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EDUARDO SCHÑADOWER MUSTRI PARA ENLACE ENLACE JUDÍO MÉXICO

 A la memoria de Bertha Barán de Schñadower, Z”L

Si hay algo certero en este mundo, algo que sabemos que a todos nos llegará tarde o temprano, es la muerte. Es algo que sin importar el credo, etnia, clase social o ideología, habrá de ocurrirnos. La única incertidumbre es cuándo. Y si bien no sabemos ni tenemos manera de saber si hay algo después de la muerte, y de haberlo, qué es, una de las cosas más complicadas de esto es el cómo lidiamos aquellos que nos quedamos en este mundo con la falta de aquellos cercanos a nosotros que se han ido.

Aun sabiendo que es algo que tarde o temprano deberá ocurrir, lidiar con estas pérdidas es algo que resulta sumamente difícil. También lo es cuando uno no sufre la pérdida directamente pero le toca ver a un ser querido pasando por ello. Se trata de algo tan increíblemente complicado, que hay un gran número de respuestas acerca del cómo encontrar el consuelo, cómo conseguir la tranquilidad y cómo honrar la memoria del difunto. Si bien un gran número de respuestas se puede hallar en las religiones, la ciencia también ha expresado su punto de vista a través de la tanatología (el estudio científico de la muerte, que cubre tanto los aspectos físicos como psicológicos y que busca dar atención terapéutica tanto al moribundo como a sus familiares). Cada uno tiene sus propias indicaciones tanto para el doliente como para sus allegados, así como para el adecuado manejo del cuerpo y el alma del que se fue.

Mi entorno social me ha permitido conocer dos formas muy diferentes de llevar este proceso, y que a su vez tienen muchos aspectos en común. Los velorios, que es la forma en que lo llevan los católicos, religión mayoritaria en México, y las shives, que es como lo llevamos los judíos.

Las shives ocurren de manera posterior al entierro. Ya que en el judaísmo es de suma importancia que el cuerpo descanse lo más rápido posible, por lo general las personas en duelo aún siguen en shock cuando esto ocurre, una vez que el cuerpo ha sido inhumado, se pide a los hijos, hermanos cónyuge y padres que se sienten en el suelo en la casa del difunto (o de una persona muy cercana si esto no es posible), y se hacen rezos especiales durante una semana. La persona que dirige los rezos normalmente da algunas palabras de sabiduría inspiradas en algún tema religioso que puedan relacionarse con algún aspecto de la personalidad del difunto o bien para dar aliento a los presentes. Durante esta semana todos los allegados pasan a visitarlos, ofreciendo consuelo. A los visitantes se les ofrece comida y bebida para que se sientan a gusto. A excepción del momento del rezo, la gente por lo general conversa a alto volumen, se pueden escuchar llantos y risas,  a veces hablando con alegría de los momentos que se vivieron con la persona que nos ha dejado o de otros temas no relacionados, y a veces lamentando su partida con suma tristeza.

Cuando el estado de ánimo del doliente se lo permite recibe con alegría a todos los que llegan. Cada cara nueva que llega a honrar la memoria de quien murió, o a ofrecer una pequeña muestra de cariño, es un pequeño granito de consuelo. Personas que por azares del destino se habían dejado de ver, incluso por décadas, suelen llegar en estos momentos a recordar a los “avelim” (como se les llama a los dolientes en hebreo) que al menos en su corazón nunca se dejó de estar.  Es esto lo que hace que la shive sea un momento en el que se vive la aparente contradicción de sonreír y llorar decenas de veces a lo largo del día. “Que nos veamos en fiestas” es uno de los deseos que siempre se expresa, recordando que habrá momentos mejores que compartir en un futuro y que se espera que esto sea pronto.

Por su parte, el velorio es una ceremonia muy distinta. Al igual que en la shive, hay comida y bebida disponibles para los asistentes. Sin embargo, el velorio ocurre antes del entierro o cremación, y se juntan en casa del difunto o en una funeraria a pasar una noche en vela cuidando del cuerpo, para que al día siguiente se haga el sepelio. El cuerpo se coloca en un ataúd y dependiendo de las preferencias de cada familia puede estar abierto o cerrado. Este evento solamente dura una noche, por lo cual las visitas de los allegados se juntan y esto hace que el evento sea más aglomerado. La mayoría de la gente viste de negro y hablan a volúmenes muy bajos, dando una gran solemnidad al ambiente. Si la familia lo requiere, un sacerdote les dirigirá para pronunciar el Rosario y dirigirá también algunas palabras de aliento. Los asistentes, para honrar al difunto, llevan ofrendas florales y se colocan alrededor de la caja. Mencionar la palabra “fiesta” en este caso podría resultar inadecuado. Aquí las risas no tienen tanta cabida como en una shive, por lo que si llegan a escucharse, son muy discretas, pero uno sí puede ver que los familiares cercanos a aquél que está dentro de la caja dejan escapar tímidas sonrisas al ver a todos aquellos que vienen a ofrecer sus sinceras condolencias, y en especial a aquellos con los que se había perdido contacto.

Vemos entonces dos claros ejemplos de cómo las formas de lidiar con una muerte entre diversas personas pueden llegar a parecer diametralmente opuestas. Cada una es escogida por aquellos que viven el terrible momento y es la que ellos consideran la mejor forma de llevarlo y lo que les dará mayor tranquilidad. Pero en su esencia, ambas formas de llevar estos eventos tienen más en común que diferencias. Y aunque por cuestiones de espacio no hable de otras tradiciones, seguramente el lector podrá ver que esta esencia siempre se mantiene.

Cuando ocurre un evento así, se puede observar que siempre lo más importante es:

  1. La presencia de familiares, amigos, colegas y conocidos, incluidos muchos de tiempo atrás. Cuando una persona se va se crea un hueco imposible de llenar y esto puede hacer que quienes le sobreviven sientan una terrible soledad. Aunque ni si quiera todos los visitantes juntos podrán jamás llenar ese hueco, su simple presencia deja en claro que uno no está solo. Compartir el dolor lo hace más llevadero. No importa si no se tienen las palabras precisas porque éstas no existen, lo único que es preciso en este momento es estar presente.
  2. Contar con un guía espiritual. Trátese de un rabino, un sacerdote o un terapeuta, esta persona es alguien que hablará siempre con sabiduría y tendrá siempre algo qué decir, es alguien que ayuda a regresar al camino a aquellos que se sienten perdidos y le da sentido a las cosas que están ocurriendo cuando nadie más puede. Es alguien centrado que si bien no necesariamente está sintiendo el dolor que sienten los demás, conoce lo que es y cómo manejarlo.
  3. Honrar al fallecido. Mucho del vacío que generan estas pérdidas se debe a que uno empieza a pensar en todo aquello que pudo haber sido diferente, todo lo que pudo haberse hecho mejor, a los males que no se resarcieron, a las deudas que quedaron pendientes. Y aunque ya nada de eso se puede cambiar, darle un último honor a esa persona siempre es un gran alivio para quienes le conocieron.

Cada religión, cada tradición e incluso la ciencia buscan constantemente ofrecernos la mejor respuesta acerca de cómo este tema tan complicado debería manejarse. Pero independientemente de cual sea el camino que uno decida tomar, lo más importante será siempre saber que uno no está solo, que aun sin esa persona nuestro camino sigue y se debe retornar a él y que se sepa siempre que la única deuda que se tiene con un fallecido es tenerlo siempre en el corazón y en la memoria, que nunca se trate de borrar esa huella indeleble que dejó en esta vida.