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LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

Estímulos Afectivos. Recorrido por la Merced

En este mes de febrero mi primera esposa, ya fallecida, cumpliría 70 años; de aquí que les envié un correo electrónico a mis dos hijos mayores sugiriéndoles que el día del cumpleaños de su mamá encendieran una veladora y dijeran una oración junto con sus hijos para honrar su memoria. De mi hija mayor tuve una respuesta muy emotiva que trascribo: “cuenta con ello. Te quiero, gracias por tenerla siempre presente y por ser el papá que has sido. Porque mucho de lo que soy hoy, es gracias al amor, constancia y valores que he recibido de ti. ¡¡Te quiero mucho!! Gracias por siempre apoyarme”. Las lágrimas rodaron por mis mejillas; ¿qué más puede esperar un padre de su hija? Nada. Días después conversamos por teléfono y me comentó que junto con su esposo e hijos prendió la veladora y entrelazados, hicieron un rezo para la ocasión.

De mi hijo mayor no escuché nada respecto a mi petición, creo que su silencio es la forma repetida en la que no acepta la muerte de su mamá, la cual aconteció cuando él tenía ocho años; así es su personalidad y a estas alturas de nuestra vida creo que no se puede hacer nada para modificar su actitud.

Esta semana tuve otra situación gratificante: desayuné con Andrea, a la cual conocí 20 años atrás cuando estaba terminando su carrera de Ciencias Políticas en la UNAM. Me llamó por teléfono a mi trabajo solicitándome una cita para que le ayudara con algunas ideas en la elaboración de su tesis sobre las maquiladoras de exportación; ella había leído una publicación del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) en la cual yo había tenido una participación; a la sazón, yo era el responsable del programa de Maquiladoras de Exportación en el Banco en el que trabajaba. Años más tarde, Andrea me llamó telefónicamente en varias ocasiones para pedir mi colaboración en la revista del Instituto Mexicano de Contadores Público; ella era miembro del Consejo Editorial de ese prestigiado Instituto. En el desayuno reciente me platicó, en tono modesto, de los importantes avances que había tenido en su desarrollo profesional; los cuales no fueron fortuitos; desde la primera vez que hablé con ella me percaté de sus amplias capacidades profesionales y de su actitud afectiva y de respeto hacia mí. Hoy, después de más de dos décadas, volví a ver a Andrea con la misma frescura de antaño, con una gran experiencia profesional y estudios en varios países. Entre otras cosas, me contó que se había casado con un egipcio de fe musulmana, que obviamente, por la intolerancia y misoginia de los musulmanes, se divorció. La relación con Andrea, quien ahora tiene 46 años, me hace recobrar la confianza en el ser humano. Más allá del tiempo y la distancia se pueden establecer auténticas relaciones de amistad entre la gente.

En el contexto de mis paseos por el Centro Histórico de la Ciudad de México, el domingo pasado, acompañado por mi esposa, queríamos visitar la exposición temporal de la cultura maya instalada en el Palacio Nacional. El acceso al zócalo fue muy complicado por el abundante tránsito y porque varias vialidades estaban cerradas: Madero es calle peatonal; 16 de septiembre semipeatonal y Venustiano Carranza destinada a ciclistas en domingo. Los estacionamientos estaban completamente llenos. En la plancha del zócalo había multitudes que pretendían visitar la exposición temporal de las Fuerzas Armadas instalada en la misma; esto último me hizo estar consciente que la exposición de la cultura maya también estaría abarrotada. Ante el panorama descrito estacioné mi automóvil en la calle de Jesús María, en el corazón de la Merced, a media cuadra del Convento de la Merced, ubicado entre las calles de Jesús María y Uruguay, que también era objeto de mi visita. Varios años atrás me percaté de la magnificencia y gran extensión de su claustro, galería que rodea el patio principal de una Iglesia o Convento.

Hoy día el Convento de la Merced está completamente bardeado en proceso de reconstrucción; alrededor de la obra se extienden un gran número de puestos que expenden todo tipo de mercancías y comida. El original templo y Convento de la Merced fue edificado por la orden Mercedaria durante el periodo virreinal. La construcción del Convento se remonta a 1582 y en septiembre de 1602 el Virrey Conde de Monterrey puso la primera piedra del templo. El Convento es un ejemplo de arte Mudejar, estilo artístico que se desarrolló en los reinos cristianos de la Península Ibérica entre el siglo XII y el XVI, y que incorpora influencias, elementos y materiales de estilo hispano musulmán.

Del Convento y del enorme techo de plomo de la Iglesia solo queda el claustro. Las edificaciones fueron demolidas durante la aplicación de las Leyes de Reforma del siglo XIX (El Estado expropió y/o destruyó las propiedades de la Iglesia).

Se estima que en el lapso de un año la restauración del Convento quedará terminada y este será convertido en el Museo de Indumentaria Textil, Diseño y Moda y en el Museo de la Música. La restauración del inmueble será un detonante para recuperar a la zona de la Merced, que es la que mayor deterioro muestra de los cuatro cuadriles que integran el Centro Histórico y en la que existen un gran número de templos y casonas de la época virreinal y de los siglos posteriores a ésta y que sorprenden por su extraordinaria belleza arquitectónica.

Para nuestro despecho por no haber podido visitar el Convento, en un limpísimo puesto de barbacoa, ubicado en una de las esquinas de este último, comimos unos tacos. El puesto es de los pocos que venden carne de barbacoa criolla, es decir, de borregos nacidos y criados en el país; cabe mencionar que el 90.0% de los borregos destinados a la elaboración de barbacoa provienen de Nueva Zelandia y Australia de donde vienen congelados, y no obstante que la barbacoa pueda ser hecha de manera artesanal, en hoyos y con leña, pierden su sabor fresco.

Posterior a la “taquiza” deambulamos por varias calles de la Merced admirando sus viejas construcciones; al llegar al Templo de la Santísima, construido entre 1755 y 1783, hicimos un alto para completar nuestra comida con un delicioso “huarache de bistec”. Asimismo, en una tienda de productos de Oaxaca, cercana al Templo, compramos una pasta auténtica para elaborar mole negro. De allí continuamos nuestro paseo en el barrio de la Merced, que formó parte de mi infancia y adolescencia. Ahí estaba ubicada la pequeña fábrica de mi padre (calle de la Soledad) a la que concurría frecuentemente y la Prepa 2 en donde realicé mis estudios secundarios y preparatorios.

Finalmente estuvimos en el Mercado Abelardo Rodríguez en la zona de la Lagunilla. El general Abelardo Rodríguez fue presidente interino de México del 4 de septiembre de 1932 al 30 de noviembre de 1934. En este último año construyó sobre el antiguo Convento de San Pedro y San Pablo el segundo mercado de la Ciudad de México, que es de estilo neoclásico y tiene muestras del muralismo mexicano de varios autores famosos, entre otros, Pablo O´Higgins, acompañados por Diego de Rivera. Los murales abordan a los mundos campesino e industrial y a los indígenas.

Nuestro paseo dominical terminó en nuestra heladería favorita desde hace 48 años, Chiandoni, ubicada en la Colonia Nápoles.