LEONARDO COHEN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En un reciente artículo publicado en Enlace Judío (Los derechos humanos de un terrorista), Irving Gatell lleva a cabo una elegante pero fallida apología del soldado que disparó a sangre fría en la cabeza de un terrorista abatido. Resulta preocupante que el mundo judío esté haciendo eco de tan perverso razonamiento como el que opera en muchas capas del discurso oficial israelí.

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Revisemos la situación. La derecha en el país consiguió lo que tanto buscó: una mayoría absoluta en el parlamento. Sin embargo, fracasa en su intento por otorgar seguridad. No consigue garantizar a sus ciudadanos lo que prometió. En esta serie de tensiones propiciadas por la ocupación de un pueblo extraño, un soldado desobedece órdenes expresas de sus comandantes, y liquida a un terrorista que yace moribundo en el suelo. ¿Qué nos sucede? Gatell tiene una respuesta. Para él, en una lógica absurda, la izquierda israelí, “los disidentes,” los “quintacolumnistas,” son los cómplices y los instigadores del crimen. El crimen por supuesto no es el acto en sí llevado a cabo por el soldado, sino la condena de ese hecho que pretende exhibir a Israel como país inmoral. Como con el marxismo internacional en la Argentina de la guerra sucia, como con el judío en la Europa de la primera mitad del siglo XX,  se ha encontrado el enemigo interno, el chivo expiatorio que siempre, por inocencia, omisión o perversión, ha decidido cooperar con el enemigo que aspira a liquidarnos.

Primeramente, Gatell difunde hechos falsos con respecto al origen del video que da testimonio del hecho. Él afirma: “Fue grabado por un activista de la ONG B’Tselem, de izquierda, opositor y crítico del ejército. Es desconcertante: se trata de un israelí que se ubicó en la escena donde un palestino había intentado matar a otros israelíes, y estuvo esperando el momento en que los israelíes que se habían defendido hicieran algo ‘malo’ contra el terrorista”. Gatell, en su afán por inculpar a los “disidentes”,  no hizo el intento de averiguar que el activista que grabó el hecho es palestino. Ello, por supuesto no afecta los hechos, pero es una muestra de cómo Gatell emplea al servicio de su causa, hechos que supuso, imaginó y no tuvo la preocupación de revisar.

Cuando se ha encontrado ya al enemigo interno, de inmediato se localiza a su vocero: Haaretz, el cual desempeña esta función en muchos círculos. Gatell escribe así: “…todavía en una postura más extremista, Haaretz no tuvo recato alguno en mostrar su simpatía hacia ‘la víctima’ palestina”. Y más adelante agrega “es evidente la facilidad con la que mucha gente está dispuesta a opinar desde la seguridad de sus computadoras personales. Los políticos en general y los periodistas de Haaretz no están exponiendo sus vidas en este conflicto. Para ellos es muy fácil hacer señalamientos inmediatos y juicios morales porque no sienten el miedo a morir en el ataque, y menos aún la presión de cumplir con los protocolos que obligan a los soldados a exponerse, en muchas ocasiones, más de lo necesario.”

He creído siempre, que el debate libre y las opiniones de los que participan de un conflicto al igual que de los que están afuera, tienen un gran valor en nuestra voluntad por alcanzar la verdad. Por ello siempre he exhortado a que todos los judíos de la diáspora, así como el resto de la humanidad, expongan sus ideas con respecto al conflicto árabe israelí. Pero si Gatell quiere usar esta tesis que descalifica a los periodistas de Haaretz por opinar desde una computadora sin arriesgar su vida, lo invito a llevar esa lógica hasta el final y calibrar el valor de sus palabras y análisis frente a la de aquellos izquierdistas que “hemos perdido contacto con la realidad y todo referente moral”, como él explica. Algunos de estos izquierdistas vivimos en Jerusalén, hemos sentido la angustia del terror que pasa cerca de nosotros, hemos visto como se degradan valores sociales y humanos en los que habíamos confiado, y sabemos que alguno de nuestros hijos puede estar en algún momento en el lugar del soldado que disparó. ¿Tal vez así esté ahora yo más autorizado para condenar el acto que llevó a cabo el soldado de lo que está, detrás de su computadora,  Irving Gatell para inculpar a los “izquierdistas”?

