¿Qué es lo que estás escuchando? ¿La voz de D-os, o el ruido que tienes en tu cabeza? Detente, medita, respira. Calla todo ese ruido interno, y tal vez entonces estés en mejores condiciones de escuchar lo que D-os quiere decirte.

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IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La Parashá de esta semana contiene uno de los pasajes más desconcertantes del texto bíblico. Es la célebre “Akedá”, el capítulo en el que D-os le pide Abraham que sacrifique a su hijo Itzjak.

El desenlace es amable. Todo lo conocemos: a fin de cuenta, Itzjak no es sacrificado y en su lugar Abraham presenta un cordero como ofrenda. Sin embargo, la violencia psicológica es tal que los sabios judíos de la antigüedad se involucraron un muchas discusiones y reflexiones sobre el tema.

Uno de los relatos complementarios (Midrash) más célebres conecta este episodio con el siguiente capítulo (que corresponde a la Parashá de la siguiente semana), que comienza con el relato sobre la muerte de Sara, madre de Itzjak. Según el relato complementario, mientras Abraham lleva a Itzjak a su muerte en el monte Moriah, Satán hace que Sara visualice todo lo que está sucediendo, y eso es lo que provoca su muerte. La esposa de Abraham ya no es testigo de la redención de su hijo.

Cuando Abraham e Itzjak regresan a casa, encuentran que Sara falleció y eso es lo que hace que Itzjak se aleje de su padre. Cierto: Abraham pasa la prueba que D-os le ha puesto, pero el precio es elevadísimo: su esposa murió y su hijo se aísla a una vida solitaria durante los siguientes tres años.

Por eso la angustiante pregunta: ¿Para qué le puso D-os esa prueba a Itzjak? Si se supone que D-os es omnisciente y puede preverlo todo, ¿no fue demasiado de su parte probar la fe de Abraham de ese modo? Seguro que D-os sabía que Abraham podía con esa prueba, pero eso no significa que Itzjak y Sara estuvieran al mismo nivel.

El resultado está allí: Abraham sale bien librado de la prueba, pero su familia queda desbaratada.

¿Valió la pena?

Antes de arriesgarnos a dar una respuesta, hay que retomar una idea planteada desde el relato sobre la rebelión de Adam y Java en el Jardín del Edén. En ese relato, todo el problema gira en torno a una comunicación defectuosa.

D-os le dice a Adama que puede comer de cualquier árbol, menos del de la Ciencia del Bien y del Mal. Adam lo comunica a su vez a Java, pero cuando la serpiente cuestiona las órdenes de D-os, Java evidencia que no comprendió adecuadamente la instrucción, y le dice a la serpiente que no puede comer del fruto del árbol, pero tampoco tocarlo. Dicha especificación no era parte de las instrucciones originales de D-os.

Y hay algo peor: D-os le había dicho a Adam que si comía del árbol, ese mismo día moriría. La serpiente le dice a Java: “No morirán”. Para desconcierto nuestro, la serpiente es quien tiene razón: Adam y Java comen del árbol, pero no mueren.

Se puede poner como pretexto que “murieron espiritualmente”. No funciona. D-os no dijo “el día que comas del árbol morirás espiritualmente”. Dijo, simplemente, “morirás”, y eso no sucedió.

Es la misma situación que con Abraham: D-os aparece pidiendo o diciendo cosas que no le ayudan en absolutamente nada al ser humano. Al contrario: le arruinan la vida.

¿De eso se trata la relación del individuo con D-os? ¿De vivir pendientes del momento en que D-os va a abusar de su posición incuestionable y nos va a arrastrar a un episodio del que no podremos salir bien librados?

Es un modo de entenderlo. Pero hay otro más sugerente: tal vez Adam en Edén, o Abraham en la Parashá de esta semana, no entendieron lo que D-os les dijo.

El hecho de que uno tenga un contacto directo con D-os, e incluso pueda decir que “D-os le habla”, no significa que entienda lo que escuche.

No estamos hablando de cualquier comunicación; no se trata de un proceso normal. Estamos hablando de lo más trascendental posible: D-os hablándole a un ser humano.

