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JULIO QUESADA MARTÍN, INSTITUTO DE FILOSOFÍA UNIVERISDAD VERACRUZANA- EN EXCLUSIVA PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Querida Pilar:

Hoy se conmemora el Holocausto para que no lo echemos en saco roto, para que los hombres nunca olviden lo que los hombres son capaces de hacer.

Este acontecimiento nos coloca en los límites del canon occidental o, tal vez, y siguiendo al crítico inglés de nuestra cultura, George Steiner (El castillo de Barbazul), “Auschwitz” ha abierto las puertas para entrar en una “postcultura”.

La clave para entender esta interesantísima tesis es que el Holocausto ya no obedece a ninguna de las “lógicas” de la Historia marcadas por Occidente. Ni la lógica del Infierno, ni la lógica de la violencia capitalista explotadora de cuerpo y de almas.

El Holocausto (término ambiguo porque en su raíz semántica lo que impera, como en el Antiguo Testamento, es una matanza de animales en la hoguera o a cuchillo…en loor de Dios) excede toda lógica de El Capital porque la muerte carece de simbolismo en el sentido del intercambio simbólico que siempre ha tenido la muerte para Occidente. Piensa, por ejemplo, estimada lectora y apreciado lector, en las Cruzadas, en el Colonialismo (Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas), en el “descubrimiento” de América, en las “guerras florarles” de los aztecas…Siempre ha habido un intercambio simbólico: religioso, económico, político y hasta deportivo. O piensa en el Infierno, una creencia honda en Occidente, al menos hasta el siglo XX, en donde la culpa es tan infinita que jamás puede saldarse del todo: penas eternas como el crujir de dientes…que podrán ver los que se salven porque la perspectiva del Cielo hacia el Infierno es una perspectiva caballera: para que los “elegidos” vean mejor las penas del Infierno…y así tomen conciencia de que se han “salvado” (Santo Tomás de Aquino: Summa Theologica). El modelo pictórico más impresionante, al respecto, es El Jardín de las delicias de El Bosco, que se adelanta a su tiempo en el sentido del hacer=producir dolor y sufrimiento inimaginables para su época porque se trata de una “cadena de montaje” del dolor.

Sin embargo, y según los siempre penúltimos datos que tenemos de la “filosofía del Holocausto” (no me acaba de gustar la expresión porque “filosofía” y “Holocausto” son términos que se contradicen a sí mismos, de la misma forma que “filosofía” y “Heidegger”, a no ser que la introducción del nazismo en la filosofía tengamos que considererla como el gran acontecimiento del siglo XX en tanto revolución del “pensar” (Denken) como ha estudiado nuestro colega francés, maestro y amigo, Emmanuel Faye: Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía). “Auschwitz” significa, ontológicamente (=tratado, estudio del ser o de la existencia), la voluntad de erradicar de la existencia a una parte de la vida misma que se etiqueta como “no vida” o “no existencia”.

No es casualidad que a los judíos se les identifique con el mito del Vampiro, Drácula, que es un no muerto que vive de la sangre de la vida auténtica o de la existencia auténtica. Como los vampiros, ni los judíos ni las judías se reflejan en el espejo de la vida o de la existencia; solo alcanzan el nivel de los “piojos” yel de las “ratas” (Nosferatu de mi actor Klaus Kinski). Y, en efecto, cuando matamos a una rata no estamos matando a “nadie” ni a “nada” porque “eso” forma parte, para la filosofía de Occidente, de la no vida como la peste.

Acuérdate, Pilar, de aquellas magníficas escenas de Nosferatu en las que vemos cómo un barco velero mercante entra en la ciudad a través de sus canales, sus venas, y ya fijado en el muelle, que está en el corazón de la ciudad, el corazón de las tinieblas, Nosferatu, “el que no muere”, escapa a media noche de su ataúd, en donde siempre lleva tierra de su origen, Transilvania, e inmediatamente después comienzan a brotar del barco, a través de la plataforma de embarque, miles y miles y miles de ratas que inundan la ciudad hasta el punto de convertirla en un caos, en un cementerio viviente cuyas hogueras no impiden la epidemia hasta que Isabel Adjani, la bella protagonista, seduce al Vampiro ofreciéndole su hermoso cuello y esté a ella atado por la sangre hasta los primeros rayos del Sol que lo destruirá.

Un inciso filosófico, metafísico. Desde Platón a la escolástica soviética, pasando por la Escolástica de la Edad Media, el llamado “problema del mal” nunca se resolvió satisfactoriamente. Siempre se dejó fuera la argumentación en favor de, para decirlo con el mejicano Octavio Paz, “las trampas de la fe”.

