GABRIEL ALBIAC

“Matadlos donde los encontréis… Tal es la retribución de los incrédulos” (Corán, II, 191). En París el año pasado, en Bruselas ahora. Son incrédulos: menos que estiércol. “Matad a los politeístas, doquiera que los halléis” (Corán, IX, 5).

Muslims Against Crusaders march to Walthamstow from Leyton 30/7/11 EL26595-6 Anjem Choudary

El enemigo de Europa está ya dentro. No sirven las murallas: Refugees, Welcome…, necedad y retórica. Hoy, la UE abriga a 20 millones de musulmanes. Y el islam no se parece a ningún otro monoteísmo. Judíos y cristianos se asientan sobre la exégesis de un texto inspirado. El islam, no. El Corán, que existe eternamente junto a Alá, es por Alá dictado en una sola operación y a un solo copista. No admite interpretación. Se repite y se aplica. Literalmente. El Corán no se lee; se recita. Sin que una sola tilde pueda ser alterada. No plegarse a su mandato, se paga con la muerte. Puede ser un dibujante de Charlie Hebdo. Puede ser el rockero que asiste a un concierto. O el viajero a punto de iniciar sus vacaciones. Da lo mismo. Ante el islam, todos son culpables. De no ser islam.

No hay infiel inocente. Es axioma de la yihad. Porque es axioma coránico. Ante las fotos atroces de Bruselas, como ante las de París, una mente racional sentirá angustia. Tal vez, recordará al Lucrecio que maldice a los supersticiosos: “¡a tales males puede llevar una religión!” Un buen musulmán sabrá, al contrario, que sangre y fuego son atributos de esa deidad que veta cualquier piedad hacia el otro. Y entonará la sura pertinente: “No, no sois vosotros quienes los matáis, es Alá quien los mata”.