Con motivo del 50° aniversario de la Declaración Nostra Aetate y del décimo aniversario del Instituto Latino y Latinoamericano Arthur and Rochelle Belfer del Comité Judío Americano (AJC por sus siglas en inglés), el pasado domingo 8 de noviembre se realizó un evento en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO- Durante la conmemoración, organizada por el Comité Central de la Comunidad Judía de México, participó el Exmo. Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, quien, en entrevista exclusiva, contó esta anécdota:”En el primer viaje que hice a Israel, me sentí feliz. Yo era el único católico, todos mis hermanos eran judíos y yo asistí no al Muro de las Lamentaciones, que no es (la Secretaría de) Hacienda, sino al Muro de Oriente.

Nos acercamos al Muro y ellos estaban rezando sus oraciones, y yo estaba también rezando mis oraciones que son las Vísperas. Me senté en las gradas con mi solideo y un norteamericano se me acerca y me dice. “Your kipá is beautiful”. Más adelante, me comentó: “Pero parece de obispo”, y le dije: “¡Soy un obispo!”

Rivera Carrera concluyó con un llamado a la coexistencia: “No podemos conformarnos con caminar juntos judíos y cristianos. Tenemos que unirnos a otros de distintas religiones, creencias y tendencias para caminar juntos. Todos somos hijos del Creador, todos estamos llamados a la misma felicidad- así es que no podemos estar aquí peleándonos”.

Aquí les presentamos las palabras que el Arzobispo Primado de México pronunció en la Catedral el domingo pasado:

El Concilio Vaticano Segundo ha sido el acontecimiento más importante del siglo XX, ha sido un concilio de la Iglesia sí, pero de una Iglesia que quiso salir al encuentro de los hermanos, se abrió al encuentro de otras religiones y por primera vez en la historia de los concilios, se dedicó un documento exclusivamente para el diálogo y la relación de la iglesia católica a otra expresiones religiosas la declaración Nostra Aetate; si bien reconocemos que es el documento más breve del Concilio Vaticano segundo, pues cuenta con apenas unas seis páginas, también es justo reconocer que su contenido es hoy, más que nunca, vigente y necesario.

El Papa Juan XXIII quería que el concilio realizara una declaración sobre el pueblo judío y se pensó incluirla en el capítulo 4º del Esquema del Decreto del Ecumenismo; sin embargo los obispos conciliares declararon que ese tema estaba fuera del cuerpo del ecumenismo y se propuso la necesidad de realizar un documento específicamente sobre las relaciones de la iglesia con las religiones no cristianas: esta realidad presentaba nuevas interrogantes que tienen que ver con la libertad religiosa y las necesidades legítimas de las diferentes tradiciones religiosas.

Al comienzo de la declaración leemos, los hombres esperan de las diferentes religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente sus corazones: ¿Qué es el bien?, ¿Qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿Cuál es finalmente ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia del que procedemos y hacia el cual nos dirigimos?

Estos temas siguen vigentes hoy, el progreso científico no los ha contestado, por el contrario, cada vez surgen más interrogantes al respecto y hoy, 50 años después de este documento, podemos preguntarnos si las religiones pueden contestar convincentemente estas preguntas, si las religiones, a pesar de sus escándalos y divisiones, guerras y descalificaciones, siguen siendo creíbles y confiables para el ser humano.

San Juan Pablo II en la Jornada de Oración por la Paz en Asís en 1986 declaró: “debemos aprender a caminar juntos en paz y en armonía o de lo contrario nos distanciaremos y nos destruiremos mutuamente, el secreto del dialogo es la amistad, es estar juntos al lado del otro, buscando lo que nos une y evitando lo que nos separa, intentando comprender las razones de los dos que dialogan, encontrando empatía espiritual que cualquier hombre de religión identifica cuando se encuentra con otro hombre de religión, el hombre de Dios es paz y es posible responder a todas las preguntas e inquietudes del ser humano basados en la justicia y el amor, tal como Dios nos lo ha revelado.”

