El fracaso religioso y cultural que llevó al asesinato de Rabin continúa amenazando la soberanía y la democracia israelí en la actualidad.

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YEDIDIA STERN

Cuando Yigal Amir asesinó a Yitzhak Rabin, no perpetró contra Rabin el individuo, sino contra el primer ministro de Israel. Este asesinato político tenía por objeto cambiar la política del gobierno e impedir la implementación de los Acuerdos de Oslo. El asesino utilizó un revolver con el objeto de modificar los resultados de las urnas, derrocar a los organismos encargados de tomar decisiones en Israel y hacerse cargo de su mercado de ideas. Los disparos perpetraron contra la esencia misma del Estado judío soberano; la sangre en el pavimento era la sangre de la propia democracia.

El motivo de este acto era religioso. En el momento, la decisión del Estado de conceder territorio como parte de un acuerdo de paz contradecía los decretos rabínicos que prohíben concesiones territoriales. Armado de argumentos religiosos sin fundamento, el asesino pretendía sustituir la autoridad del Estado soberano por el mandato de los rabinos. Su obra traidora fue parte de una guerra religiosa y cultural contra la identidad, el sentido y el lugar que ocupa la razón en la toma de decisiones a nivel nacional en Israel.

El fracaso religioso y cultural que llevó al asesinato de Rabin continúa amenazando la soberanía y la democracia israelí en la actualidad. El judaísmo tradicional, que se desarrolló en la diáspora, no estaba preparado para el establecimiento del Estado de Israel. Después de 70 generaciones sin soberanía política, el pueblo judío carecía de memoria histórica, de soluciones normativas, e instituciones necesarias para la expresión pública del judaísmo en una entidad territorial independiente. Este desafío se intensificó con la mezcla de la ley y la política. Puesto que los creyentes perciben la ley judía como un imperativo categórico inviolable; cuando se invoca, desata una gran fuerza y un compromiso inquebrantable. Por lo tanto, el debate sobre las fronteras de Israel, se radicalizó cuando se definió la posibilidad de concesiones territoriales como una cuestión de la ley judía y resoluciones halájicas.

Al definir la política exterior y la seguridad como cuestiones halájicas, ambas son eliminadas del proceso democrático en la toma de decisiones, puesto que algunos creyentes – no todos – consideran que los mandamientos religiosos están por encima del aquí y ahora, fuera de la historia, y ciegos a consideraciones racionales y morales. Además, la invocación de la obligación halájica de “morir en lugar de transgredir” en el contexto de cuestiones de política exterior recuerda períodos históricos cuando los decretos exigían la violación de principios fundamentales de la fe y los judíos se vieron obligados a utilizar todos los medios para resistirse. Este tipo de retórica motiva a extremistas a actuar.

En los últimos veinte años han ocurrido cambios positivos. La comunidad religiosa ha enfriado su fervor mesiánico aunque la combinación devastadora de la Halajá y la política sigue reinando hasta cierto punto. Sin embargo, aún queda mucho por hacer, ya que los líderes religiosos de Israel no están considerando los desafíos religiosos que se presentan en el Estado judío. Esto se refleja en su actitud hacia el sistema judicial israelí (llamado “tribunal de los no-judios”), sus llamados a la insubordinación militar, y el hecho de que las autoridades halájicas se han abstenido de desarrollar un cuerpo de “ley sionista.”

Se requiere una reforma amplia y fundamental. El cuerpo halájico de hoy se encarga principalmente de la práctica ritual (“mandamientos entre el hombre y Ds”) y de las leyes del individuo (“mandamientos entre hombre y hombre”). Pero no aborda los parámetros básicos del derecho público y no ha desarrollado la categoría de “los mandamientos entre el hombre y el público.” Este vacío halájico emana de que la ley judía se desarrolló en la diáspora, donde los judíos no son responsables de “productos públicos” e instituciones del Estado. De este agujero negro surgió el asesino de Yitzhak Rabin.

El liderazgo sionista religioso de hoy debe responder con coraje y utilizar un lenguaje halájico sensible y balanceado para el desarrollo más importante en la vida judía de los últimos 2000 años: el Estado judío. Si evadimos esta responsabilidad, como lo hicimos en el exilio, una nube oscura cubrirá nuestros cielos soberanos y amenaza con grandes tormentas en el futuro.

Yedidia Z. Stern es Vicepresidente de Investigación en el Instituto de Democracia de Israel y Profesor de Derecho de la Universidad de Bar-Ilan.

Fuente: Haaretz

Traducido por Esti Peled

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