IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Lo que hace que una sociedad esté completa es su conciencia ecológica, su desarrollo del conocimiento, el correcto ejercicio del poder, y la capacidad de diferenciar lo sagrado de lo profano. En cambio, lo que hace completo al individuo es una comunión personal con D-os, la capacidad de maravillarse ante la belleza, cultivar su huerto, diferenciar lo que le rodea, y encontrar pareja.

Génesis III“Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día en que Adon-i el Señor hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese” (Génesis 2:4-5).

Se trata de un nuevo inicio, un nuevo relato. Narrativamente hablando, nada que ver con el anterior. Los editores finales del texto, con Ezra a la cabeza según la tradición judía, no tuvieron la intención de hacer una recensión o fusión de los dos relatos. Simplemente, los pusieron allí, uno junto al otro para completar un programa ideológico.

La recensión, de cualquier modo, hubiera sido imposible. En este nuevo relato la Creación entera es hecha en un día y sigue un orden distinto: en principio, resulta llamativo que ya desde un inicio están creadas las plantas y las hierbas del campo, aunque todavía no han nacido porque todavía no hay lluvias. Es decir, la tierra está vacía. Potencialmente existe el Reino Vegetal, pero todavía no ha sido activado.

Lo primero en ser creado es el hombre: “Entonces, Adon-i el Señor formó al hombre de la tierra…” (Génesis 2:7).

Todas las películas y cuadros que nos han mostrado a D-os en medio del Paraíso creando al hombre fallan en su apreciación. La imagen que nos da el texto bíblico es, en realidad, muy distinta: Adam levantándose del polvo después de haber recibido el soplo de vida Divino, pero en un mundo donde no hay nada. Sólo la arcilla de la que fue creado.

Será hasta el versículo 8 que esto cambie: “Y Adon-ai el Señor plantó un Huerto en Edén, al Oriente, y puso allí al hombre que había formado”.

Las diferencias con el relato del capítulo 1 son enormes. En aquel, el ser humano es creado como sociedad en un mundo que ya está completo, salvo porque falta la humanidad. En este, el hombre como individuo es testigo de cómo D-os crea el primer lugar habitable y tiene la experiencia de ser puesto allí por D-os.

Con ello se empiezan a marcar las diferencias entre el ser humano como colectividad y el ser humano como individuo: la sociedad debe entenderse como parte integral de la naturaleza, mientras que el individuo debe saber marcar una distancia y estar consciente de que D-os mismo es el que ha hecho cosas buenas y hermosas para él.

De ese modo se marca una dimensión distinta en la relación de D-os con el individuo: se trata de algo personal, no institucional. En el capítulo anterior, la sociedad rige su relación con D-os a partir de criterios religiosos, basados en la santificación del séptimo día, y en las ordenanzas de fructificar y multiplicarse y señorear en la tierra sobre todas las demás creaturas. En otras palabras, la sociedad se relaciona con D-os por medio de la religión.

En este segundo relato las cosas cambian: antes de que el hombre individual reciba órdenes de D-os, es testigos de su presencia y de su acción benévola. Al abrir los ojos, lo primero que contempla es a D-os mismo; luego mira el mundo inhóspito y vacío, pero también ve al Creador en acción plantando un huerto paradisiaco para él. Con ello se consolida una intimidad que no se menciona en el relato anterior. De ese modo, la norma está dada:

La religión es para la sociedad; la espiritualidad es para el individuo.

Por eso, en este relato D-os se revela por nombre. A diferencia de Génesis 1, donde D-os es referido como “Elohim”, a partir de Génesis 2:4 se le refiere con las Cuatro Letras Sagradas, a menra de Nombre personal. Es cierto que eso se debe al origen distinto de cada relato, pero también es cierto que está en perfecta sintonía con el programa teológico del editor final.

El relato sigue con D-os haciendo obras prodigiosas dentro del Huerto en Edén: los cuatro grandes ríos que bañan la tierra, y “árboles delicisos para la vista y frutos buenos para comer” que brotan del suelo, y en el centro el Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.

