IRVING GATELL

El fiscal argentino Ricardo Sáenz ha declarado, oficialmente, que el Caso Nisman se va a investigar como homicidio. Era, naturalmente, un secreto a voces. En Enlace Judío lo enfatizamos desde hace un año, cuando las posturas oficiales del sistema judicial de la Argentina todavía Kirchnerista intentaban desviar la atención y empezaban a hablar de la posibilidad de un suicidio.

Al final, las cabezas rodaron, incluyendo la de Cristina Fernández de Kirchner, que no pudo lograr la victoria del oficialismo en las elecciones para la presidencia. También cayó la fiscal Fein, comprometido hasta la médula con el proyecto de estorbar las investigaciones en el Caso Nisman, exactamente del mismo modo que el gobierno argentino ha estado, con mucha frecuencia, comprometido con estorbar las investigaciones sobre el atentado a la AMIA, hace casi 22 años, proceso judicial que todavía no tiene una solución.

El paso dado hoy por la justicia argentina es interesante, y vuelve a poner los reflectores sobre Macri. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo presidente argentino?

No es un asunto sencillo. El Caso Nismán es apenas la punta de un iceberg, y un compromiso serio por resolverlo puede provocar el efecto de una bola de nieve, conforme vayan aflorando todas las cosas que hay detrás y que remiten, inevitablemente, a los proyectos terroristas de Irán y Hizballá en América Latina. Proyectos que han prosperado y se han mantenido en la más grotesca impunidad gracias al apoyo de gobiernos simpatizantes de esa causa (o tal vez sea mejor decir que son decididamente antisemitas), empezando por el de Hugo Chávez, actualmente bajo las torpes manos de Nicolás Maduro.

Desde hace casi 40 años, la República Islámica de Irán ha tejido una compleja y extensa red de apoyos (financieros y operativos) para su más anhelado proyecto, la destrucción de Israel.

Se trata de un objetivo definido exclusivamente por el odio irracional de los Ayatolas al Estado Judío, mismo que se ha convertido en una obsesión insana que ha provocado que Irán se meta en cualquier cantidad de problemas.

Al principio su proyecto parecía funcionar. Logró imponer la autoridad de Hizballá en el Líbano, y desde allí se inició la actividad terrorista contra Israel. Para ello, reforzó su control en Siria, adoptando como esbirro a Hafez el Assad primero, y luego a su hijo Bashar. Aparte, financió a Hamas para que cerrara la pinza desde la Franja de Gaza contra el Estado Judío.

Naturalmente, otro factor de apoyo importante –sobre todo en el aspecto propagandístico– se logró en América Latina, aprovechando la fácil tendencia antisemita y judeófoba de los sectores izquierdistas pseudo-progresistas.

En ese marco fue que se realizó el atentado a la Asociación Mutual Israelita de Argentina, cuya investigación fue torpe, lenta y manipulada debido al encubrimiento recibido por el gobierno de Carlos Menem. Pese a que se trató del atentado terrorista más violento en toda la Historia de América Latina, la investigación realmente no prosperó.

En ese marco –aunque casi 20 años después–, Alberto Nisman se levantó como un verdadero héroe del pueblo judío y, en definitiva, del sistema judicial argentino. Se comprometió realmente a resolver el problema, y poco a poco fue integrando la información que, en resumidas cuentas, era la óptima para detonar un escándalo.

Al final de cuentas, era un grotesco caso criminal en el que muchos gobiernos o gobernantes se veían involucrados directamente, como parte de la compleja red de apoyo al terrorismo iraní, o indirectamente, por medio de gente de poder que se encargó de imposibilitar que los culpables fueran acusados y/o llevados a la justicia.

Nisman sabía que ponía su vida en juego. Su compromiso implicaba entrar en conflicto abierto con muchos sectores de poder y, peor aún, con una ideología que cuenta con un amplio apoyo en muchos sectores latinoamericanos, caracterizados por su ignorancia en cuestiones de Medio Oriente, aderezada por una abierta e irracional predisposición contra los judíos e Israel.

