IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – ¿En que se manifiesta, de manera inequívoca e indiscutible, que los judíos somos la descendencia de Abraham, el amigo de D-os? En que llevamos su sello a donde quiera que vayamos; somos la repetición continua de su propio periplo; nuestros pies han caminado exactamente por los mismos caminos y llegado a los mismos lugares. Abandonando las zonas de comfort, enfrentando nuestros miedos, levantándonos de nuestros errores, derrotando reyes e imperios, anhelando el regreso a Jerusalén, manteniendo el Pacto con el D-os de Israel. Y, claro, obedeciendo a nuestras esposas.

03 Lej lejaCon esta Parashá (sección) de la Torá comienza lo que podemos considerar la Historia del Pueblo del Pacto, que inicia con el periplo de Abram, que más tarde será llamado Abraham.

Se trata de un personaje muy complejo, y probablemente esta sea la Parashá que mejor retrata esa condición del protagonista del relato. Sin duda, algo tiene que ver la condición en la que se hizo la versión final del Génesis. Recordemos que fue después del exilio en Babilonia, unos 1,500 años después de que –se supone– se dieron estos acontecimientos.

¿De qué se trata la Parashá Lej Lejá? De un hombre rico que acepta el reto de abandonar su tierra natal en Mesopotamia, para buscar la promesa divina en Canaán. Exactamente el reto que tenía en ese momento el pueblo judío, que llevaba más de 70 años en Babilonia y que, aunque podía regresar a reconstruir su hogar en la antigua Canaán, prefería mantenerse en la cómoda prosperidad que a inicios del siglo V AEC tenía en la capital del Imperio y otras ciudades de Mesopotamia.

Sorprende la lucidez de Ezra y sus escribas, editores finales del texto del Génesis, que presentan a Abram en sus múltiples facetas, mismas que no son un impedimento para que acepte el reto de obedecer a D-os y hacer un pacto con Él.

Así pues, el primer Abram es el aventurero (Génesis 12:1-9), el que recibe la orden de salir y dejar su tierra y su parentela para ir en busca de fortuna al otro extremo del mundo conocido en ese entonces. Pero luego se nos presenta al Abram tímido y blandengue (Génesis 12:10-20), que no es capaz de presentar a Sarai como su esposa por miedo, y se mete en un problema completamente innecesario que lo lleva a ser expulsado de Egipto. Claro, no sin antes haberse enriquecido. Es un Abram pusilánime en cuestiones de seguridad, pero no por ello deja de ser buen comerciante. Sigue el capítulo 13, donde Abram es presentado en sus conflictos y negociaciones con Lot; allí aparece el personaje prudente y pacífico que prefiere asumir una desventaja antes que pelear con su propia familia. El capítulo 14 nos lo presenta en una nueva condición: ya no es el inmigrante frágil e inseguro, sino un acaudalado ganadero que se ha hecho de buenos amigos y cómplices en Canaán (Mamre, Eskhol y Aner, amorreos). Por eso puede darse el lujo de ir a la guerra para rescatar a su sobrino Lot, y en eso se presenta como todo un Hebreo (los registros arqueológicos confirman que los antiguos Hebreos fueron hombres de armas, generalmente involucrados en actividades de rapiña y pillaje). Ha cambiado. Ha madurado y evolucionado, e incluso el botín ya no es lo que lo motiva. Deja que sus socios amorreos se repartan las ganancias de la expedición, y el se complace con ver a su familiar liberado. Los versículos 17-24 lo presentan, además, en su perfil religioso, ofreciendo diezmos y presentando ofrendas en la más antigua Jerusalén, llamada Salem en este pasaje, y que vive bajo el gobierno del rey y sacerdote Malkitzédek.

Pero Abram tiene un problema: carece de descendientes. En el capítulo 15, se confronta con D-os y le dice que nada de lo que hace tiene sentido si, al final de cuentas, toda su riqueza se va a diluir entre sus sirvientes cuando muera, por no tener un heredero. D-os, entonces, le promete un hijo. Y lo hace en uno de los pasajes más conocidos en la historia de Abram: le pide que salga y mire a los cielos, y cuente las estrellas si acaso puede. Y le dice: Así será tu descendencia.

Un hermoso midrash rabínico nos cuenta que cuando Abram nació, los astrólogos de Ur prepararon su horóscopo y le dijeron que moriría sin hijos. La escena en donde D-os le promete un vástago es, entonces, más complejo de lo que aparenta. En realidad, D-os pide a Abram que observe las estrellas porque va a cancelar el horóscopo que le hicieron los astrólogos de Ur. Es como si naciera de nuevo y tuviera una nueva carta astral en la que se establece que será el padre de una multitud.

