GUY MILLIÈRE – Al igual que en años anteriores, el discurso de Benjamin Netanyahu en la sede de la ONU esta semana fue un discurso notable, que mostró que había por lo menos un hombre de Estado y un hombre muy corto que hará historia en esta asamblea donde se suceden los mentirosos, manipuladores y otros impostores.

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AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Como en años anteriores, Netanyahu ha mostrado determinación, inteligencia y lucidez.

A diferencia de años anteriores, mostró que estaba enfadado, y explicó de inmediato por qué.

El silencio acusatorio de Netanyahu:

Si se tratara de su país que los iraníes amenazaran de erradicar, ciertamente ustedes no se comportarían de la misma manera. No perderían su tiempo celebrando el acuerdo de Lausana.

La razón de su enojo no era el discurso pronunciado ayer por Mahmoud Abbas. Claramente, Mahmoud Abbas, ha demostrado ser una propaganda insidiosa, pero esto no es nuevo. Mahmoud Abbas siempre ha sido lo que es hoy. Es por eso que es el dictador de una entidad malvada llamada Autoridad Palestina (no puedo llamarlo Presidente: su mandato ha expirado hace más de seis años).

Abbas vino a decir que ya no respetaría los acuerdos de Oslo que tiene la Autoridad Palestina, en cualquier caso, jamás los respetó. Ha confirmado que no respetaba nada ni a nadie. En un mundo lógico, la conclusión a extraer debería ser que la Autoridad Palestina ya no tiene razón de ser y se debe disolver.

Pero en las Naciones Unidas, que no se sitúan en un universo lógico, eso equivale, por el contrario, a una recompensa. Así, poco antes de la bandera de la Autoridad Palestina, entidad que debe su existencia a los Acuerdos de Oslo, que él nunca ha respetado, cuyo dictador estaba a punto de anunciar oficialmente que constituían un pedazo de papel en el que limpiarse los pies, mientras bebía sangre judía, fue izada en la cima de una estera en Manhattan. Binyamin Netanyahu pudo repetir que estaba abierto a negociaciones incondicionales entre Israel y la Autoridad Palestina, estaba seguro que no habría respuesta.

La razón de la ira de Binyamin Netanyahu no fue la intervención de Vladimir Putin, quien ha decidido reforzar lo que queda del régimen de Assad y convertir lo que queda de su territorio en un protectorado ruso.

Netanyahu sabe hace mucho tiempo lo que hace Putin y se lo pasó bien con él recientemente en Moscú. Sabe que Medio Oriente está ahora bajo la sombra de un poder hegemónico: Rusia.

La razón de la ira de Netanyahu no eran tampoco los vínculos entre Putin y el régimen clerical en Teherán: estos vínculos no son nuevos, sólo se refuerzan aún más. Netanyahu debe y deberá intentar que Putin frene el entusiasmo de los mulás y haga lo necesario para que no vayan demasiado lejos.

No, la razón de la ira de Netanyahu era la abyecta complicidad de las potencias occidentales, empezando por los Estados Unidos de Obama, con el régimen clerical.

No es sólo que Obama ha abandonado a Israel y los países árabes sunitas y concedido a un poder fanático todos los medios para adquirir armas nucleares, sino que ha recompensado a dicho poder permitiendo que se levanten todas las sanciones que lo golpeaban; ha cerrado los ojos a los vínculos de Irán con el terrorismo islámico mundial y le dio los medios de convertirse en santuario.

De esta manera Obama hace correr a Israel un peligro de gravedad absoluta, pero también constituye una amenaza absoluta para todo el planeta. A partir de ahora, para descartar este peligro, no queda más que Israel y Putin, si Israel sabe utilizar sabiamente las cartas estratégicas con las que cuenta.

Sabiendo lo que se arriesgaban a oír, y deseando, como Tartufo, esconderse de un discurso que no sabrían escuchar, John Kerry y Samantha Power, la embajadora de Obama en la ONU, abandonaron la sala antes que Benjamín Netanyahu tomara la palabra. Las autoridades iraníes no estaban allí tampoco, por supuesto.

Esos otros países cómplices de Obama estaban, por su parte, en la sala: los estados de Europa y, en particular, Alemania y Francia.

La ira de Netanyahu también se dirigió contra ellos.

Más allá de la ira, Binyamin Netanyahu pronunció un discurso impregnado de una inmensa grandeza moral, y recordó, en un lugar donde esas cosas nunca se recuerdan, que hay valores éticos.

Mostró que estaba solo, pero que eso no sólo significaba que el mundo había abandonado a Israel y el pueblo judío, una vez más, sino que abandonando a Israel y el pueblo judío, los países supuestamente civilizados abandonaban además, todo aquello que dicen encarnar.

Al recordar esto, Netanyahu observó cuarenta y cinco segundos de un silencio escalofriante más elocuente que todas las palabras: el silencio que recibió de Barack Obama, John Kerry, Samantha Power, Francois Hollande, Angela Merkel, y tantos otros políticos, por desgracia, también en Francia, los que dicen encarnan “los republicanos”.

Nadie puede saber lo que Netanyahu tiene la intención de hacer con Irán. Nadie puede saber el contenido central de sus conversaciones con Vladimir Putin, pero está claro que Netanyahu le ha puesto fecha.

Es evidente que se ha colocado en una posición que sólo él ocupa, y, que a su lado, todos los demás oradores en Nueva York esta semana parecieron profundamente patéticos. Con la excepción de Vladimir Putin, que, al menos, se comporta como cínico seguidor del realismo político y lo asume con frialdad maquiavélica.

Metula Noticias

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Traduce y edita: Silvia Schnessel para Enlace Judío México

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