DROR EYDAR

A su manera, sin gracia, Donald Trump está introduciendo un mensaje importante, que surge contra el mecanismo opresor del lenguaje conocido como “políticamente correcto” – un concepto meritorio en su raíz, pero que ahora tiene esclavizado a todo el pensamiento libre.

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO  – Donald Trump sigue sorprendiendo a todos los expertos y encuestadores.

El analista David Goldman escribió esta semana que la razón por la que Trump está ganando es la muerte del sueño americano. “Los estadounidenses comunes tenían una remota posibilidad de enriquecerse antes del año 2008. Ahora no tienen ninguna posibilidad en absoluto”, escribió.

Los estadounidenses ya no creen que sea posible escalar posiciones como solía ser. Es por eso que quieren dar una patada al sistema y mandarlo al bordillo, y Trump le está dando muchas patadas.

A su manera, sin gracia, Trump en realidad está introduciendo un mensaje importante, que surge contra el mecanismo opresor del lenguaje conocido como “políticamente correcto”. Hay algo divertido y refrescante en un candidato político al que constantemente le importa un comino este código estadounidense super sagrado y castrante. Tengo la sensación de que el pueblo estadounidense está reaccionando a Trump como esclavos viviendo bajo la bota opresora de la tiranía mental y que finalmente han encontrado un líder que los comprende.

La idea que subyace en la raíz de la corrección política es meritoria: el respeto y el reconocimiento de los demás. Pero la corrección política se ha convertido en una forma de tiranía mental de la que resulta el discurso público en una cáscara vacía. La mayoría de las veces, la gente pasa de puntillas por los problemas, con mucho miedo a tocarlos, para no ser acusados de racismo, xenofobia, sexismo, machismo o cualquier otro delito verbal prohibido.

En realidad, todo esto es para esclavizar el pensamiento libre. La corrección política no es simplemente un conjunto de reglas para una conversación educada; es la imposición de un control sobre la expresión hasta el punto de silenciarla.

Algo de esto se ha filtrado incluso en la cultura israelí, en forma de choque diario expresado por tal o cual persona sobre tal o cual observación. Pero nosotros, los judíos, tenemos un convenio con la palabra escrita y hablada. En la tradición judía, las palabras pueden crear mundos, así como destruirlos. Nunca hemos retrocedido del debate verbal ni de duras declaraciones. Por el contrario: Nuestra tradición estudiosa estimula los desacuerdos y enfrentamientos de las ideas, en la creencia de que es la única manera de llegar a un terreno común.

Uno de los productos de esta prisión lingüística es la negativa del presidente de Estados Unidos Barack Obama a señalar abiertamente al Islam radical como fuente, de hecho, la principal fuente, del terrorismo en el mundo de hoy. Oyéndolo hablar, uno podría pensar que el terrorismo es perpetrado por terroristas extranjeros sin ninguna afiliación, criminales al azar, etc. Cualquier cosa menos representantes de la “religión de paz y amor”, el Islam.

Durante los últimos siete años, la Casa Blanca ha estado ocupada por un representante de la izquierda intelectual, un reflejo del filósofo en la “República” de Platón. Pues bien, ese experimento fracasó. Con mucha ironía de la historia, ahora el péndulo ha oscilado con fuerza hacia el lado opuesto. Trump ha desmontado el sistema. Masas de oprimidos americanos lo están animando. Ciertamente no es suficiente para liderar a la mayor superpotencia del mundo, pero, por otro lado, después de Obama ….

Cuando se pierde el racionalismo

Las viejas controversias se olvidan con el estallido de nuevas controversias. Así que ya hemos olvidado cómo se enorgullecía el ancla de la radio Razi Barkai comparando nuestro proceso de duelo al de nuestros enemigos. Aparentemente, todo lo que hizo fue hablar sobre el duelo, pero entre líneas, hubo una insinuación que ha tenido influencia en la izquierda israelí por generaciones: que nuestra justicia y su justicia son iguales. Que ambas narrativas nuestras están justificadas. Empleando las propias palabras de Barkai: “¿Cuál es la diferencia entre los desagradables caramelos [que las madres palestinas reparten en homenaje a sus hijos muertos como mártires] y [el dicho israelí] ‘es bueno morir por nuestro país’?” En los sectores más radicales de nuestra sociedad, este tipo de cosas puede ser interpretado como aquiescencia completa al hecho de que las acciones de nuestros enemigos están justificadas.

