IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Milenio Diario reportó hace unos días un comentario hecho por Mikel Arreola, director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), según el cual las Cámaras de Diputados y Senadores están por empezar la discusión de un nuevo proyecto de ley en materia de donación de órganos.

Se trata de un proyecto radical que invertiría la situación legal en la materia. Actualmente, uno puede donar sus órganos en caso de fallecimiento, pero para ello debe dejar una constancia legalmente aceptada de su deseo. En caso de fallecimiento repentino (como un accidente), queda en manos de la familia la decisión sobre la posible donación de los órganos.

La nueva propuesta pone las cosas al revés: el gobierno tendría por ley la autorización de tomar los órganos sin ninguna autorización requerida por parte del fallecido o por parte de sus familiares. De hecho, para que el gobierno no lo hiciera, tendría que existir la constancia legal de que la persona fallecida decidió no donar sus órganos.

La reacción de los diversos sectores religiosos de México ha sido de rechazo, aunque con diferentes matices y desde diferentes puntos de vista.

¿Cuál es la postura del Judaísmo en este tema?

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la donación de órganos es un recurso médico relativamente nuevo, y por ello el Judaísmo –en realidad, todas las religiones– se vio sorprendido cuando este nuevo tema llegó a la mesa de debates.

La reacción inicial fue de rechazo, bajo la premisa de que la voluntad del Eterno, al crearnos como seres mortales, fue que lo que fue tomado del polvo, regrese al polvo. Es decir, al morir, el destino correctos de cada parte de nosotros mismos es ser reintegrados al polvo del que fuimos tomados.

Pero poco a poco la perspectiva comenzó a cambiar, porque se empezó a ver que la donación era un recurso que, en muchos sentidos, resultaba afín al valor más sagrado del Judaísmo: la vida.

“Escoge la vida”, dice la Torá, y donar órganos es una posibilidad de salvar una vida. “Quien salva una vida, salva un mundo entero”, dice el Talmud. Paulatinamente, el rechazo inicial se fue relajando, aunque no sin restricciones. En términos generales, se estableció la recomendación de que la donación de órganos se haga bajo una correcta asesoría rabínica, porque el proceso se tiene que dar sin que la santidad del cuerpo se vea afectada (quien haya visto cómo se retiran los órganos de un cadáver cuando se hace una autopsia, entenderá a que me refiero; en ese otro extremo, el cuerpo es literalmente destazado y luego recosido, de tal manera que al final parece más un muñeco de trapo que un cuerpo humano; eso, para el Judaísmo, es inadmisible).

Esto puede parecerle inapropiado a los médicos que se encargan de tomar los órganos que se van a donar, porque saben que no se dispone de mucho tiempo. Una vez muerto el cuerpo, debe procederse de inmediato a recuperar los órganos porque de lo contrario también entrarán en proceso de descomposición.

Pero la realidad es que no es algo que resulte demasiado problema para el Judaísmo, porque la tradición es que el cuerpo –justamente por su santidad inherente– debe ser enterrado lo antes posible. Así que aún algo tan complejo como donar uno o varios órganos puede resolverse adecuadamente.

En la actualidad, la donación de órganos ya es un hábito normal en nuestras comunidades. Naturalmente, en los sectores liberales del Judaísmo el asunto es todavía más fluido que en los sectores tradicionalistas. Quienes han decidido donar sus órganos tienen sus “tarjetas de donadores”, y al morir los médicos proceden sin límite alguno como en cualquier otro caso. Si la muerte es repentina o por accidente y la familia decide hacer la donación, sucede lo mismo.

Entonces, de entrada hay que decir que una ley sobre donación de órganos por decreto no afecta al Judaísmo respecto a lo que implica la donación, sino sólo respecto a lo que implica el procedimiento.

La muerte es uno de los temas más importantes en cualquier religión. De hecho, hasta cierto punto, la religión surge y se desarrolla –como concepto y como hábito– a partir de la necesidad del ser humano de dar respuestas a lo que es y significa la muerte.

El Judaísmo es una de las religiones que más conceptos ha desarrollado alrededor de este tema, aunque curiosamente no tienen tanto que ver con “el destino eterno del alma”, sino con la santidad del cuerpo que ha muerto. Por ello, hay toda una tradición bien arraigada sobre cómo debe ser preparado un cuerpo para su descanso eterno, desde el momento en que se le cierran los ojos al cadáver y se recita por primera vez el Shemá Israel, hasta el último rezo memorial (Kadish) que se dice por la persona fallecida a un año de muerto.

