LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Chachareando en La Lagunilla

Los últimos dos domingos fui con mi esposa a chacharear (comprar objetos de bajo valor) al mercado dominical de antigüedades de La Lagunilla. La Lagunilla es un barrio histórico que se encuentra al noroeste del Centro Histórico de la Ciudad de México, en la Delegación Cuauhtémoc; se extiende sobre la calle de Boca Negra, desde Comonfort hasta Reforma Norte, y sobre esta última, desde la calle de Allende hasta la de Matamoros.

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En Crónicas anteriores he mencionado del gozo que hemos experimentado en nuestras visitas a ese abigarrado mercado; para los que nos gustan y tenemos antigüedades en nuestras casas, La Lagunilla es un paraíso donde se encuentran todo tipo de mercancías; arte religioso, platos, vajillas, muebles, máquinas de coser, telescopios, joyas, adornos, lámparas, ropa, zapatos, postales, libros, espadas, pistolas, molinos, cámaras fotográficas, relojes, licoreras, metates (morteros de piedra) que aún se usan para moler granos y especies, sobre todo en la preparación de comidas tradicionales como moles y masa para tortillas, objetos litúrgicos, botellas, lámparas, llaves, litografías, cinturones, carteras, herramientas, instrumentos quirúrgicos, juguetes varios, bicicletas, cucharas, tenedores y cuchillos, juegos metálicos y de porcelana de café y té, cigarreras, encendedores, artesanías, puertas y ventanas de madera y de hierro, sombreros y gorras, abrigos de piel e incluso hay dos puestos que expenden uniformes, armas y cascos militares de la segunda guerra mundial, algunos originales y otros de confección reciente, básicamente alusivos al ejército nazi. Todo lo que puedas imaginar se expende allí.

Teníamos más de un año de no ir a La Lagunilla; empero, nuestra vivencia en ese mundo de fantasía fue similar al de la primera vez que visitamos ese mercado hace más de tres décadas; el mercado de antigüedades de La Lagunilla comenzó a funcionar desde el inicio de los cuarentas del siglo pasado.

El mercado de La Lagunilla es una especie de museo callejero integrado por cerca de 500 puestos que incitan a la nostalgia. Este mercado también funciona como una red de restauradores; justamente en nuestra penúltima visita se abalanzó para saludarme y abrazarme el Señor Samuel, un artesano tallador que ha restaurado iglesias en toda la República y creado tallados diversos, entre los que se encuentran unos coloridos Reyes Magos que nosotros le compramos hace varios años. Asimismo, saludamos a varios chachareros con los cuales hemos disfrutado de pláticas interesantes sobre las antigüedades y sobre la vida en general, hemos aprendido de sus conocimientos, e invariablemente, con todos se tiene que regatear sobre los precios de los objetos que nos venden, este es el Modus Operandi en La Lagunilla. También hemos gozado de su confianza, ya que nos han prestado muebles o cuadros para llevarlos a la casa y ver si se acoplan con nuestro estilo de decoración. También hemos tenido algunas experiencias negativas; es el caso de uno de los anticuarios al que le dimos un cuadro para su venta y nos lo robó, alegando que se le cayó y no recuperamos nada porque ese individuo se había vuelto consumidor de drogas y tuvimos temor de que se violentara con nosotros. Otro vendedor que por años le hemos compramos diversos objetos tanto a él como a su padre, que murió hace varios años y era una fina persona, nos dio gato por liebre; fuimos a reclamarle posteriormente y no tuvimos más remedio que aceptar un cambio por un objeto de menor valor.

En las últimas dos visitas nos percatamos que hay nuevos chachareros, y varios de los anteriores ya no concurren a La Lagunilla porque fallecieron o se hicieron viejos o ya no les resultó rentable “mercadear”.

Me dio gusto que el turismo extranjero volvió al Mercado de La Lagunilla, indicativo de que la seguridad en el mismo se restableció, ahora además de estadounidenses se ven compradores europeos, especialmente franceses y españoles, argentinos y chinos. Un amigo chacharero expresó desconfianza hacia estos últimos argumentando que solo vienen a fusilarse (copiar) varias de las mercancías que allí se venden, particularmente joyas.