Tratar de tener una discusión intelectual sobre la emoción es como tratar de encajar una clavija cuadrada en un agujero redondo. ¿Cómo se puede discutir con la emoción? Por eso, este no es un debate sobre la realidad, sino sobre la interpretación de la realidad. Barkai y su gente utilizan el pensamiento racional para procesar las emociones (y el mito). Comparan nuestra realidad con lo que suponen (o tal vez esperan) es la realidad en el otro lado. En tales circunstancias, se puede pensar fácilmente que el proceso de duelo es el mismo, porque la justicia es la misma justicia, y “por amor de Dios, déjame en paz. Dividamos la tierra y acabemos de una vez”.

El acuerdo de paz que rápidamente degeneró en fuente inagotable de sangre comenzó con la racionalización del conflicto entre nosotros y nuestros vecinos. La idea de que este conflicto tiene que ver con la tierra es una fantasía persistente, porque si ese fuera el caso, la solución sería fácil – simplemente compartir. Es a través de esta racionalización que hemos logrado ignorar el conflicto religioso de 1.400 años con el Islam, los mitos infundidos en esta región durante miles de años que consideran la tierra no como territorio, sino como la razón de la existencia del hombre. Es por eso que los hombres están dispuestos a dar la vida por esta tierra. (En hebreo, las palabras “tierra” [“Adamá”], “hombre” [“adam”] y “sangre” [“dam”] derivan todas de una fuente común). Nadie habla de estos conflictos en ninguna negociación de paz, pero superan en mucho a cualquier otro en la charla “habitual”.

Aunque todos anhelamos considerar la realidad que nos rodea de manera racional, la política subconsciente pronto asomará y nos golpeará la cabeza. La percepción de la causalidad en la filosofía occidental asume que todo fenómeno tiene una causa, y si acabamos averiguando la causa se puede resolver el problema. Pero en esta región, cuna de la civilización, no todo fenómeno tiene una razón que da lugar a soluciones. Incluso la percepción del tiempo es diferente aquí que en Occidente. A la larga, los que sobreviven son los que se sienten más justificados.

Eso es lo que el poeta Natan Alterman nos legó en su poema “Entonces el diablo dijo: ‘¿Cómo supero este asedio?’ … Esto es lo haré: Entorpeceré su mente y haré que olvide la justicia de su causa”.

Parece que Alterman entendió hace 50 años lo que a Barkai todavía le cuesta aceptar hoy.

Ya no tenemos la voluntad

En la novela de David Grossman “Hasta el final de la Tierra”, uno de los personajes pasea por Tel Aviv después de ser liberado de su cautiverio en Egipto, y dice: “Es muy bueno decir ‘si se quiere, no es un sueño’, pero ¿qué pasa si alguien deja de quererlo? ¿Qué pasa si ya no tenemos la voluntad?”

A continuación, le preguntan: “¿La voluntad para qué?”

A lo que él responde: “De que no sea un sueño”.

Actualmente estamos asistiendo al cambio de guardia entre la vieja élite – la élite que, en palabras de Grossman, ha perdido su voluntad – y la nueva élite que tiene la voluntad, pero todavía está en el proceso de definirse a sí misma. Parece que sólo después de las últimas elecciones, después de la sorprendente derrota de la izquierda, el grupo que una vez lideró este país comenzó a darse cuenta de que la realidad política y diplomática actual es irreversible. Aunque la izquierda se las arregle para lograr una revolución, las cosas nunca serán como fueron durante los años que duró la hegemonía de la izquierda.

En estas circunstancias, con el poder deslizándose de las manos de la vieja élite después de años de hacer su camino con el país, los airados llamamientos se multiplican, advirtiendo de amenazas a la libertad de expresión y la libertad artística y otras amenazas orwellianas. Pero en el meollo de las cosas, la verdad es que esta banda nunca ha sido silenciada ni ha perdido la libertad de expresión amenazada. Estaban tan mimados por las instituciones políticas, culturales y los medios de comunicación que cuando su situación comenzó a resbalar lo interpretaron como un asalto a su libertad de expresión.

Si los miembros de otros sectores de repente tienen acceso a los micrófonos públicos, actúan en paneles de adjudicación, controlan los presupuestos estatales y, Dios no lo quiera, desean influir en la educación superior, están tomando distancia del tiempo de emisión que perteneció exclusivamente a la vieja élite. Sus llamadas airadas son menos descriptivas de la realidad y más descriptivas de su propia visión narcisista de las cosas. Para ellos, la libertad de expresión es un regalo de Dios que le fue otorgado sólo a ellos.

Fuente: Israel Hayom – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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