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MARÍA ANTONIETA COLLINS
Los vi desde que me subí al avión de Miami a Los Ángeles: eran padre y madre y cinco niños pequeños que presagiaban tormenta para los pasajeros, toda vez que tenían edades como en escalera, y había dos de ellos realmente pequeños, pero lo que siguió fue un concierto de cosas tan buenas que terminaron por convencerme ¡que muchos padres debieran ser así!
Comienzo por esos niños. La mayor, Hannah, una belleza de 13 años y que sorprendentemente supervisaba con la mirada al resto de sus hermanitos, era seguida por la inquisidora y silente mirada de Sheina de la otra niña, no mayor de 10 años que vigilaba a Haya y Shira las dos pequeñas, y ni qué decir de Nissim el varón que, diligentemente, hacia caso a lo que la madre y el padre les pedían a señas: silencio, no gritos para no incomodar a los pasajeros.