saudi1-300x169BERNARD-HENRI LÉVY

Irán no es un parangón de la democracia.

Cuando sus líderes denuncian las “labores delictivas” del “vil” régimen saudita y sus vínculos con el terrorismo, es como ver la paja en el ojo ajeno.

Sin embargo, lo ocurrido el fin de semana en Arabia Saudita es preocupante por varias razones.

La ejecución de 47 personas en un solo día es una extraña manera de comenzar el año, a menos de que pretenda batir el récord de los 153 ejecutados en 2015 (y 87 el año anterior), en cuyo caso el reino ha hecho un buen comienzo.

Y cuando los condenados a muerte por la espada o armas automáticas se añaden a la lista de los apóstatas decapitados, así como los bloggers que han sido torturados o que esperan en el corredor de la muerte, y el ladrón de una tarjeta de cajero automático que fue crucificado en el norte del país, es conveniente conceder al rey Salman, su predecesor y los aspirantes al poder (ninguno de los cuales han mostrado la más mínima señal de arrepentimiento), el título macabro pero atinado de campeones mundiales en la categoría del crimen de Estado.

Pero además de despreciar los principios más básicos de la dignidad humana, existen otras señales ominosas.

Los asesinatos macabros perpetrados el mismo día en ciudades de todo el país – reflejan la intención de no sólo no ocultarlos, sino de mostrarlos de manera que llamen la atención de todos, incluyendo la del pueblo saudita y de los diplomáticos de las potencias aliadas o enemigas.

En otras palabras, lo que vimos fue una demostración de fuerza por parte de un régimen que se ha mantenido en el poder durante más de un siglo, pero que todos los observadores coinciden en que está agotado, pierde fuerza, y es cada vez más incapaz de asegurar su propia supervivencia. Estas acciones desesperadas, de un país que juega un papel importante en cuestiones geopolíticas fundamentales nunca son una buena señal.

Por otra parte, el hecho de haber puesto a los secuaces de Al-Qaeda e ISIS en el mismo plano, (quienes constituían la mayor parte de los ejecutados el sábado) junto con cuatro opositores chiítas, incluyendo el carismático jeque Nimr al-Nimr, cuyo único delito fue haber defendido una visión del Islam diferente al sunnismo, y más concretamente el wahabismo, puede conducir a un ciclo de represalias que ya han puesto a esta parte del mundo en llamas: Yemen, Bahrein, e Irán, la otra gran potencia regional, chiíta por vocación y por destino.

Bajo esta situación, puede haber un elemento de cálculo, que por más arriesgado e inútil que sea, sería difícilmente sorprendente viniendo de un régimen que se ve afectado por la lenta pero constante baja de precios mundiales del petróleo. Cuando un país es el principal productor de crudo y el 80 por ciento de sus recursos dependen de él, convertirse en el epicentro de una nueva tormenta podría ser visto como un medio para elevar los precios, al menos a corto plazo.

Y finalmente está la coalición anti ISIS, en la que parecía que Arabia Saudita deseaba jugar un papel importante hace sólo dos semanas, cuando el príncipe heredero Mohammed bin Salman planteó la idea de una fuerza anti islamista musulmana que se une bajo una sola bandera de 34 países tan distintos como Indonesia, Malasia, Jordania y Líbano; con la reactivación de la guerra entre sunitas y chiítas, más agravada ahora de lo que ha sido en mucho tiempo; la vieja disputa entre el imperio árabe y el persa y sus narrativas contradictorias, en detrimento de la movilización contra el enemigo común; y el viento de la ira y la venganza que sopla sobre Bagdad y empuja al gobierno pro-iraní de Haider al-Abadi a romper con Arabia Saudita, su hermano convertido en enemigo, es difícil que se forme esa coalición. Y la reconquista de Mosul, que marcaría el verdadero punto de inflexión de la ofensiva contra ISIS pero que requiere de una operación conjunta por parte de los kurdos, suníes y chiíes, de pronto se ha postergado indefinidamente.

Ante este desastre, la comunidad internacional no está haciendo absolutamente nada.

Como de costumbre, las democracias han apartado su mirada delicadamente.

Al parecer, nadie desea recordar que un representante loco de este país preside un importante panel del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. ¡Qué cruel ironía!

Nadie tiene el poder de cambiar la naturaleza del régimen saudita. Aunque no debería ser tan difícil para que los aliados de ese país, aquellos que venden los aviones de combate y compran el oro negro, frenen su entusiasmo homicida poniendo en claro que además de oprimir a su pueblo está amenazando la paz de la región y del mundo.

¡Es el petróleo, estúpido!” – un eslogan de la campaña de Bill Clinton contra Bush el padre en 1992 – funciona en ambas direcciones. Ante esta locura, donde cada uno toma al otro como rehén, aquel que tiene el mayor interés en llegar a un acuerdo y que, por lo tanto, será el primero en ceder, no es necesariamente el que esperamos que lo haga.

Fuente: The Algemiener

Traducción: Esti Peled

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