Nótese como ahora el concepto de ciencia tiene connotaciones morales. En el capítulo anterior, en relación a la sociedad, la ciencia es un privilegio en todo sentido. D-os ha puesto las luminarias en el cielo para que el hombre pueda crear conocimiento, y luego dice “vio D-os lo que había hecho, y vio que era bueno”. La ciencia, si cumple con los objetivos sociales para los que fue creada, es buena.

Pero en la dimensión individual es distinto. Puede ser buena o mala. La paradoja moral está desde el propio inicio, y por eso hay una prohibición: “De todo árbol del huerto podrás comer, mas del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no comerás, porque el día que de él comieréis, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).

La idea es clara: no le toca al individuo mantener el control de la ciencia, y menos aún la decisión de lo que es bueno y malo. Todo ello debe, siempre e inequívocamente, responder a los intereses y necesidades de la colectividad.

Todo lo anterior tiene un desenlace obligado: Adam entra en conciencia de que está solo, y eso no es bueno.

Nótese: la frase más repetida en Génesis 1 es “vio D-os todo lo que había hecho, y vio que era bueno”. Aquí, por primera vez, aparece la idea contraria: hay algo que no es bueno. Con ello también nos queda claro que el individuo siempre va a vivir en contraposición a la sociedad, que habrá aspectos en los que los intereses individuales sean de una naturaleza del todo distinta a los intereses sociales.

Pero debe haber equilibrio. Hay demandas individuales que son perfetamente legítimas y que no ponen en riesgo la estabilidad social. Por ello, D-os no tiene inconveniente en satisfacer la necesidad individual de compañía.

Y entonces crea a los animales y los trae ante Adam para que les ponga nombre.

Es obvio que la compañía idónea no va a salir de allí. La idea es que para que Adam esté listo para encontrar a su compañera, primero tiene que ser una persona con oficio. La inactividad, el marasmo, e incluso la sorpresa ante la acción creadora de D-os, si se reducen a la vida meramente contemplativa, no resuelven las necesidades del individuo. Menos aún las de la sociedad.

Para lograrlo de manera legítima, Adam tiene que labrar y cuidar el huerto y nombrar a los animales. Sólo hasta que ha demostrado cumplir con su oficio y ha aprendido a diferenciar las cosas por nombre es que está listo para recibir a su pareja.

Lo prueba la creación de Java (Eva), que debería ser una situación misteriosa: Adam cae en sueño y se levanta sin una costilla, pero con una mujer. Y, sin embargo, es todo lo contrario: el hombre con oficio y entrenado en el ejercicio de nombrar (que implica la práctica de diferenciar, analizar y entender) las cosas, desde un inicio puede decir “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Mujer, porque del Varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:23-24).

A diferencia del relato anterior, el individuo ha sido testigo del acto de Creación de D-os. Llama la atención que en este segundo relato D-os no le ordena a Adam y Java “fructificar y multiplicarse” o “sojuzgar la tierra” y “enseñorearse” de los animales.

Esos son privilegios y responsabilidades de la sociedad, del ser humano en su dimensión colectiva, no en su dimensión individual. Tiene lógica: el dominio de la naturaleza por parte del ser humano está relacionado con la ciencia como patrimonio de todos, no de unos cuantos.

Adam y Java, los individuos ahora convertidos en familia, simplemente se deben dedicar a labrar y cuidar su huerto, siempre con la restricción de no comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.

Es muy interesante diferenciar las ideas antagónicas que hay en ambos relatos respecto a lo que es el ser humano ante una Creación “completa”.

En la dimensión colectiva y social, el ser humano debe entenderse como parte de la Naturaleza. De hecho, entender que la Naturaleza ya estaba allí antes que nosotros.

Luego, antes que otra cosa, debe entender que el conocimiento se obtiene de la observación (en concreto, de la observación de los astros; y es cierto: así empezó nuestro qué hacer científico), y que debe responder a los intereses de todos.

Entendiendo el lugar que le corresponde y la necesidad de crear conocimiento, la sociedad está lista para recibir la orden de enseñorearse de la Naturaleza. Luego entonces, primero debe haber conciencia, luego ciencia, y sólo hasta después el ejercicio del poder. Invertir el orden es hacer regresar el mundo a su condición original de caos y desolación.