Mi esposa, con su fino olfato y vista de águila, detectó un artesano que elabora joyas de ámbar auténtico que él talla y combina con granos de maíz y vende a precios verdaderamente de ganga; es un hombre de cerca de 55 años con aspecto de chamán, con profundidad en su pensamiento. Nos presentó a su amigo, un dentista que lo atiende a él y a otros chachareros del mercado, platiqué largamente con él  sentado en un bote para reponerme de la caminata en el mercado y del agobiante calor que había; resultó ser una persona agradable, empero, cuando le mencioné que escribía con frecuencia artículos sobre el fundamentalismo islámico, “la liebre saltó de su escondite”, y me comentó que él era un asiduo lector de los libros y de las conferencias de Salvador Borrego, un viejo profesional del antisemitismo en México, que si aún vive tendrá alrededor de 100 años. En el sitio de Enlace Judío se han presentado conferencias de este execrable individuo.

En el deambular de los miles de visitantes del mercado de La Lagunilla, que un periodista estima entre 4,000 y 6,000, cada domingo, yo pienso que serían 2,000, no faltan las parejas de gays, básicamente de personas en sus sesentas, que son altamente sensibles a coleccionar antigüedades; tampoco los “villamelones” (que no tienen nociones sobre lo que son las antigüedades) y se sienten felices de comprar objetos hechizos (réplicas baratas); para todos hay en la viña del Señor.

Imre Kertesz: escritor judío y memoria del Holocausto

El 31 de marzo pasado murió en su natal, Budapest, Hungría, el escritor judío Imre Kertesz (IK); murió a los 86 años. IK, laureado con el premio Nobel de Literatura en el 2002, nació en el seno de una familia judía asimilada, sin embargo su obra, sobre todo su novela Sin Destino (Acantilado), que tardó 15 años en escribir y publicó en 1975, ofrece, de acuerdo al periodista español Guillermo Altares (GA), una ventana única para observar el acontecimiento que define el siglo XX: el Holocausto.

GA señala que IK era un muchacho de 15 años cuando fue deportado en 1944 por la policía húngara al campo de exterminio de Auschwitz en Polonia. Cuando regresó a Hungría, no solo halló el departamento de sus padres ocupado por extraños, sino que se dio cuenta de que se encontraba totalmente solo, que toda su familia había sido aniquilada por la maquinaria de muerte nazi.

Para GA en la sensación de soledad de IK se encuentra el corazón de la obra del escritor; Fiasco, Kaddish para un hijo no nacido, Liquidación y La última posada son sus obras fundamentales cuya intensidad, sabiduría y lucidez las convierten en uno de los monumentos literarios del siglo XX. GA menciona que IK arrastra a los recovecos del sistema de exterminio nazi sin utilizar apenas adjetivos con unas descripciones precisas que se quedan grabadas en la memoria. Sus textos atrapan por su belleza literaria y, a la vez, por el espeluznante mundo que describen, por la forma que obligan a reflexionar sobre el mal absoluto.

IK, que padecía Parkinson había regresado a Hungría en el 2013, después de vivir en Alemania por años, y se mostraba tremendamente crítico con el autoritarismo que padecía su país bajo el gobierno de Viktor Orban; allí campan por sus fueros los antisemitas y la ultraderecha; IK habló de un acontecimiento trascendental que ha marcado el final de su vida; la desaparición de los testigos, la conciencia de que su voz es una de las últimas que podrá contar en primera persona el Holocausto.

IK expresó que la esencia de su obra consiste en trasladar lo ocurrido a una dimensión espiritual, que quede en la conciencia, aunque ahora lo veo con menos optimismo que hace unos años. El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que pueda presentarse una situación parecida. El Holocausto “no está presente en la conciencia de los políticos europeos”. ¡Nunca Jamás!