El Talmud sentencia: Israel, su descendencia, no está sometido a los astros. El destino del ser humano no está escrito en las estrellas, sino que cada uno puede tomar las riendas de su propia vida y llevarla a donde mejor le parezca.

Pero la escena no sólo tiene esa faceta hermosa. Lo que sigue es perturbador: la promesa de tener un hijo es sellada en un extraño ritual donde Abram pone en el piso varios animales sacrificados y partidos por la mitad, y en una especie de augurio, tiene que espantar a las aves de rapiña que intentan comérselos y luego enfrentarse a un ataque de pánico que le viene con la oscuridad. D-os le explica que todo eso está relacionado con el hecho de que sus descendientes serán oprimidos en “tierra ajena” (Egipto) durante cuatrocientos años, pero que él morirá anciano y en paz, y que su prole volverá a la tierra de Canaán engrandecida y enriquecida.

Al final, el trato entre ambos se cierra con otra escena igualmente desconcertante: Abram sólo ve como, cuando ya todo está oscuro, por en medio de los animales partidos pasa alguien con una antorcha.

Se trata, pues, de Abram enfrentándose a lo desconocido, a lo que no entiende, a lo que lo confronta con sus miedos personales. Pero eso es lo importante: ha tenido las agallas para enfrentarse, y por eso sale con la confirmación de que, a la larga, las cosas saldrán bien. Para él y para la multitud de personas que vendrán después de él.

La Parashá termina regresándonos a la realidad: sí, Abram pudo ser tan valiente como para dirigir un ataque contra cinco reyes y salvar a su sobrino, o para enfrentarse a sus propios miedos y aceptar la promesa de un hijo dada por D-os en medio de un desconcertante y aparentemente siniestro ritual.

Pero en casa no manda él. Manda su mujer. Siguiendo con el tema de la falta de descendencia, Abram obedece sin oposición alguna la orden de su mujer de tener un hijo con su sierva Agar, y empiezan las complicaciones: una vez que ha nacido Ismael, ahora resulta que la sierva se siente más que la esposa. Saraí sigue enfadada, y en un gesto casi caricaturesco va y le reclama a Abram por la situación que ella misma generó. El esposo, el amigo de D-os, el que vence reyes mesopotámicos, el que se enfrenta con D-os en la oscuridad y sale bien parado, vuelve a doblarse ante su esposa, la verdadera jefa del hogar. Agar no tiene más remedio que huir ante la estrategia de acoso implementada por Saraí, y sólo la intervención de un ángel hace que Agar regrese a casa, asumiendo nuevamente su condición de esclava.

Así es el Abram de Lej Lejá: empieza con una victoria, obedeciendo la orden de salir de Ur y marchar a Canaán; sigue con una derrota por miedoso en Egipto; luego se apunta tantos a favor, todos ellos importantes y hasta impresionantes, pero cierra con una estruendosa goleada a manos de su esposa.

Listo. El paradigma del hogar judío ha quedado fijo, y la primera Yiddishe Mamme ha sentado el precedente prototípico, y hasta arquetípico, de cómo funcionan las cosas en el hogar.

Pero lo relevante es esto: Abram es una persona que no se rinde, que no deja de moverse. Con todo y sus errores o limitantes, siempre está dispuesto a dar el siguiente paso confiando en que las promesas de D-os se cumplirán en su momento.

Si lo tuviésemos que decir en términos contemporáneos, Abram es el arquetipo de la persona que siempre está dispuesto a salir de su zona de comfort, porque sabe que las cosas que valen la pena suceden más allá de esos límites.

Allí está el reto planteado por Ezra y sus escribas a esa generación de judíos que estaban demasiado cómodos en Babilonia: hay que moverse, hay que salir, hay que andar. La promesa de D-os no está en la prosperidad en Babilonia, sino en la búsqueda del lugar propio, del hogar original, de la Tierra Prometida.

Curioso: a lo largo de toda su Historia, el pueblo judío no fue capaz de quedarse fijo en un lugar. A propósito u obligado por las circunstancias, siempre estuvo en movimiento, de aquí para allá. A veces próspero, a veces marginado, siempre en riesgo, pero sin detenerse.

