores de la Alameda y mucho más allá, hacia el Zócalo capitalino.

Hacia el Norte, el imponente conjunto habitacional Nonoalco-Tlatelolco presentaba también serios daños y derrumbes integrales. Ahí, otro rostro muy conocido nos recordará siempre aquellos días aciagos, se trataba del gran tenor español Plácido Domingo, quien cubierto de polvo y con el rostro afectado por el dolor trataba de rescatar personalmente a sus familiares.

“Ahí vivían, o viven…”, repetía con desorbitados y llorosos ojos el propietario de un pequeño restaurante que servía desayunos desde muy temprano, el cual atendía con su familia. Había salido a hacer algunas compras y al retornar los edificios se había venido abajo.

Las cifras oficiales de los daños son sólo eso, cifras, y poco nos dicen en comparación con aquellos rostros; daremos sólo algunas: diez mil muertos, siete mil heridos, cinco mil quinientos desaparecidos; once hospitales y ciento treinta y siete escuelas afectadas. Intensidad: 8.1, escala Richter.

La perspectiva que el tiempo otorga, a 30 años de la tristemente inolvidable tragedia, nos permite apreciar el valor humano que se vio reflejado en aquellos miles de rostros en solidaridad con el vecino, e incluso con el desconocido hasta entonces, compartiendo un duelo incurable y exponiendo sus propias vidas al tratar de rescatar a los sepultados bajo escombros.

Entre el anterior megaterremoto de 1957, de un grado menos de intensidad, y el de 1985 que también afectó directamente a los estados de Michoacán, Guerrero y Jalisco, transcurrieron casi tres décadas, no serán los últimos. La interrogante es: ¿estamos preparados para que la pesadilla no se repita?— Mérida, Yucatán.

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*Arquitecto, escritor e historiador yucateco

Fuente:yucatan.com.mx