Y nótese: sólo hasta que todo este proceso de tres etapas (conciencia, ciencia y poder) están en equilibrio, la sociedad está en condiciones de poder distinguir entre lo sagrado y lo profano. Por eso es hasta el final que D-os instituye la dimensión religiosa, santificando el séptimo día. El orden está completo como los puntos cardinales: conciencia, ciencia, poder, religión.

Y vale la pena señalar: el conocimiento viene de la ciencia, no de la religión. Del mismo modo, el ejercicio del poder viene de la sociedad, no de la religión.

Con el individuo es al revés: despierta y lo primero que ve es a D-os, al que desde un inicio percibe como su propio Padre. Alrededor, no existe nada. No hay Naturaleza que contemplar. En cambio, es testigo de los prodigios de la Creación: Adam ve cómo su Padre construye un Paraíso lleno de árboles deliciosos. De ese modo, de la contemplación espiritual el individuo pasa a la contemplación estética (artística), porque ya no sólo ve lo portentoso del Creador, sino también la belleza de la Creación.

Los prodigios siguen: se crean los ríos, se crean los animales. Y se llega a lo inevitable: el individuo que sabe contemplar tarde o temprano descubre que está solo. Pero no hay problema: el Padre amoroso también resuelve esa condición, y para el individuo bien entrenado en su vida espiritual no hay misterio alguno. Desde que ve a Java, Adam sabe quién es y qué papel representa en la Creación entera.

Aquí los discursos sobre la religión, el poder, la ciencia y la conciencia son completamente distintos. De entrada, no existe una dinámica religiosa, sino una comunión personal con D-os. No es Adam obedeciendo normas que le ayuden a distinguir lo sagrado de lo profano, sino el hijo terreno que contempla a su Padre Celestial en todo momento.

No hay ejercicio del poder tampoco. Sólo la obligación de cuidar y cultivar el huerto. No existe la idea de dominio, sólo la idea de trabajo.

¿La ciencia? Está representada por la naturaleza –el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal–, pero no se debe tocar. La única actividad “científica” que le corresponde al individuo es nombrar –es decir, aprender a observar, diferenciar, entender y, por lo tanto, nombrar– lo que le rodea.

Así pues, lo que hace que una sociedad esté completa es su conciencia ecológica, su desarrollo del conocimiento, el correcto ejercicio del poder, y la capacidad de diferenciar lo sagrado de lo profano.

En cambio, lo que hace completo al individuo es una comunión personal con D-os, la capacidad de maravillarse ante la belleza, cultivar su huerto, diferenciar lo que le rodea, y encontrar pareja.

¿Qué viene después?

La Biblia, una colección de relatos tan desconcertantes y maravillosos como brutales y crudos. ¿Por qué? Porque es la historia del ser humano en su eterno conflicto para lograr el equilibrio entre lo que corresponde a la sociedad y lo que corresponde al individuo.

No es de extrañarse: recuérdese que el orden y organización final de estos relatos fue establecido por una generación de escribas, Ezra a la cabeza, que tenían que dirigir espiritualmente a un pueblo que había sido destruido por los babilonios y que no se terminaba de convencer del proyecto de restaurarse.

Por eso hay que explicar el correcto orden de los intereses colectivos e individuales.

Pero, sobre todo, por eso hay que explicar en dónde radican los grandes errores que han hecho de la humanidad una especie caótica, conflictiva y violenta.

Siguiendo ese programa, el texto bíblico sigue con los tres relatos de la caída. El primero es la continuación del relato de la creación del individuo, y es el que analizaremos la próxima semana.

El segundo es el relato que nos muestra la caída de la sociedad, continuando de ese modo con la narrativa del capítulo primero del Génesis.

Y el tercero está dedicado a esa cultura antigua que tanto fascinó a los judíos de la época de Ezra y que, pese a todo, habría de ser la sede de la más esplendorosa comunidad judía de la antigüedad: Babilonia.