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RICARDO SILVA PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

“Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos”.

César Vallejo

Antes que los hermanos y cineastas Yoav y Doron Paz llenaran de zombis Tierra Santa en su película JeruZalem (2015), ya Brad Pitt había corrido por su vida y hasta cortado el brazo de una soldado israelí para evitar ser mordisqueados e infectados con el virus de los “muertos vivientes”. Pero todavía antes de Guerra Mundial Z (2013), hace 2000 años, Jerusalem fue invadida por seres venidos de la tumba, según relata Mateo en su evangelio:

“y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron; después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos”.

¿Metáfora, premonición, homenaje mediático? Bien podría pensarse que todo eso de los zombis tiene una gracia limitada. Ropas desgastadas, piel podrida, ojos en blanco o en negro, miembros desconchabados y la muy mala devoción por degustar carne humana. Lo cierto es que son tendencia en películas, comics, literatura e incluso performances populares de necrosados “vivientes” en las grandes capitales del mundo.

En serio, lo que resulta aterrador es la posibilidad de ver al fenómeno zombi como una alegoría de la realidad del siglo XXI. Quiero jugar con usted que lee estas líneas. Visualice este escenario:

Colóquese caminando en una calle oscura, a media noche, sin celular, sin transporte y todavía lejos de su destino. Escucha pasos. Dobla la siguiente esquina pensando que quien viene atrás seguirá de frente, pero no, las pisadas le siguen. Usted aprieta el paso, no quiere parecer cobarde ni llamar la atención así que lo hace de manera discreta, sin afanarse. Sorpresa, el sonido de los pasos también se acelera y hasta puede escucharse muy cerquita, casi en el cuello, algo parecido a un chillido como de roedor, un animal hambriento. Usted es ahora claramente una presa. Pero ahora bien, no todo está perdido. En el mundo material todo se resuelve con dinero, así que encara llanamente al perseguidor. Usted saca su cartera, con su sueldo íntegro, recién cobrado, se lo ofrece, pero no lo quiere. Usted reza, le pide compasión, pero no se conmueve. Trata de dialogar, convencerlo de que matar es malo, pero su perseguidor no razona. Entonces usted se da cuenta rotundamente que se trata de un zombi, por lo tanto no hay nada que hacer sino defenderse a como dé lugar, vida por vida.

Regresemos a Jerusalem, imagine el mismo escenario pero su perseguidor en lugar de dientes usa cuchillos, herramientas o todo aquello que pueda partir la piel.

¿De dónde me viene esta absurda relación?

Zombis y el terrorista actual:

  • No les interesan las posesiones materiales de la víctima
  • Atacan a todos, menos a los suyos
  • No se puede dialogar con ellos, no se les puede convencer de no matar
  • Quizá la motivación es distinta, pero el objetivo es el mismo: matar
  • No hay instinto de sobrevivencia, el objetivo se cumple aunque se pueda “morir” en el intento
  • Será víctima el primero que se les ponga en frente
  • Salen de noche, de día; te los encuentras en la calle, en el autobús
  • El factor sorpresa es su fortaleza

La diferencia terrible es que los zombis tienen el cuerpo podrido hasta las entrañas. El terrorista tiene podrida la mente, es un muerto en vida.

El mensaje apocalíptico.

En los muertos vivientes conviven varios elementos que conforman el arquetipo de nuestros miedos más básicos y universales, miedo a morir, miedo al extraño, miedo a no sentirse seguro, miedo a que la forma de vida que conocemos sea atacada y transformada. Esa es la utilidad del terror, las muertes no son la meta al final de cuentas. La atmosfera enrarecida, esa incertidumbre que flota en el ambiente, que quiebra la moral y que pervierte la rutina quizá, infectando también un poco a las víctimas. La presa, los ciudadanos judíos, terminarán acechando al cazador acaso con similares instrumentos y además con una fuerza espoleada por el miedo.

Con esta metáfora no pretendo disculpar al terrorista, hacerlo parecer como un enfermo o como víctima de una posesión sobrenatural. Todo lo contrario, el terrorista es la cúspide de la imbecilidad humana. Diluir la razón por lealtad a un grupo, convertirse en misil humano para reventar vidas bajo el cobijo de la absurda lógica de asumirse como víctima, reivindicarse como victimario y señalar a los otros como los nuevos atormentados, las presas de caza.

Los zombis no me dan miedo, se ve o se les huele a buena distancia y se les mata hasta con las llaves del auto en la cabeza. El terrorista en cambio podría estar a tu lado, peguntarte la hora o la ubicación de una calle, al tiempo que mentalmente ensaya el ángulo correcto para clavarte el arma y hacerte caer de una sola estocada.

Enfrentar a estos muertos vivientes cuerpo a cuerpo es una solución necesaria pero no definitiva. La mitología griega enseña sobre la Hidra de Lerna, un monstruo con forma de serpiente que poseía varias cabezas. Heracles quiso matar al animal cortando las cabezas, pero al hacerlo nacía una nueva, entonces su sobrino Yolao le ayudó quemando el cuello de la cabeza cortada para que no retoñara otra. Al final, la Hidra murió sin cabezas y Heracles cumplió su misión.

El cuello del terrorista, esa extremidad que se debe cauterizar, está en los líderes religiosos y económicos que los apoyan, financian y embrutecen con discursos psicóticos engendrados en el más espantoso vacío espiritual y humano. Matar a los muertos… Que Alá los perdone.