URI DROMI

Recuerdo el momento en que vi a Donald Trump, el 16 de junio de 2015, anunciar su candidatura presidencial por el Partido Republicano. Mi reacción inmediata fue de incredulidad.

 

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¿Cómo puede un candidato a la presidencia de Estados Unidos sostener que México envía a Estados Unidos personas que están “trayendo drogas… trayendo crimen… violadores”, y salir impune?

Pensé: si él hubiese dicho algo así sobre Israel, los israelíes y los judíos norteamericanos habrían puesto el grito en el cielo. Castigarían a Trump públicamente, económicamente y, lo que es más importante, en las votaciones. Los americanos con raíces mexicanas pueden hacer lo mismo.

Hay algunas cosas que tienen en común los israelíes y los mexicanos que emigraron a los Estados Unidos.

Al principio, ambos se sentían culpables de haber dejado atrás su patria en busca de los beneficios del mundo estadounidense.

Como niño, me acuerdo haber notado que la casa de nuestros vecinos repentinamente se quedó en silencio. Resulta que habían partido discretamente a vivir a Estados Unidos, pero se sentían tan avergonzados que ni se animaron a despedirse.

Muchos años después, me los encontré en Beverly Hills -personas adineradas, pero que aún se sentían culpables. Nosotros, los israelíes, les decíamos “Yordim” a aquellos que descendían (de Israel), o que más bien desertaban, muy similar al despectivo “Pochos“, que le daban los mexicanos a aquellos compatriotas que emigraban a los Estados Unidos y que presumiblemente habían perdido su cultura mexicana.

Con el pasar de los años, la actitud de los israelíes hacia aquellos que decidieron emigrar a Estados Unidos cambió. Israel es un país demasiado pequeño para retener a todos los talentos surgidos de su energética sociedad.

Por lo tanto, cuando el violinista israelí-americano Pinchas Zukerman recibió la Medalla Nacional de las Artes del Presidente Ronald Reagan, en 1983, sus compatriotas en Israel se sintieron orgullosos de él y de sí mismos.

A la vez, los israelí-americanos gradualmente dejaron atrás su sentimiento de culpa, y al recuperar la confianza en sí mismos, decidieron afianzar sus relaciones tanto con Estados Unidos como con Israel.

Adam Milstein, presidente nacional del Consejo Israelí Americano, lo resumió así: “Durante décadas, los descendientes de israelíes que vivían en los Estados Unidos mantuvieron empacadas sus maletas aún sin desarmar. Siempre pensábamos que algún día volveríamos a Israel.

“Sin embargo, esta mentalidad está cambiando. Como nunca antes, estamos adoptando una identidad israelí-norteamericana, enraizada en la idea de que Estados Unidos es nuestro hogar, pero que Israel siempre será nuestra madre patria judía, fortaleciendo a ambos países como resultado”.

Al hacer esto, los israelí-americanos ganaron unos aliados formidables -los judíos americanos- quienes durante décadas han estado apoyando a Israel abierta y orgullosamente.

Con el liderazgo del Comité Norteamericano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés) uno de los más poderosos grupos de presión en Washington, los judíos norteamericanos utilizaron su dinero y sus conexiones para generar un enorme impacto sobre las políticas norteamericanas hacia Israel.

En el caso de los mexicano-norteamericanos, las cosas parecen haber tomado un rumbo distinto.

En 1978, después de reunirse con el entonces Presidente mexicano, José López Portillo, el presidente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, (League of United Latin American Citizens o LULAC, por sus siglas en inglés), Eduardo Morga, le anunció a la prensa que los mexicano-norteamericanos estaban “todos dispuestos a ayudar a México en los Estados Unidos.

“Sentimos que en el futuro, México puede apoyar de la misma manera en que Israel tiene el apoyo por parte de los judíos norteamericanos”.

Sin embargo, esto no se llevó a cabo.

Le pregunté a un amigo mexicano-americano de Miami cuál sería la razón. Su respuesta fue muy directa: “Para los judíos en Estados Unidos, cualquier cosa que ayude a asegurar la sobrevivencia y el bienestar del Estado de Israel es buena. Reciben una satisfacción psicológica y política al promover las políticas norteamericanas que ayudan a Israel.

Me quedó claro entonces que los mexicano-norteamericanos podrían -y tal vez deberían- derrotar a Donald Trump, negándole sus votos para que no alcance la mayoría que necesita.

No obstante, a diferencia de los israelí-norteamericanos y los judíos norteamericanos, ellos lo harán no porque Hilary Clinton sería mejor para México, sino a causa de la actitud antiinmigrante y xenofóbica de Trump con respecto a los mexicanos.

Reflexioné: Israel no está en absoluto libre de corrupción. En este momento, un ex Presidente, un ex Primer Ministro y el director de un importante banco están todos en la cárcel.

Además, muchos israelí-americanos y judíos americanos están en desacuerdo con las políticas de los gobiernos de Israel respecto a varios temas.

De todos modos, encuentran maneras de reconciliar su lazo esencial con Israel y su sentimiento crítico.

Por ejemplo, J Street, una organización izquierdista del Comité Norteamericano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC) está solicitando al Gobierno israelí que modifique sus políticas sobre los palestinos y los asentamientos. Organizaciones de judíos conservadores y reformistas en Estados Unidos presionan a Israel a terminar con el monopolio judío-ortodoxo.

Todos ellos aman a Israel, y al mismo tiempo trabajan para cambiarlo. Sólo el tiempo dirá si los mexicano-norteamericanos seguirán el mismo camino.

*Uri Dromi es el director del Club de Prensa de Jerusalén, ex Portavoz del Gobierno de Itzhak Rabin y columnista en el diario Miami Herald.

Fuente:reforma.com