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BRET STEPHENS

Mucho acerca de la Casa de Saud es detestable, pero esa no es una razón para abandonar a un vital aliado.

Hay tanto para detestar acerca de Arabia Saudita. El reino prohíbe que las mujeres manejen y cierra sus puertas a los refugiados sirios desesperados. Durante años, sus líderes sibaritas adquirieron su legitimidad suscribiendo y exportando una versión intolerante y brutal del Islam suní. Petróleo crudo a un lado, es difícil encontrar mucho de valor producido por el reino del desierto.

Hace muy poco los saudíes han incrementado las tensiones con Irán ejecutando, por sobre las objeciones estadounidenses, a un prominente clérigo chií radical mientras libran una guerra brutal contra satélites chiíes de Irán en Yemen. ¿Entonces, por qué Estados Unidos debe sentirse obligado a ponerse del lado del país al que el diplomático israelí Dore Gold llamó una vez “Reino del Odio,” especialmente cuando la administración también está tratando de buscar más apertura con Teherán?

Esa es una pregunta que parece estar repentinamente en las mentes liberales de la política exterior de Washington, como si ellos acabaran de descubrir que no compartimos exactamente los valores morales saudíes. Algunos en la derecha también parecen pensar eso, con Estados Unidos liderando al mundo en la producción de energía, ya no tenemos mucho uso para la alianza con los saudíes.

Entonces recordémonos, porque sería una mala idea—dejen muy mala—que Estados Unidos abandone a la Casa de Saud, especialmente cuando está bajo creciente tensión económica a partir de los precios del petróleo que caen y se siente agudamente amenazada por un Irán resurgente. A pesar de las esperanzas indulgentes de la Casa Blanca de que el acuerdo nuclear moderaría el comportamiento de Irán, los intransigentes de Teherán no perdieron tiempo esta semana descalificando a miles de candidatos moderados para que se presenten en las elecciones parlamentarias del mes próximo, y una milicia respaldada por Irán parece ser responsable por el secuestro reciente de tres estadounidenses en Irak.

No es de extrañar que los saudíes estén nerviosos. El acuerdo nuclear garantiza a Irán una ganancia inesperada de u$s100 mil millones que compensará sus pérdidas por los precios petroleros en caída mientras no hace nada por detener su imperialismo regional. El apoyo militar de Rusia al régimen de Assad en Siria, junto con su venta de armamento avanzado a Teherán, significa que los enemigos regionales de Riad ahora disfrutan de la protección de una importante potencia nuclear. Los satélites iraníes armados están activos en Líbano, Siria y Yemen, y dominan mucho del sur de Irak. Las poblaciones chiíes inquietas en la Provincia Oriental rica en petróleo de Arabia Saudita y el vecino Barein proporcionan más oportunidades para la subversión iraní en la península Arábiga.

Sumen a esto un presidente estadounidense que es ambivalente acerca de la Casa de Saud como lo fue Jimmy Carter acerca del Shah de Irán, y no es de extrañar que Riad esté actuando en la forma en que lo está haciendo. Si la administración ahora no está feliz acerca de la guerra saudí en Yemen o de su ejecución de chiíes radicales, sólo tiene que culparse a sí misma.

Todo esto significa que la política correcta de Estados Unidos hacia los saudíes es mantenerlos cerca y demostrar apoyo serio, para que ellos no se vean tentados a continuar trabajando en forma independiente en su política exterior en formas que podrían no gustarnos. No ocurrirá en esta administración, pero un compromiso serio de derrocar al régimen de Assad sería el lugar para empezar.

Como están las cosas, ¿cuál es la alternativa? La Casa de Saud no va a relocalizarse masivamente en sus mansiones en la Riviera francesa y dejará detrás una democracia que se auto-gobierne. En su lugar, el distanciamiento de Estados Unidos los acercará más a los rusos o chinos. Ellos también estarán tentados de repetir los errores de su pasado atrayendo más cerca a los extremistas suníes como una forma de comprarlos y como un contrapeso de Irán.

También, contrariamente al mito que los saudíes están en cierta forma “detrás” del 11/S, el reino ha estado combatiendo durante décadas a al Qaeda. Anuló la ciudadanía de Osama bin Laden a principios de la década de 1990 y presionó a los talibanes a expulsarlo de Afganistán. La inteligencia saudí ha sido vital en impedir importantes conspiraciones terroristas, incluida la conspiración de al Qaeda en el año 2010 para bombardear aviones de carga con destino a Estados Unidos.

Estados Unidos no estaría más seguro sin este tipo de cooperación en inteligencia. Mucho peor sería una situación en la cual colapsara la monarquía. Los resultados generalmente deprimentes de la Primavera Árabe no inspiran mucha esperanza de una transición democrática pacífica, y las divisiones sectarias y tribales internas de Arabia Saudita podrían llevar a un resultado similar al de Siria. El Estado Islámico y otros grupos yihadistas prosperarían. Irán buscaría extender su alcance en la península Arábiga. Las tiendas abundantes del reino de equipo militar occidental avanzado también caerían en manos peligrosas.

Tal guerra civil tampoco agotaría las furias sectarias de la región. Como hemos visto en Siria, Libia e Irak, el Islam radical florece en áreas de caos—la “gestión del salvajismo” es su objetivo político explícito. Y una guerra civil en Arabia Saudita, población de 30 millones, podría llevar a un nuevo éxodo de refugiados que erosionaría y desbordaría más las fronteras de Europa.

¿Entonces Estados Unidos debe desistir de alentar al reino a reformarse? Por supuesto que no. Las mujeres saudíes tuvieron permitido participar como votantes y candidatas en elecciones municipales por primera vez en diciembre. Ese es todavía un pequeño paso, y los saudíes deben utilizar los estados ciudades de Dubai y Abu Dhabi como modelos viables para la reforma política. Pero es difícil para Estados Unidos urgir a tales cambios en un país que siente que está siendo abandonado.

Las alianzas extranjeras no son como los guardarropas: No puedes cambiarlos según la marea de la moda. La alianza de 71 años de Estados Unidos con el reino es una que abandonamos a nuestro propio riesgo.

The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México