Claro, si el Ser se identifica con el Bien, ¿cuál es el Ser del mal? La filosofía del cristianismo, su teología rica en Platón a pesar de Aristóteles, piensa desde la Fe: el mal no existe, o no “es”; sino que es “ausencia de Bien o de Ser”. Y a pesar, también, del materialismo dialéctico como filosofía de la historia de la ex URSS, tarde o temprano, en este caso antes de lo que todos creímos, las víctimas del stalinismo dejaron de verse a sí mismas como “ausencia de socialismo real” (comunismo del bueno), y se atrevieron a señalar la realidad del mal. De la misma forma que la sombra no es ausencia de Sol, sino la consecuencia de que algo material, opaco, se oponga a la luz dando una sombra, así mismo, el genocidio llevado a cabo por el comunismo soviético, bolchevique, no era un paso necesario que tenía que dar la Historia Universal en aras del Bien o de la Justicia. Era, fue, simplemente un vil asesinato de seres humanos, de todo tipo, y que algunos como Martin Amis calculan en veinte millones (La risa o los veinte millones). El mal tiene “ser”, entidad propia, existe, tal y como lo demuestra históricamente Stalin y el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética). La novela-película La insoportable levedad del ser, del polaco Milan Kundera, es un rico aliado literario para interrogarnos desde los abismos del corazón humano descritos con empatía fenomenológica desvelados por los narradores del Gulag, como Vasili Grossman y Aleksandr Solzhenitsyn.

¿Qué fue peor, el Holocausto o el Gulag?…Esta pregunta hay que hacerla con mucha finura, gentileza, veracidad, valor y sensibilidad moral. No se trata de una carrera de caballos. Todos somos judíos alemanes, judíos polacos, judíos franceses,…y todos somos (o deberíamos ser) víctimas del comunismo, sobre todo ahora que se quiere reivindicar la figura de este asesino y desde los partidos anti-sistema se comienza a reclamar la vigencia y necesidad del comunismo para afrontar la crisis de España. Cómo me acuerdo ahora, Pilar, de aquel pasaje que relata Evguenia Guinzbourg de los “barcos de mujeres” en medio del desierto de nieve de Siberia, enjauladas en la bodega, a 40 bajo cero, mitad humanas, mitad pájaros (El vértigo).

El daño que en el siglo XX se le ha hecho a la vida es irreparable y lo mínimo, para orientarnos en una “postcultura”, es no perder del todo la memoria. Hay que vivir, por supuesto, y hacernos cargo de nuevas empresas; pero nunca a costa del olvido de nuestra propia historia de la Destrucción de los hombres por ellos mismos.

Vuelvo al Holocausto y al intento de percibir lo que hay de “nuevo” en su destrucción de la vida. Es cierto que el paisaje de los campos de la muerte (ya lo verás cuando vayamos de luna de miel a Varsovia; aún estás a tiempo: ¿quieres casarte conmigo?), forma parte del paisaje de la Modernidad: los campos de exterminio son “fábricas” de producir cadáveres y humo; aunque la Alemania nazi supo “calcular” con una potente objetividad racionalizadora (Tiempos Modernos de Chaplin), tanto el traslado de seres humanos en trenes de mercancías en cuyos vagones abarrotados de judíos tenían que hacer sus necesidades, hasta las rampas identificadoras: o trabajo o gaseamiento, así como el almacenamiento y posterior venta de miles y miles y decenas de miles y más miles de cabelleras de mujeres que iban a ser sacrificadas en las duchas con sus propios hijos; así como la extracción de los dientes de los cadáveres con empastes de oro antes de ser cremados en los hornos fabricados por estupendas empresas alemanas; o la piel que se utilizaba para hacer lámparas para las SS; o las miles y miles de gafas que vi en Auschwitz y los objetos personales, brochas de afeitar, zapatitos de niños… En la entrada de estecampo de la muerte se lee: “Arbeit Macht Frei”: “El trabajo os hará libres”…a través de las chimeneas.