D-os puede ser lo específico que quiera, pero ¿significa eso que el ser humano le va a entender? No necesariamente. Apenas en la cuarta sección de la Torá ya podemos ver dos ocasiones en las que la comunicación no parece ser la óptima: Adam escucho a D-os decir que moriría si comía de un árbol, y no murió. Sólo fue expulsado del paraíso. Abraham escuchó a D-os pedirle a su hijo como sacrifico, y al final sólo tuvo que sacrificar a un cordero, pero perdió a su esposa.

¿Y qué tal si D-os no le hizo esa petición a Abraham? ¿Qué tal si sólo le dijo “entrégame lo que más amas”, y Abraham entendió que tenía que matar a su hijo en un sacrificio?

Tiene lógica: en esa época y en ese lugar, el sacrificio de hijos varones era una práctica común. De hecho, este capítulo del Génesis es el punto de partida que sirve al Judaísmo para romper con esa práctica bárbara y deleznable. De aquí se deduce que D-os no quiere sacrificios humanos.

Por ello, la lógica final de este capítulo es que fue el modo en el que D-os hizo entender al pueblo judío que no había ninguna necesidad de continuar con esa práctica cananea. Pero ¿era necesario hacerlo así? ¿No podía simplemente decirle a Abraham que no quería sacrificios humanos?

Volvemos al punto: tal vez el problema no fue lo que D-os dijo, sino lo que Abraham entendió. Dado que lo normal era sacrificar hijos, es probable que esa carga cultural haya influido en la comprensión de Abraham. Tal vez D-os estaba pidiendo algo más elemental, pero el peso del entorno hizo que Abraham entendiera que tenía que sacrificar a su hijo.

Por eso es que D-os lo detiene, evitando de ese modo una de las dos tragedias posibles: Itzjak sobrevive, pero Sara no.

¿Qué pasó con Abraham después de este episodio? No sabemos. Con esto, concluye su protagonismo en la Torá. Es el punto de inflexión para que empiece el breve y discreto protagonismo de Itjak. Las consecuencias de este singular evento donde parece que D-os dice y luego se desdice, marca el declive en la vida de Abraham.

En términos muy prácticos, parece que todo esto nada más sirvió para fastidiar a Abraham. Superó la prueba principal, pero no las colaterales, y a partir de ese momento su vida empezó a apagarse.

Por ello, la pregunta se vuelve angustiosa: ¿Realmente la causa de esto fue lo que D-os pidió, o el problema fue lo que Abraham entendió?

Lo más angustioso de la pregunta –desde la perspectiva religiosa– es que pone en tela de juicio todo lo que entendemos por “revelación divina”: ¿Será que D-os revela su voluntad, pero al final sólo escuchamos lo que podemos escuchar? Es decir, que la revelación queda limitada por nuestro entendimiento.

Para muchos es una idea insoportable. Se aferran a un mundo donde D-os ha dictado su Voluntad de manera clara y precisa, y todo gira en torno a obedecerla. ¿Qué tal si sólo están regodeándose no en lo que D-os dice, sino en lo que ellos entienden?

Por molesto que resulte, es el modo más razonable de explicar lo que es la Biblia. A fin de cuentas, si la idea de D-os fue “revelar” su Voluntad en una Sagrada Escritura, le salió muy mal. Tan mal que hoy en día hay miles de tendencias religiosas que apelan a esa Escritura, pero que no se ponen de acuerdo en casi nada. Y es lógico: la Biblia no es un libro de recetas donde las cosas estén claramente especificadas. Por el contrario, es un texto bastante complejo que no se puede obedecer al pie de la letra. Hacerlo implicaría asumir un estilo de vida propio de nómadas en un desierto de hace tres mil años, con normas de conducta que hoy nos parecería brutales: esclavismo, poligamia, pena capital, sacrificios de animales.

¿Eso es lo que D-os quiere? ¿O eso fue lo que nuestros ancestros israelitas entendieron? Puede parecer molesto, pero es lógico: tal vez D-os sólo dijo “adórenme”, y los antiguos israelitas entendieron “sacrifiquen animales” por la simple razón de que ese era el modo normal de presentar adoración en ese tiempo. Tal vez D-os sólo dijo “necesitan gobernantes legítimos”, y el pueblo judío en la antigüedad entendió “esperen la llegada del Rey Mesías”.