Sin duda, el Caso Nisman ha sido uno de los más emblemáticos de los últimos años por todo lo que implica: antisemitismo, tráfico de influencias, impunidad para los terroristas, complicidades criminales, y en el centro de todos, la obsesión de amplios sectores retrógradas de la humanidad por dañar, o si se puede exterminar, al pueblo judío.

El desenlace preliminar fue el que, hasta cierto punto, era de esperarse: Nisman fue asesinado.

Lo escandaloso fue que de inmediato el gobierno argentino se enfocó a dejar el asunto exactamente en las mismas condiciones que el del atentado en la AMIA: en una especie de congeladora donde el proceso continuara su curso (para que no fuese posible una acusación de inactividad), pero sin una verdadera urgencia por lograr lo más importante, que es algo tan simple –pero aparentemente tan molesto– como HACER JUSTICIA.

La noticia sacudió profundamente a las comunidades judías de América Latina, pero también a las personas comprometidas con los valores democráticos honestos. Por un momento, muchos nos sentimos como en aquellos años donde al judío simplemente se le negaba todo, incluso el derecho a vivir. Algo así como un “que los judíos no se atrevan a estar felices y en paz, porque les volamos sus edificios; y que no se atrevan a investigar, porque los matamos”.

Para mala suerte de Cristina Fernández de Kirchner, el Caso Nisman vino en la era de internet y las redes sociales y, especialmente, en el momento en que las redes de apoyo a Israel y los judíos se han ampliado notablemente.

El escándalo fue mayúsculo. Puso a Cristina bajo una presión política que pocas veces había sentido. Le costó el trabajo a su fiscal-esbirra. Y, sin duda, influyó mucho para que la elección presidencial la ganara la oposición.

En muchos sentidos, este asesinato fue un evento en donde se reprodujo el paradigma planteado por el profeta Zejaria (Zacarías) en la parte final de su libro. En el capítulo XXII se habla de una guerra en la que todos los enemigos de Jerusalén atacarán sin piedad, pero los judíos obtendrán la victoria milagrosamente.

Pero no todo es feliz: una persona importante –no se especifica quién– muere en la batalla, da la vida por su pueblo. Zejaria sólo nos dice lacónicamente que “miraremos a alguien que fue traspasado” (o, más precisamente, muerto a espada). Pero luego se explaya: todo el pueblo judío hace luto por él, toda la nación se entristece por la caída de un guerrero que pagó con su vida por la libertad de su pueblo.

Así es como vamos a recordar a Alberto Nisman, un mártir judío que cayó en una cruenta guerra en la que el ataque ya no era contra Jerusalén, sino contra el derecho mismo del pueblo judío a defender su vida.

Un héroe judío de la modernidad, sin duda.

El reconocimiento por parte de la fiscalía argentina de que Nisman fue víctima de un homicidio es apenas un primer paso para resolver el problema inicial: quién lo mató y por qué. Pero luego viene lo demás: seguir la investigación del caso AMIA y aclarar qué fue lo que sucedió, cómo fue posible que Irán extendiera con toda impunidad sus redes terroristas, y quiénes fueron los encubridores que por 20 años estorbaron la acción de la justicia.

Ahora sólo queda esperar para ver si Macri y el nuevo gobierno argentino van a estar a la altura de los acontecimientos, y si después de ello podremos decir que por fin a los judíos se les permite una vida normal.

Porque eso es lo que está de fondo: la necedad de mucha gente en creer que los judíos no tenemos derecho a nada.

“A Nisman lo mataron”: La cobertura de Enlace Judío acerca del asesinato del fiscal de la causa AMIA


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Entrevista a Daniel Fainstein


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El programa del Canal 22 realizado en las oficinas de Enlace Judío


Marchan en México on máscaras de Nisman


Entrevista exclusiva de Alberto Nisman para Enlace Judío