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ROBERTO SONABEND

 

A Fisho, una gran persona y un gran amigo.

Los actos terroristas perpetrados el viernes por ISIS en Paris invitan a actuar con mayor violencia para terminar con el terrorismo. No hay duda de que se podrá infringir daño a los ejércitos de ISIS,  ¿pero es esta la solución?  La respuesta del mundo occidental a la nuclearización de Irán es un ejemplo de lo complejo que son las guerras en ésta época.

El peligro más grande que enfrenta la humanidad en el Siglo XXI es la nuclearización de la República Islámica de Irán. Una bomba shiita pondría en peligro a los sunitas árabes, al Medio Oriente, a Israel y al resto de las naciones. El armamento nuclear en manos de los líderes que patrocinan el terrorismo es inaceptable. Además provocaría la necesidad de que otras naciones en el Medio Oriente adquieran arsenales nucleares. También existe la posibilidad de que el armamento nuclear termine en manos de grupos terroristas. Permitirlo, nos habría colocado ante un riesgo hasta ahora desconocido en la historia de la humanidad.

El mundo occidental no tuvo éxito deteniendo la iniciativa de Irán a través de sanciones económicas.  Ante esta situación, la comunidad internacional tuvo dos opciones:  bombardear los centros de desarrollo nuclear, ó llegar a un acuerdo con Irán, para que detenga la construcción de su bomba.

La opción de bombardear las centrífugas en Irán significaba lanzarse a la guerra.  Las guerras son necesarias cuando son la única forma de detener la agresión que pone en peligro la vida o la libertad. Sin embargo, son poco efectivas para solucionar conflictos, tienen efectos secundarios no deseados, se sabe cuando inician pero no cuando terminan, en tiempos modernos son complejas – pues la distinción entre soldados y civiles es difusa, y no siempre es claro qué significa ganarlas.

Si se hubiera optado por la guerra, el mundo se enfrentaría a tres problemas: se habría derramado demasiada sangre de civiles, porque algunos centros de desarrollo nuclear se encuentran ubicados en lugares poblados. No se resolvería el problema, solamente se retrasaría el programa de desarrollo. Y finalmente, se habrían legitimado los esfuerzos de Irán por adquirir la bomba. Esta alternativa era demasiado costosa como para intentarla antes que la diplomacia.

La diplomacia permite enfrentar un conflicto sin reducir las alternativas a la victoria o la sumisión. La estrategia diplomática no es una forma de debilidad, sin embargo tiene desventajas pues genera confusión al transmitir señales tibias al enemigo y de que se pretende posponer la solución de los problemas.

En julio del 2015 Irán y el conjunto de países conocidos como el “Grupo P5+1” (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania Rusia y China), optaron por negociar y firmaron un acuerdo. En éste, Irán se comprometió a desmantelar una parte importante de su infraestructura nuclear, y a cambio la Unión Europea y los Estados Unidos se obligaron a eliminar las sanciones a Irán.

Del acuerdo se derivaron beneficios significativos. El primero fue disminuir la probabilidad de que la nación líder mundial en la exportación del terrorismo construya un “paraguas nuclear”, el cuál hubiese permitido que terroristas delegados actúen en el mundo con mayor libertad.

Los recursos que ingresarán a Irán como resultado de la firma del tratado dificultarán la hegemonía de los miembros fanáticos religiosos del gobierno, fortaleciendo al Presidente de Irán, Hassan Rouhani, y a los líderes moderados que impulsaron el acuerdo.

Al finalizar la vigencia del tratado, Irán podrá utilizar centrífugas más avanzadas para enriquecer Uranio, pero va a seguir obligado a no desarrollar armamento nuclear, bajo la amenaza de una respuesta internacional.

Irán tiene una larga trayectoria de haber violado leyes internacionales. Si no hubiese firmado el acuerdo, seguiría en condiciones de obtener suficiente Uranio enriquecido para armar su primer bomba en 6 semanas, evitando que la comunidad internacional lo impida. A partir de la firma le tomará un año, una ventaja significativa para la comunidad internacional, independientemente de si este cumple o no con el tratado. Hoy es menos probable que ocurra una nueva guerra en el Medio Oriente.

Debemos considerar que el objetivo del proyecto nuclear de Irán – iniciado por el Shah Mohammad Reza Pahlavi – no fue la confrontación con el resto de las naciones, sino el deseo de restaurar la grandeza de esa nación.

El acuerdo también tiene desventajas, empezando por la probabilidad de que a cambio de un moratorio breve, Irán mejorará su capacidad económica  para exportar terrorismo. El documento está sujeto a interpretaciones en relación a los tiempos, y algunos de los compromisos no incluyen mecanismos que obliguen su cumplimiento.  El tratado no resuelve otros problemas, pues se limita únicamente a frenar el desarrollo de la nuclearización de Irán.

La pregunta difícil es si haber negociado el tratado en lugar de optar por una guerra preventiva, va a costarle al mundo un número mayor de vidas humanas.  Es sencillo abusar de la doctrina de las guerras preventivas – como se hizo en la guerra de Iraq – en la que inútilmente se perdieron muchas vidas. Pero también es cierto que el error cometido por Gran Bretaña y Francia al no haber librado una guerra preventiva contra la Alemania Nazi le costó al mundo millones de vidas.

El tratado se firmó este año, lo cual permitió que el Medio Oriente siga siendo el que conocemos. No podemos predecir el resultado del camino diplomático, pero entendemos que la opción de firmarlo respondió al principio articulado por el matemático, padre de la Teoría de Juegos, John von Neumann: “en situaciones de incertidumbre, no se debe optar por la solución de mayor beneficio, sino por aquella que minimiza el costo del peor escenario.”

En el caso de ISIS, no basta con atacar a sus ejércitos, es necesario cambiar las condiciones que seducen a la población de países árabes y del mundo occidental a incorporarse a ese movimiento.