Al inicio del proceso, cuando la persona todavía está en el lugar en el que falleció (su casa, el hospital, la calle) todo gira en torno al respeto que se le tiene que dar al cuerpo, porque este fue el “envase” donde habitó el alma, que no es otra cosa sino un soplo Divino. Tratarlo adecuadamente, limpiarlo, acomodarlo en sus últimas vestiduras, colocarlo en el ataúd y tenerlo listo para el entierro exige que su dignidad como obra maestra de la Creación sea preservada en cada detalle. Por eso toda comunidad judía en el mundo debe tener un grupo especialmente capacitado para ello, la llamada Jevra Kadishá (o Hermandad Santa), que debe estar integrada por buenos judíos, observantes de las ordenanzas de la Torá y bien instruidos en todo lo que implica su trabajo, tanto a nivel operativo como en sus significados.

¿Cuál es el problema con este proyecto de ley?

Que, de aprobarse, sería visto como una intromisión en algo que para nosotros resulta especialmente sagrado e importante. El hecho de que funcionarios del gobierno –obviamente, no judíos– pudieran intervenir de inmediato para disponer del cuerpo como les plazca, afecta directamente todas nuestras tradiciones y creencias sobre el cuidado y preparación del cuerpo fallecido.

Véase de este modo: cuando una persona muere en circunstancias trágicas y el cuerpo queda despedazado o quemado, el trabajo de la Jevrá Kadishá es más complicado, porque se tiene que hacer en función de que la integridad del cuerpo se vio afectada. Por supuesto, son casos excepcionales. La mayor parte de las veces la persona muere en situaciones relativamente controladas que hacen que la Jevrá Kadishá hagan un trabajo “normal”.

Con esta nueva disposición legal, lo “anormal” sería la nueva rutina. En la mayoría de los casos, la Jevrá Kadishá tendría que trabajar con cuerpos cuya condición original al morir fue violentada.

No se puede negar que el objetivo sea noble, pero ni siquiera los objetivos nobles pueden imponerse por la fuerza. Pierden su esencia altruista y su nobleza original.

Por ello, quienes van a considerar los alcances de este proyecto de ley deberán tomar en cuenta que muchos grupos religiosos que tengan leyes muy bien definidas sobre el tratamiento de los cadáveres –como el Judaísmo– podrían irse hasta la Controversia Constitucional, de ser necesario, con tal de impedir esta intromisión gubernamental.

Y sería una lucha relativamente fácil de ganar, porque la Constitución establece que todas las religiones deben tener la libertad plena para su práctica integral, siempre y cuando esta no afecte o dañe a terceros. Y es un hecho que el tratamiento del cuerpo de alguien recién fallecido, en estricto, no afecta a terceros. Por lo tanto, la Suprema Corte tendría que validar el derecho de estas religiones a no ser invadidas por una instancia de gobierno que podría llegar a cortar y recortar un cuerpo para sacar, lo antes posible, los órganos todavía útiles.

La propuesta de ley no deja de ser interesante, pero lo correcto será que las Cámaras la procesen y la reelaboren en un diálogo abierto e inclusivo con todos los sectores religiosos interesados en el tema, de tal manera que se garantice el respeto y la libertad religiosa tal y como lo expresa nuestra Constitución, pero también se abra la puerta para que la cultura de la donación se traduzca en beneficios mayores.

Por al hablar de esos beneficios mayores estamos hablando de vidas salvadas, y eso también es sagrado.

Habrá que estar pendientes para ver cómo avanza este asunto. La propuesta apenas ha ingresado este mes de Abril, y estos procesos son lentos. Pueden tardar meses, o hasta un año.

Ojalá esta nota sirva como uno de los primeros llamados de atención desde la comunidad judía para que se ponga el ojo en el asunto. El Rabino Abraham Tobal ya ha dado una amplia y detallada explicación que sirve como un muy buen punto de partida para el análisis del tema, y ahora sólo espero que el gobierno tenga la sensibilidad de entender que este tipo de decisiones tienen muchas aristas y afectan muchas sensibilidades.