“¿Qué Estado democrático en el mundo consentiría que fueran electos en su Parlamento representantes de ideologías que buscan la destrucción del Estado que les permite ser elegidos? Probablemente ninguno”.

Un informe de “The Economist” del año 2014, titulado “Informe de Índice democrático en el mundo”, indica que Chile e Israel ocupan los lugares 36 y 37 respectivamente, y son catalogados ambos como “democracias defectuosas”, a muy escasos puntos de lo que el Informe califica como “democracias perfectas”. Palestina por su parte, ocupa el lugar 103 en este mismo informe y es catalogado como un “sistema híbrido”, no muy lejos en puntuación de los sistemas considerados “autoritarios”.

Es interesante traer a colación este informe, a raíz de las particulares declaraciones que vertiera en este medio el diputado Ahmad Tibi, quien representa al Partido Árabe Unido en el Parlamento de Israel (Knesset), a propósito de la visita que hace unas semanas realizaran a Israel dos legisladores chilenos, Marco Antonio Núñez y Osvaldo Andrade.

El diputado Tibi ha acusado a Israel de ser un Estado discriminador, antidemocrático y deshumanizado, para reclamar de los legisladores visitantes una posición de rechazo hacia este país.

Llama la atención que, “ab initio”, olvide el diputado Tibi que forma parte del Parlamento de Israel, donde ejerce como “representante popular”, que ha sido elegido por votación en elecciones libres con sistema de sufragio igualitario y universal, realizadas en el Estado al que califica de “antidemocrático, discriminador y deshumanizado”, situación que comparte con otros 11 diputados árabes.

Es cierto, puede que la democracia israelí sea “defectuosa”, como también lo es la chilena, la francesa, la italiana, la brasileña o la argentina, pero dista mucho de presentar las característica de aquellos modelos a los que pareciera aspirar Tibi, como por ejemplo, la “democracia de la Autoridad Palestina”, o si se quiere con mayor énfasis ético, la “democracia de Hamas” o las tan llamativas “democracias” de El Líbano, Siria, Qatar o Irán, por nombrar sólo algunas.

Ahmad Tibi y Netanyahu
El diputado Ahmad Tibi con el Primer Ministro Binyamin Netanyahu.

 La democracia israelí es perfectible, como muchas otras, y avanza en esa senda. ¿Qué Estado democrático en el mundo consentiría que fueran electos en su Parlamento representantes de ideologías que buscan la destrucción del Estado que les permite ser elegidos? Probablemente ninguno.

Por otra parte, resulta un ejercicio propagandístico irresponsable intentar exportar un conflicto hacia un país como Chile, donde la mayoría de su población desconoce el tema. En tal sentido, Chile y la enorme diáspora palestina en ese país sudamericano no son ni serán la llave que abra las puertas a la solución de los problemas de los palestinos. Al contrario, al instrumentalizar a la opinión pública chilena solo aumentará la tensión interna respecto de este asunto.

El diputado Tibi se equivoca. No puede pretender que los chilenos seamos jueces o árbitros en sus conflictos. Los legisladores chilenos que visitan Israel están visitando a un Estado amigo del Estado de Chile y están en todo su derecho de hacerlo, especialmente pensando en que la cooperación bilateral solo puede traer beneficios a ambas partes.

Por otro lado, el parlamentario parece olvidar que Israel resolvió ya gran parte de sus diferencias territoriales con sus vecinos: Egipto en 1982, Jordania en 1994 y El Líbano en 2000, mientras que los palestinos, por el contrario, siempre han reiterado una negativa a resolver las disputas, a pesar que desde Los Acuerdos de Oslo de 1994 han ido obteniendo satisfacciones progresivas.

Finalmente, hay que destacar que son muchos los árabes-israelíes que trabajan codo a codo con judíos-israelíes y cristianos-israelíes, en medio de un estado predominantemente judío, sin sentir o haber sentido jamás algún tipo de discriminación. De hecho, yo mismo, que soy cristiano y chileno, comparto labores con 3 árabes-israelíes.

Emplazo modestamente al diputado Ahmad Tibi que amplíe su criterio. Él, como médico formado en la Universidad Hebrea de Jerusalem, sabe mejor que nadie que una falsa medicación no recupera a un enfermo. Y eso es precisamente lo que consigue con sus declaraciones referidas a la visita de los parlamentarios chilenos, las que no han sido acertadas ni menos equilibradas, por lo que la receta que él aplica solo sirve para intoxicar una realidad que los chilenos, insisto, en su gran mayoría no conocen.

Fuente: El Dínamo / Escrito por: Roberto Sánchez Ortega