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GABRIEL ALBIAC

 

Es una rara fortuna que la Fiesta Nacional española tomara como asiento el hecho más universal de la historia de los hombres.

Era el invierno de 1513. La carta de diciembre a Vettori sugiere una estación, sin embargo, benévola. Nicolás Maquiavelo describe sus desventuras de hombre urbano relegado a un bucolismo que es la prisión que más detesta. El canciller florentino, degradado y desterrado por los Medici bajo oscuras acusaciones conspiratorias, se forja en su caserón de Sant’Andrea una Arcadia inversa. Que, al bucólico paisaje virgiliano, opone la clausura de una buena biblioteca al abrigo de la naturaleza. En esa biblioteca ofician, sobre todo, los grandes historiadores latinos. Tito Livio preside.

Y allí, tras ese blindaje y con esa ilustre compañía sólo, inventa Maquiavelo la modernidad política. No tiene predecesor en eso. El prodigio que el sereno diplomático alumbra viene de una sola fuente: los clásicos, casi olvidados. Y, en su lectura, no sólo sabe él ver las huellas del presente. Alcanza, más allá, a poner coordenadas al mundo, por completo nuevo, que un día será llamado edad moderna. Y Maquiavelo, a la hora de fijar la grandeza de su esfuerzo por pensar una política por completo nueva, sólo da con un modelo: la aventura loca de aquellos que se lanzaron al mar, en la más plena incertidumbre, para acertar con el hallazgo de un mundo imprevisto. En una apuesta de riesgo desmedido. Así deberá hacer quien busque teorizar un nuevo Estado. Arranque de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio: “Aun cuando, a causa de la envidiosa naturaleza de los hombres, haya siempre sido igual de peligroso hallar modos y órdenes nuevos que buscar aguas y tierras incógnitas…” 1492 resuena en cada línea del hombre que está inventando la Europa moderna: la apertura a “aguas y tierras incógnitas”, donde ya no hay límites.

La edad moderna nace aquel 12 de octubre de 1492 en que tres cáscaras de nuez lanzadas a un océano ignoto, sobre una tierra que la mayor parte de los hombres sabe, con certeza,  un disco plano más allá de cuyos bordes sólo se abre el abismo, arriban a una costa que, inimaginablemente, está allí, allí donde no podía haber nada. Puede que nunca en la historia de los hombres haya irrumpido con tal brusquedad un acontecimiento tan perturbador. No es geográfico. No sólo. Trastrueca la medida de humanos y cosas. El universo es sin sentido y, no obstante, navegable: acotable por los mapas de los cartógrafos.

Es una rara fortuna que la fiesta nacional española tomara como asiento el hecho más universal de la historia de los hombres. El hecho del cual nace eso a lo cual un ilustre historiador de la ciencia llamará el paso irreversible de un pequeño mundo cerrado a un universo infinito. La universalidad humana nace un 12 de octubre en que tres cáscaras de nuez asienten la certeza de que todo lo pensado hasta ese día era caduco.

Sólo en dos ocasiones el nacimiento de una nación definirá una época: el 12 de octubre de 1492 español inicia la edad moderna; el 14 de julio de 1789 francés, la contemporánea. No hay valoración ni deseo que pueda alterar eso.

 

Fuente:abc.es