Ahora bien, el Holocausto no queda explicado ni por el Zyclon B, el gas de las duchas, ni por la exquisita puntualidad científico-tecnológica de la Maquinaria moderna alemana. En otros países como el Reino Unido y, no digamos, Suiza, llena de puntualidad en todos sus relojes, también los adelantos científicos y tecnológicos habrían posibilitado la “infraestructura” del Holocausto; pero ni a ingleses, ni a suizos, les dió, a nivel estatal, por hacer lo que hizo la Alemania nazi entre 1935 y 1945. Si no echamos mano de la Historia de las Ideas (Filosofía, sociología, derecho, etc,.) no podemos entender la esencia o fundamento del exterminio total de los judíos. Los judíos eran una epidemia mortal de la existencia histórico-espiritual de los pueblos históricos, nórdico- arios, auténticos sujetos de la historia como Volk (pueblo). Los judíos, nómadas y apátridas, quedaron etiquetados, desde la propia esencia alemana en tanto pueblo auténtico, propiamente un pueblo, su “bien” ((ousía=sustancia). Esta oposición exclusiva, o Pueblo o judíos, no es un prejuicio entre otros, sino la base “hermenéutica” mediante la que la Alemania de los auténticos alemanesquiere explicarse a sí misma. ¿Cuál es el Ser de Alemania?

El prestigioso filósofo alemán Martin Heidegger ha dedicado toda su Obra a la necesidad de “un nuevo comienzo” de Europa y de Occidente retomando el planteamiento “metafísico” de los auténticos griegos: no tanto “¿qué es el Ser?” como “¿Quiénes somos nosotros mismos”? (Ser y tiempo de 1927 e Introducción a la Metafísica, 1935, el mismo año de la proclamación “metapolítica” de la nueva realidad alemana, de la nueva ontología alemana a la luz del nazismo: Leyes de Núremberg). Entiéndase bien, ni la filosofía moderna, ni la ciencia moderna, preguntan por el “pueblo” y ya ni siquiera por el “ser”. Pero si Alemania, piensa Heidegger, aún sigue interrogándose por “¿Quiénes somos nosotros mismos?” como Volk que, a juicio de la Hermenéutica heideggeriana (1922: Informe Natorp), es la única forma que tiene el Ser de aparecer en la existencia, resulta obvio y fatalmente necesario por lógica que Alemania sea el único “pueblo metafísico” de Europa. Frente al positivismo y al neopositivismo, frente a la globalización científico-técnica y sus Derechos Humanos que privilegian “astutamente” la autonomía de la persona antes que la del pueblo, comunidad, religión o raza o lengua materna, en fin, contra la fenomenología de Husserl, resulta obvio, decía, entender por qué Alemania cree conservar la “esencia” de la existencia europea, occidental, y su bien o sustancia más preciado: el suelo de sus antepasados. La Ilustración y Nietzsche, y con más pasión aún, el viejo y valeroso Edmund Husserl (La filosofía en la crisis de la humanidad europea. Conferencia dada en la Asociación de Cultura de Viena, los días 7 y 10 de mayo de 1935: el mismo año de la Introducción a la Metafísica y de las Leyes de Núremberg mediante las que los judíos perdían la nacionalidad alemana como primer paso, en derecho, hacia el Holocausto), auténtico Gary Cooper (Solo ante el peligro) de la filosofía del siglo XX, habían declarado la guerra al nacionalismo y al naturalismo argumentando filosóficamente el nomadismo apátrida, cosmopolita, de los buenos europeos y la intencionalidad de la conciencia fenomenólogica que, a pesar de los nazis y de Heidegger, alumbra filosóficamente hacia una comunidad de amor universal como la ciencia, como la filosofía. ¡Los papúes también son seres humanos! -decía en Viena ahíta de svásticas. Pero el “ser-aquí” destruye la Ilustración y la fenomenología, alzando desde el Boden (suelo), que no desde el boody (cuerpo que es siempre mi cuerpo en relación con los demás cuerpos), un puente ontológico histórico-espiritual con la tarea política del nazismo consistente, también, en volver al “origen” de la primacía ontológica (existencial) de la raza blanca.

Este gran filósofo, tan estimado que pasa, según los heideggerianos de comunión diaria, como el mayor pensador del siglo XX”, tiene una conferencia dada después de la Guerra, 1949, titulada “El peligro” (Die Gefahrt). Ahí pone en duda que en los campos de la muerte haya habido realmente muertos. Parece mentira esta infamia; pero tiene su razón de ser en Ser y tiempo, ya que el Dasein=Volk=Sprache=Boden=Staat (ser-aquí = pueblo = lenguaje = suelo = Estado) no nace, a la luz del análisis ontológico-histórico deHeidegger, ni a la “vida”, ni a la “naturaleza”; sino a la “existencia” cuya “autenticidad” viene sellada (prägung) por dos existenciarios que escapan a la filosofía como “argumento”: Blut und Boden, sangre y suelo. A la luz de esta perspectiva de la vida, el pueblo judío tiene un pecado en sus propias entrañas: el pecado contra la vida sana. Luego, seguimos nosotros, ¿no había que amputar y arrojar en humo a las tinieblas de la no vida (ratas, piojos) lo que ontológicamente tampoco puede alcanzar el axioma fundamental de Ser y tiempo: “el ser (Dasein=Volk) es para la muerte”? Heidegger en “El peligro” ha elevado muy alto el listón de la Historia de la Infamia al negar tan originalmente el Holocausto; lo que Emmanuel Faye definió como “negacionismo ontológico”.