Y, sorprendentemente, siempre repitiendo las experiencias de la Parashá Lej Lejá: obedeciendo la voz de D-os para seguir adelante, enfrentando sus miedos y sus aspectos más oscuros y lúgubres, confiando en la promesa de D-os de que siempre habría hijos que mantendrían viva la esperanza de volver al hogar ancestral, conocedores de que vendrían años de angustia y opresión, pero que de todo ello siempre saldrían avantes y hasta enriquecidos, venciendo reyes e imperios para luego sólo desear ir a Jerusalén a presentar sus diezmos y sus acciones de gracias. Y, siempre y sin falla, obedeciendo a la esposa en el hogar.

Lej Lejá es un maravilloso retrato de la idiosincracia del pueblo judío, personalizada en este Abram inicial que todavía no ha llegado al momento de hacer el pacto donde recibirá un nombre nuevo.

Acaso, la manera más genial en la que esta repetición cíclica que comienza con Abram y se perpetúa en el pueblo judío, empieza a expresarse en el párrafo donde se cuenta esa catastrófica visita a Egipto.

Si uno sigue leyendo el texto bíblico, podrá ver que esa fue la primera vez que Abram se vio envuelto en esa situación: llegó a Egipto y por miedo a ser agredido debido a la hermosura de su esposa, optó por decir que era su hermana. Y luego, a lidiar con las complicaciones.

Sorprendentemente, en la siguiente Parashá cometerá el mismo error, aunque esta vez en Gerar, al decirle al rey Abimelej que Sara es su hermana.

Muchos años después, el texto bíblico nos cuenta que Itjak también se estableció en Gerar y también cometió el mismo error, exactamente por las mismas razones.

Es una advertencia del texto bíblico: los errores se repiten, incluso en diferentes generaciones, hasta que no nosenfrentamos a ellos.

Pero también los aciertos. De ese modo, los momentos en los que Abram, Itjak o Yaacov dieron grandes saltos en su vida espiritual, son los mismos que aparecen y reaparecen a lo largo de la Historia del pueblo judío.

Y era importante señalarlo en el momento en que Ezra hizo la compilación definitiva de estos relatos.

Así, su pueblo podría entender que así como Abram había sido transformado en Abraham, y más tarde Yaacov había cambiado su nombre por Israel, ahora ellos mismos tenían que enfrentar la nueva etapa donde ya no eran conocidos como “israelitas”, sino con un nuevo nombre que habría de hacerse célebre, y que sigue resonando en las cabezas de toda la humanidad.

Judíos.

El cambio es bueno. La evolución es deseable. No hay que detenerse nunca, aunque eso signifique regresar a las ruinas de nuestros ancestros para reconstruirlas.

En esas mismas épocas de restauración post-exílica, un profeta anónimo lo escribió de un modo incomparablemente bello. Su texto luego fue anexado al libro del profeta Isaías. Esto es lo que nos dice:

“Entonces invocarás, y te oirá el Señor, clamarás, y dirá Él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el medio día. El Señor te pastoreará por siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (Isaías 58:9-12).

¿En que se manifiesta, de manera inequívoca e indiscutible, que los judíos somos la descendencia de Abraham, el amigo de D-os? En que llevamos su sello a donde quiera que vayamos; somos la repetición continua de su propio periplo; nuestros pies han caminado exactamente por los mismos caminos y llegado a los mismos lugares. Abandonando las zonas de comfort, enfrentando nuestros miedos, levantándonos de nuestros errores, derrotando reyes e imperios, anhelando el regreso a Jerusalén, manteniendo el Pacto con el D-os de Israel. Y, claro, obedeciendo a nuestras esposas.

En términos literarios, así empieza la historia del pueblo judío en la Biblia, con Abram obedeciendo la orden de D-os: Lej Lejá.

En términos existenciales, el viaje continúa. Abraham sigue caminando por el mundo en cada uno de sus descendientes.

Concluyo con una reflexión sobre una de las canciones judías más hermosas, célebres, pero que pueden resultar desconcertantes para muchos. Se trata de la canción en Ladino llamada Avraham Avinu, que comienza con un párrafo que parece no tener ninguna lógica:

Kuando el rey Nimrod
Al campo salía
Miraba en el cielo y en la estreyería
Vido una luz santa en la djudería
Ke había de nacer Avraham Avinu

¿Nimrod vio una estrella sobre la judería y supo que iba a nacer Abraham? Pero si los judíos –y, por lo tanto, las juderías– somos muy posteriores a Abraham.

Seguro. Pero no es eso. Según el Midrash, Nimrod era un gran astrólogo. Al ver las estrellas, supo que habría judíos y juderías, y supo entonces que estaba por nacer Abraham.

Avraham Avinu, Padre bendisho, luz de Israel.