GABRIEL ALBIAC

 “Devolver” el golpe a España, significa para Maduro crear en Madrid una ingobernabilidad de la cual jactarse ante la propia clientela.

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La disposición de las piezas sobre el tablero era óptima en la noche del 20 de diciembre. Óptima para un país en riesgo de quebradura territorial tras el inicio de la “desconexión” catalana. Óptima, para partidos a los que su duopolio abocó a esclerosis terminal. Óptima, sobre todo, para todos los que saben que el riesgo de ruina sigue siendo en España tan grande que la cesión del control a las instituciones europeas se atisba como último acto quirúrgico antes del colapso.

Se podía, en ese punto, abordar lo evidente: que un país en estado de emergencia sólo puede salir adelante a través de un acuerdo entre sus grandes partidos. Que, al borde del precipicio, sólo queda ya una baza que jugar: la gran coalición. Más de las tres cuartas partes de los escaños parlamentarios quedaban bajo el espectro del bloque constitucional PP-PSOE-C’s. Una legislatura “técnica”, cuya dureza fuera asumida por todos, era la condición para un horizonte político renovado. La “nueva transición” de la que algunos hablaron, sólo en esa dinámica hubiera podido consumarse.

Era perfecto. Y, sin embargo, todos sabíamos que no sucedería. Y que ese no suceder traería para todos –ciudadanos como partidos– consecuencias funestas. Es asombroso constatar cómo, aun en una emergencia extrema, los odios personales priman sobre cualquier cálculo de intereses comunes. Puede que sea al precio mayor de la cortísima experiencia constitucional española. Puede que aquí los partidos no hayan aún entendido que de la salvaguarda del bienestar ciudadano depende la salvaguarda de su precioso bienestar de privilegiados.

Algún experto en encuestas, particularmente bárbaro en política, había explicado al insipiente Sánchez que insultar al presidente del gobierno en directo y por la tele le haría arañar votos. Puede que fuese cierto. Pero el precio de aquel “usted no es decente”, en los meses que han seguido a las elecciones ha sido sin comparación más alto que su corto beneficio electoral. Y las lógicas de Estado han sido desplazadas por uno de esos odios personales que sólo calma la vista del cadáver del otro. Puede que el odio sea un sentimiento respetable entre individuos. Entre políticos, equivale al suicidio.

Podemos ha sabido capitalizar esta versión del mismo Duelo a garrotazos que Goya transformara en metáfora de la tragedia española. ¿Podemos? ¿O tal vez, directamente, Venezuela? Chávez primero, Maduro ahora, vieron en la invención de una amenazante “España neocolonial”, coartada populista. Con Aznar, primero. Con Rajoy, ahora. No importa que sea una fantasmagoría inverosímil. Importa que pueda ser exhibida. Ahora, sobre todo, cuando Nicolás Maduro ha entrado en el tobogán de la pérdida del poder. “Devolver” el golpe a España, significa para Maduro crear en Madrid una ingobernabilidad de la cual jactarse ante la propia clientela. De atizarla se ocupan sus empleados españoles. Para eso están. De momento, no pienso que puedan quejarse en Caracas de su eficacia. Ni de su entusiasmo.