Ahora bien, esta audaz conferencia de 1949 tiene, como toda fotografía de la época, su negativo revelador. Lo que revela “El peligro” es la imposibilidad que tenemos para explicar el Holocausto sin bucear en esta forma de pensar nazi- heideggeriana. Un año después de dejar el Rectorado de Friburgo, Heidegger escribe Introducción a la Metafísica (1935) como cuerpo, material, para sus clases. En la última parte del libro se encuentra el elogio que hace el autor del”partido” por la “verdad interior y grandeza” del mismo. Aunque la “Recepción de Heidegger en España” nos quiera hacer creer -Félix Duque, especialmente- con malabarismos eruditos filológicos sacados de la Lógica de Hegel, que ahí “grandeza” no posee un sentido “cualitativo”, sino meramente “cuantitativo”, los recién publicados Cuadernos Negros (1931-1938) le quitan la razón a mi colega y antiguo amigo al que no por pocas cosas admiro. “El régimen del movimientode 1933/1934 ¿hay que limitarse a interpretarlo y embotellarlo , como si fuera un estadio definitivo?¿O no esmás que la forma preliminar de un gran futuro del pueblo? Solo si es esto último -y esto es lo que creemos-, tiene en sí la garantía de la grandeza”

(Cuadernos Negros. Reflexiones y Señas, III, 91, p. 125. Cursiva nuestra).

Esto nos devuelve, querida Pilar Almagro, a El castillo de Barbazul de Steiner. No es únicamente que hemos podido construir científico-técnicamente el Infierno aquí en la Tierra; sino que la humanidad ha dado un paso adelante, un salto cualitativo, respecto de la exterminación con mentalidad de “fábrica” de aquellos seres humanos -judíos y gitanos- que, paradójicamente, nunca podrían morir en los campos de exterminio por la sencilla razón “ontológica” de que no existen.

Estas reflexiones a vuela pluma están traspasadas por mi propia persona del mundo. Llevo desde el lunes pensando en Walter Benjamin, nada concreto, salvo que se suicidó en Port Bou, en la bella costa catalana, después de cruzar la frontera francesa, y ante la orden franquista de negar los visados, por lo que aquel grupo de refugiados judíos tenían que volver a la Francia nazi, el escritor judío alemán no lo pudo resistir y se despidió del mundo en la noche del 25 al 26 de septiembre de 1940, con una sobre dosis de morfina. Esto puede medir el tamaño del dolor, el volumen de nuestros miedos.

Sí, es verdad, llevaba varios días pensando en él. Pero ha sido esta mañana, al entrar al Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana, cuando todo se me ha hecho visible al decirme mi compañera y amiga, la Dra. Adriana Menassé, si sabía qué día era hoy… 27 de enero. Liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo. 27 de enero de 2016: Día del Holocausto. Y, hemos comentado con nuestro Director, Dr. Adolfo García de la Sienra y con el gran historiador burgalés, Dr. Jesús Turiso, que el próximo año hemos de tenerlo en cuenta institucionalmente.

Por otra parte, carnales, hoy he tenido un sueño de mucha inquietud, pero, al mismo tiempo, de inmensa alegría y se me ha venido a la cabeza lo de Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: que el gozar de la dicha es como hacer una obra de arte. Un sueño, Pilar, que me impele, en medio de la conmemoración del Holocausto, a pedirte a miles de kilómetros tu mano…y el resto. Nadie, y menos aún los amigos judíos, deberían ver esta Suite como una falta de respeto. Todo lo contrario, a este breve ensayo lo impulsa una clara intencionalidad fenomenológica y, por lo tanto, anti nazi y anti heideggeriana: el amor, la solidaridad -como los que ya te tengo.

Sabiendo lo inteligente, bella y noble que eres estoy completamente seguro que te alegras de compartir este ensayo de amor con un gran colega que se jubila, solo administrativamente, el Dr. Javier SanMartín, catedrático de filosofía de la UNED al que le tengo mucho afecto filosófico en tiempos de crisis. Y es que, mi amor, Europa, Occidente, el mundo, es una tarea fenomenológica o no serán (Javier SanMartín: Para una filosofía de Europa: ensayos de fenomenología de la historia, 2007).-

Julio Quesada.

Instituto de Filosofía

Universidad Veracruzana

27 de enero de 2016.