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La Embajada Mundial de Activistas por la Paz dio al Centro Israelita de Monterrey la oportunidad de ser los anfitriones de esta ceremonia tan profunda e importante, como lo es el recordar las atrocidades contra el pueblo judío llevadas a cabo durante la Segunda Guerra Mundial.

THELMA KIRSCH PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

A medida que el Holocausto se desvanece en el tiempo disminuye el número de sobrevivientes. Es por eso que nos corresponde a nosotros, a las generaciones jóvenes, a las generaciones actuales, el portar la antorcha del recuerdo y defender la causa de la dignidad humana sin importar su color, su procedencia o su religión y entender que la humanidad es “una”, y como tal fue creada.

Como todos nos repetimos siempre que tenemos oportunidad: “Nuestro compromiso es saber, nuestro deber es enseñar para jamás olvidar”.  Evitar que estas atrocidades se vuelvan a repetir en cualquier parte del mundo donde algún hombre se encuentre presente.

En esta ocasión contamos con la distinguida presencia de la Sra. Ana Carrera, Representante de la Embajada Mundial de Activistas por la Paz, quien al asistir a esta reunión compartió con nosotros un mensaje para que defendamos la causa de aquellos que lo necesiten en esta época de grandes dificultades y racismo en la tierra y evitemos, todos unidos, que el hombre se vuelva a encontrar ante semejante encrucijada.

Nuestra invitada de Honor fue la Sra. Dolly Hirsch de Bestandig, nacida en Vilna, Lituania, en el seno de una familia muy religiosa.

Juntos, escuchamos su doloroso testimonio de vida. Escuchamos la forma en que sobrevivió ante situaciones terribles, y todos nos preguntamos: ¿cómo le fue posible sobrevivir, además de ser capaz de abrir su corazón y su espíritu ante los asistentes?

Al terminar de escuchar las palabras de Dolly, con los ojos húmedos y el corazón todavía sensible, se procedió al encendido de las velas en memoria de los 6 millones de hermanos que fueron masacrados durante el Holocausto.

Y repito, para todos aquellos que leen este artículo, para todos aquellos que se sienten distantes en tiempo y espacio:

“Este hecho todavía sangra en el corazón de cada judío como una herida que nunca podrá cicatrizar”.

Sin importar la procedencia de cada uno de nosotros, ashkenazim o sefaradim, o el hecho de haber perdido o no a algún antepasado, a algún ser querido… el saberse judío, implica una responsabilidad única: “Salvaguardar los valores entregados a Moisés por nuestro D’s en el Monte Sinaí después de la salida de Egipto, momento en el cual nos convertimos en un pueblo. Debemos defender cada uno de los Diez Mandamientos,  continuar educando a nuestros jóvenes y niños dentro de este marco que la religión y las comunidades nos ofrecen y llevar muy en alto la identidad judía, la identidad de un pueblo que, a través de la historia y de los diferentes lugares a los cuales ha tenido que emigrar,  no se deja vencer y renace, literalmente de entre las cenizas, para dejar su huella en la historia de la humanidad con grandes descubrimientos, con escritos que marcan a los hombres, con música, con arte y con ciencia, además de una presencia que se vuelve cada vez más fuerte desde que el Estado de Israel fue proclamado como tal en el año de 1948.

Así es, tenemos una misión que recae en cada uno de nosotros como padres, educadores o simples individuos que seguimos el camino de la Torá.

“Mantenernos en comunidad, pertenecer, reconocer el esfuerzo y la lucha gigantesca que nuestro estado: Israel, día a día libra para conseguir un mundo mejor, un mundo de Paz