Tengan la seguridad de que Su Santidad, el Papa Francisco, se alegraría de estar aquí con ustedes, de estar con nosotros, pronto lo estará; se alegraría al ver que esta iglesia particular ha tenido un recorrido también como lo tuvo él personalmente en Argentina, de amistad, de caminar juntos.

Respecto a la comunidad judía, son muchos los signos que los Papas han realizado expresando su cercanía, cómo olvidar la histórica visita de Juan Pablo II a la Sinagoga de Roma en 1986, cuando en su discurso decía que “la religión judía no nos es extrínseca, sino en cierto modo, intrínseca a nuestra religión, son nuestros hermanos mayores”; ahora yo podría añadir que son nuestros queridos hermanos.
La visita del Papa Benedicto XVI a la Sinagoga de Polonia y en el viaje de ambos Papas a Auschwitz, lo podemos resumir en un enfático, “Nunca Más”. También es conocido por todos el aprecio del Papa Francisco a la comunidad judía y su entrañable amistad con el Rabino Abraham Skorka, quizás uno de los documentos en que mejor expresa este afecto es en el Evangelium Nauticum, donde el Papa nos dice: “El diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús”.

El afecto que se ha desarrollado nos lleva a lamentar sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto, particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos. Más recientemente, el Papa en su catequesis, donde recuerda este aniversario, expresa: “de enemigos y extraños nos hemos convertido en amigos y hermanos”.

Nostra Aetate, enfatiza: la Iglesia reprueba toda persecución contra cualquier hombre recordando el patrimonio común con los judíos e impulsado, no por razones políticas sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por otra parte de cualquier persona; pero no podemos quedarnos ahí, el encuentro entre nosotros, tenemos que caminar juntos para que ningún hombre sea discriminado, para que ninguna persona sea perseguida por su religión, por sus convicciones. El sagrado concilio fomenta y recomienda el mutuo conocimiento y aprecio entre cristianos y judíos y esta Arquidiócesis de México lo ha tenido presente de distintas formas.

En 1977 el cardenal Miguel Darío Miranda, como ya se recordó, visitó la Sinagoga de la Comunidad Sefaradí, convirtiéndose así en el primer cardenal mexicano en ingresar de manera oficial en una Sinagoga en México. En 1982 el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada realizó un viaje a Israel, afianzando cada vez más la amistad entre católicos y judíos. Al comenzar mi labor en esta Arquidiócesis de México, la comunidad Bnei Brith me ofreció una recepción en la sinagoga de la comunidad askenazí y posteriormente, en 1999, tuve la oportunidad de viajar a Israel con varios miembros de la comunidad judía. En 2005 obispos mexicanos y norteamericanos hicimos un viaje muy importante y entrañable a Polonia e Israel. En 2008 el Consejo Episcopal Latinoamericano y el Congreso Judío Latinoamericano se reunieron en esta ciudad de México para estudiar profundamente la realidad de nuestro continente.

Estos son solo algunos de los encuentros más relevantes, ya que a lo largo de estos años hemos tenido liturgias de oración, conferencias, cursos, eventos artísticos y distintas actividades que fomentan el encuentro y el respeto mutuo, pero sobre todo hemos tenido una convivencia cordial y amistosa, no solamente con mis hermanos de la Tribuna Israelita actual, sino también de los que han estado a través de los años y no solamente con ellos sino con tantos hermanos de la comunidad judía que prestan servicios invaluables a esta gran ciudad.

A 50 años del Concilio y visto en conjunto podemos resumir la declaración Nostra Aetate con las siguientes palabras: “fuera de la caridad no hay salvación”, es decir, la Iglesia por consiguiente, reprueba como ajeno al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión, por esto el Sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que observando, en medio de las naciones, una conducta ejemplar, si es posible en cuanto a ellos depende, tengan paz con todos los hombres para que sean verdaderos hijos del padre que está en los cielos. Esta tarde nos alegra y nos consuela la presencia de su santidad, el Papa Francisco, en la persona de su Nuncio aquí en México el Sr. Arzobisbo Christophe Pierre.”

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