Más aún, la idea de que el disparo fue hecho por temor a que el terrorista abatido pudiera hacer uso de un paquete de explosivos ha sido negada rotundamente por los altos mandos del propio ejército. En lo que va de esta reciente ola de violencia, no ha habido un sólo caso así. Al parecer tampoco ninguno de los soldados que le acompañaban discernió este peligro. El comandante del centro del país, Roni Numa, había dado ya desde hace mucho instrucciones claras de cómo atender este tipo de sucesos y conforme con ello, había que trasladar de inmediato al terrorista herido a los servicios de auxilio médico. Los oficiales que participaron en este evento recibieron así una reprensión de parte de Numa. Más aún, otro de los soldados presentes dio testimonio de que el soldado que disparó dijo: “quien viene a acuchillar, merece morir.”

Por otra parte, Gatell hace uso de un argumento que suena contundente: la reacción masiva de la sociedad israelí que vive con el temor de ser víctima de un ataque en cualquier momento y que se ha puesto mayoritariamente, a favor del soldado. Más allá de los eventuales resultados de la investigación –continúa Gatell- lo que es evidente es el hartazgo que los israelíes tienen de los palestinos, y más importante aún “la disociación de esta sociedad respecto a los partidos e ideólogos de la izquierda.” No cabe duda que eso es verdad. ¿Pero acaso será cierto que a través de la historia del último siglo las mayorías siempre tienen razón? ¿Será que efectivamente las grandes mayorías siempre han apoyado los valores de tolerancia, igualdad, respeto al “otro” y al diferente? ¿Pueden las mayorías estar equivocadas? ¿Pueden tomar posiciones erradas precisamente por sentir miedo y temor, un temor que su propio gobierno trata de explotar para deslindarse de una situación que él mismo no sabe controlar?

Esto todavía no es una guerra, como escribe Gatell. Las peores posibilidades todavía están frente a nosotros. A esto se le llama “cincuenta años de ocupación”. El ejército más poderoso de Oriente Medio no se encuentra defendiendo a su país de una invasión extranjera. En cambio, se encuentra haciendo labor policial, persiguiendo a niños que tiran piedras y a terroristas que salen una mañana a apuñalar inocentes con un cuchillo en la mano. Todo por proteger un proyecto inviable que nos tiene a todos los ciudadanos como rehenes.

Al final de su artículo, Irving Gatell expone su preferencia personal de que el soldado sea exonerado. Da la impresión de que ésta es la premisa básica del autor y todo el resto, la racionalización del deseo. Hasta cierto punto concuerdo con él en un aspecto. Creo que ese soldado es también una víctima. Hizo lo que se esperaba de él. El clima en Israel se volvió hostil al estado de derecho cuando llegamos a este terreno. El soldado cumplió con las instrucciones, o deseos, de personalidades públicas, rabinos, ministros y diputados, que han expresado su voluntad de que ningún terrorista salga vivo de ningún evento de este tipo. Así que, como dijo alguna vez Andrés Manuel López Obrador: “¡al diablo con las instituciones!” ¿Para qué la sociedad sigue discutiendo por el sí o el no a la pena de muerte de un terrorista, si cualquier soldado lo puede hacer a voluntad y cuando le plazca?

Hace un par de meses una jovencita árabe paseaba por un parque de Jerusalén; alguien se le acercó, le tocó sus partes íntimas y enseguida se echó a correr. Cuando ella trató de ir tras él, escuchó cómo gritaba “¡Es árabe, terrorista, tiene un cuchillo!” Ella se detuvo y entendió que para salvar su vida debía quedarse donde estaba y sin moverse. Podemos imaginar el resto de la historia si ella no hubiese tomado tal decisión.

Ignoro lo que acontecerá con el soldado. Todo está en manos del juzgado militar, pero  lo que presagia el hecho es muy preocupante. Un muchacho oriundo de Cabo Verde que estuvo de visita en Israel me dijo que se impresionó de la cantidad de armamento que circula en las calles. Yo enseguida me disculpé con el cliché común y corriente: -Bueno, tú sabes… la situación… Entonces él me respondió: “No, me impresioné positivamente. Pienso en lo que sucedería en mi país si hubiera tanto armamento por las calles, sería una anarquía. En Israel en cambio es evidente la disciplina de todo el público en lo referente a armas de fuego, es algo que hay que elogiar.” En los últimos días sus palabras resuenan en mis oídos y pienso en lo que nos puede esperar como sociedad, si somos permisivos a que este tipo de “irregularidades” se conviertan en nuestra norma.