EDUARDO SCHÑADOWER MUSTRI PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

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Sábado 22 de agosto del 2015.

Hoy se cumplieron 38 semanas de embarazo de mi esposa, Yafa, y en vista de que aún faltaban dos semanas para la fecha estimada de parto y aún no se percibían señales de contracciones, decidimos seguir nuestra vida normal. Fuimos al Deportivo como de costumbre, y vi cómo mi esposa se retiró varias veces de la caminadora y regresó. Pensando que simplemente estaba yendo mucho al baño, no le di importancia.

Todavía nos fuimos a bañar y al salir me dice Yafa: “Tenemos que ir al hospital”. Me comentó que estaba teniendo ciertos problemas, y el ginecólogo pidió que fuéramos a que se hiciera una cristalografía para asegurar que no se tratara de una infección. Pero algo dentro de mí me decía que era otra cosa. Los nervios me empezaron a invadir al grado que manejaba de manera titubeante, mi esposa pidió que le permitiera manejar pero ante esa situación insistí en hacerlo yo.

Llegamos al hospital donde la residente de ginecología nos dijo que, efectivamente, se trataba de una rotura franca de fuente y que no había necesidad de ningún examen. Pero el cuello estaba completamente cerrado, la dilatación era cero. Aun así, ya no había otra posibilidad, en cuestión de horas dejaríamos de ser una pareja para pasar a ser una familia. Comenzaron las llamadas telefónicas a nuestros allegados.

Tras dos horas de contracciones inducidas por Oxitocina, la situación no cambió. El bebé simplemente no descendía y el cuello no se abría. Ante esa situación, el médico decidió que era necesario realizar una cesárea. Llegó el anestesiólogo, interrogó a mi esposa y al poco tiempo se la llevaron. Pasaron algunos minutos y una enfermera me pidió que la siguiera. Me dieron ropas esterilizadas para que me colocara, y me llevaron a través de una serie de pasillos de paredes exclusivamente blancas, sin ninguna decoración, hasta llegar a la puerta del quirófano.

Una vez ahí, me senté al lado de la cabeza de mi esposa, y frente a nosotros había una cortina que impedía ver el resto de su cuerpo. Además de los médicos, había aproximadamente unas diez personas más en la habitación, todos vestidos con las típicas prendas azules que se usan en las cirugías y con las bocas tapadas. Sonaba música de los ochenta. Nuestro médico cuestionaba a un estudiante acerca de todo lo que estaba viendo. “¿Qué es esto?” “¿Para qué sirve?”. La voz del estudiante era muy tenue y sus palabras no se distinguían, pero al parecer estaba acertando.

Tras algunos minutos, el anestesiólogo me pidió que me levantara para ver el nacimiento. Yafa insistió en que tomara fotos, pero lo que había ahí parecía una auténtica carnicería. Me negué rotundamente. De la abertura vi primero asomarse una bola de pelos, lo cual me asustó. Pero rápidamente salió el resto de su cuerpo y ahí estaba, una pequeña e indefensa criatura, con cabello abundante y de sexo femenino, con la piel teñida de morado y un cordón corto que le daba la vuelta a su cuello. Esa niña jamás iba a lograr salir por la vía natural.

De inmediato lloró y comenzó a hacer sus necesidades fisiológicas. Lo que en cualquier situación sería grotesco y desagradable, hoy fue un motivo para llenarse de alegría. El pediatra nos informó que todo había salido de maravilla y que la infanta se encontraba completamente saludable. Tras limpiarla, me dieron unas tijeras quirúrgicas y lleno de emoción corté el cordón.

Me la dieron a cargar. 2,600 gramos que sentí como si apenas fuera una pequeña pluma. Esta criatura, tan pequeña y tan frágil, a partir de hoy cambiaría nuestras vidas para siempre.

La llevé con Yafa y con gran emoción la vio, las lágrimas brotaron inevitablemente de sus ojos. Una enfermera ayudó a colocarla de manera que pudiera darle su primer alimento, y con gran facilidad pudo comer la niña del seno de su madre.

Mientras se llevaban a mi mujer a recuperación, el pediatra y yo salimos con la niña a la sala de espera donde nos esperaban (valga la redundancia) amigos y familiares. Ni siquiera el día de mi boda había visto tanta emoción derrocharse en tan sólo unos instantes. No existe mayor alegría en este mundo que la de ver una nueva vida, sangre de tu sangre, emerger en él.

Siguieron un par de días sumamente intensos en el hospital, colmados de visitas, que a su vez nos llenaban de alegría y de cansancio. Aunque Yafa y yo sabíamos ya cuál sería su nombre, lo mantuvimos en silencio hasta que no le fuera dado en la sinagoga.

Debido a ello, no quisimos esperar mucho y el día lunes asistí al servicio matutino a Beth Itzhak, el templo de mi comunidad más cercano al hospital, en compañía de mi cuñado, y cuando subí a la Torá se dijo una bendición por la parturienta y posteriormente por la niña que acababa de nacer, Liora Beile Bat Abraham. Al pronunciar esas palabras, una pequeña lágrima rodó por mi mejilla, lleno de emoción. Pero no hubo más porque pronto el canto de “mazel tov” fue entonado por todos los asistentes.

El martes finalmente salimos del hospital, y es entonces que comenzó realmente nuestra nueva vida como familia. Aquellos que ya son padres ya saben cómo es, y los que todavía no, pues sólo les puedo decir que aprovechen y duerman mucho.

27 de septiembre 2015

Ahora ya sabe usted, querido lector, por qué me había ausentado de estas páginas. Creo que no existe una mejor manera de comenzar este año que con la mayor de las alegrías, y por eso es que hoy se la comparto. שנה טובה ומתוקה

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