Por eso es que el Judaísmo ha sido tan liberal en cuanto a lo que significa la interpretación del texto bíblico. Lejos de buscar una ruta fundamentalista donde todo se base en que “D-os lo dijo así…”, incluso el extremismo judío se basa en algo más humano: “Nuestros sabios lo explicaron así…”.

Es la plena aceptación de que la revelación Divina no puede ser lo último. Siempre, para bien o para mal, nuestra base será nuestra comprensión de esa revelación, no la revelación en sí mismo.

Y por eso la necesidad de la religión estructurada: D-os podría hablarle a todo mundo, pero eso ocasionaría dos problemas. El primero sería la interferencia, porque cada uno tendría su propia “señal”; el segundo sería que cada quien interpretaría a su propio modo esa señal propia, y eso sólo incrementaría la confusión.

La ventaja de la religión sistematizada es que elimina el problema de interpretar individualmente la “revelación”, y se reduce a señalarnos un modo adecuado de coexistencia. Una alternativa viable para la sobrevivencia de la colectividad.

Justo lo que no tuvo Abraham en este momento crucial. Se limitó a “escuchar la voz de D-os” y, literalmente, su vida se fue al abismo. Estuvo a punto de matar a su hijo, regresó a encontrar a su esposa muerta, y no pudo evitar que Itzjak se aislara por el resto de su vida. Lo único relevante que hizo, desde entonces, fue buscarle una esposa a Itzjak para garantizar la continuidad del clan. Con ello, asumió que su vida entraba en la recta final.

¿Qué es preferible? ¿La satisfacción de creer que “D-os te habla”, o la estabilidad que te ofrece una religión bien organizada?

La respuesta del Judaísmo es que es preferible lo segundo. Abraham está seguro de que D-os le habló, pero eso sólo le trae complicaciones. El Judaísmo posterior, entendiendo la lección, se limita a establecer un criterio religioso tajante y claro para que no queden dudas: prohibido sacrificar humanos. No importa si crees que D-os te habla. Simplemente, prohibido sacrificar humanos.

En esa lógica, el mayor profeta del Judaísmo –entiéndase: el que ha tenido las mayores conversaciones directas con D-os– es Moisés, un legislador. Es decir: los diálogos con D-os sólo funcionan si al final te llevan a establecer criterios de conducta claros y precisos, que ayuden a que la gente no necesite platicar con D-os, sino simplemente vivir lo mejor posible.

Cierto: se sacrifica la enorme satisfacción de decir “tengo una comunión personal con D-os y Él me habla…”, pero se garantiza que no se va a caer en una disfuncionalidad conductual.

¿Qué es prioritario? ¿La satisfacción del individuo o la satisfacción de la colectividad? Mientras la satisfacción individual no entre en conflicto con lo colectivo, no hay problema. Pero cuando se presenta el conflicto la prioridad es la integridad colectiva. Si Abraham hubiese tenido esa ventaja, probablemente su esposa no hubiera muerto y su hijo no se hubiera alejado.

Para desfortuna suya, Abraham es el gran pionero, el que tiene que pagar los platos rotos para que su posteridad pueda disfrutar de los beneficios de “lo que D-os dijo”.

El reto sigue allí. Cualquier persona religiosa tiene que planteárselo en un momento u otro.

¿Realmente estás seguro de que D-os se comunica contigo? Ten en cuenta el ejemplo de Abraham: esa comunicación tiene consecuencias graves. A primera vista, porque pareciera que tarde o temprano D-os nos va a pedir algo demasiado complicado, demasiado difícil, demasiado exigente.

Tal vez no sea cierto. Tal vez no es lo que D-os nos pide, sino lo que nosotros entendemos.

¿Qué es lo que estás escuchando? ¿La voz de D-os, o el ruido que tienes en tu cabeza?

Detente, medita, respira. Calla todo ese ruido interno, y tal vez entonces estés en mejores condiciones de escuchar lo que D-os quiere decirte. De todos modos, el refugio de la religión organizada y bien entendida siempre está allí, a tu alcance.

A fin de cuentas, te hable D-os o no te hable, todo se resume en que te tienes que portar mejor. No sacrifiques a tus hijos. Cuida a tu esposa.