Noé Trinidad Chávez se sentó en una mesa pequeña a destripar calabacitas con un  deshuecador de metal, preparándolas para ser rellenas de carne y cocinadas.

Este hombre de 56 años, originario del estado de Oaxaca, nació y se crió católico. Nunca había visto un judío hasta que cumplió los diez años, cuando se aventuró fuera de la Ciudad de México para buscar trabajo. Allí lo consiguió ayudando a  familias judías con labores del día a día, como la limpieza y la cocina.

la-fg-mexico-jews-20160425-001Noé Trinidad Chavez, propietario de El Tope en San Miguel Tecamachalco, México, prepara calabacitas “ahuecadas” para las “calabacitas rellenas”, una comida tradicional de los judíos sefardíes. (Taylor Goldenstein / Los Angeles Times)

Ahora él es el dueño de dos tiendas de especialidades  judías, una de ellas  un puesto con toldo de color verde lima, adornado con una estrella de David.

El nombre de la tienda, “El Tope”,  es un homenaje a su origen humilde y al lugar donde inició, con un carrito de comida ambulatorio.

Su tienda está surtida con productos envasados y verduras comunes de la dieta mediterránea – berenjena, hojas de parra y el jarabe de tamarindo que él mismo prepara.

“Es difícil encontrar este tipo de cosas en otra parte”, dijo Chávez. “Es una tienda muy pequeña, pero muy importante  en la vida de la comunidad árabe y judía.”

A pesar de que México es conocido como el segundo mayor país católico del mundo, es también el hogar de una pequeña  población judía de aproximadamente 40.000 personas, concentradas principalmente en la Ciudad de México. El Tope se extendió a otra  tienda en el barrio de San Miguel Tecamachalco, al oeste de la Ciudad de México, que atiende casi exclusivamente a la clientela judía.

la-fg-mexico-jews-20160425-004

Un altar católico junto a un negocio de quesadillas Kosher en la comunidad multicultural de San Miguel Tecamachalco, México. (Taylor Goldenstein / Los Angeles Times)

Chávez puede explicar a fondo lo que implica mantener Kosher – lo que pueden y no pueden comer sus clientes y cuándo, en virtud de la ley judía. No puede leer el hebreo de las etiquetas de los productos que llenan su tienda, pero sabe que  significa que están certificados Kosher.

En las últimas semanas, se ha estado preparando para la Pascua judía, que comenzó el viernes: realizó la limpieza de sus estantes, quitando productos “prohibidos” y  el ritual de sus utensilios Kosher, sumergiéndolos en agua hirviendo. Se refiere a la festividad por su nombre hebreo, Pésaj.

Algunos propietarios de tiendas pudieron encontrar complicado el tener que aprender los rituales complicados de una cultura desconocida como parte de su negocio. Para él, dice Chávez, fue la parte más hermosa.

Hace décadas, San Miguel Tecamachalco no era más que un “pequeño pueblo” y constaba de unas acres de tierras de cultivo. Ahora,  está rodeado por todos lados con hileras de casas.

Sirilina Avelino, que creció aquí y tiene un pequeño restaurante, vio como el ganado y campos de maíz desaparecieron y el pequeño distrito comercial tomó su lugar. A medida que la demografía cambió, los judíos dejaron su huella en la comunidad.

“Cuando los judíos celebran sus festividades, el pueblo siente que, debido a que la mayoría de sus tiendas están cerradas, los negocios no funcionan”, dijo Avelino mientras bebía té de jamaica con su familia durante la pausa para el almuerzo.

Noé Trinidad Chávez muestra un libro de salmos en hebreo y español. Fue un regalo de uno de sus muchos clientes judíos. (Taylor Goldenstein / Los Angeles Times)

Al lado de su restaurante, familias judías almuerzan en un restaurante de quesadillas adornado con un cartel con símbolo kosher y un “B”H” (por Be’Ezrat Hashem, lo que significa Con ayuda de Dios en hebreo). Muy cerca se encuentra un signo de cultura dual: un pequeño altar católico con un jarrón de flores amarillas y una efigie de San Judas Tadeo.

“No nos abstenemos  o privamos de lo que es mexicano”, dijo Morris, gerente de un restaurante Kosher. “Cualquier cosa que sea mexicana, la podemos hacer Kosher.”

En “El Tope”, entre los estantes de garbanzos y tarros de pasta de sésamo enlatado (tjine), Chávez ha colgado un jamsá de metal,  (amuleto contra el mal de ojo) azul y blanco y dos botellas redondas pequeñas llenas de verde y rojo. Hay otro jamsá de madera con una placa de metal con inscripciones de una bendición contra el mal,  regalo de clientes judíos.

Muestra otro regalo, un libro de los Salmos en hebreo y español, cerca de su estación de trabajo.

Uno de sus clientes es Mery Mercado. A pesar de que ella tiene que tratar con con un estacionamiento tan difícil como en el centro de Los Ángeles, que sigue siendo habitual de El Tope, ella viene por Chávez.

Él sabe lo que nos gusta,” dijo ella, llevándose muchos productos.

De vez en cuando, dice Chávez, sus clientes le preguntan: “Teniendo en cuenta tu interés en el judaísmo, ¿por qué no te conviertes? No hay necesidad, les dice”.

“La religión no admite separaciones. Dios no divide, Dios es amor ” recuerda que dice, intercambiando la palabra” Dios “con la palabra en hebreo “Hashem”. “Y lo más bonito es que respetamos a su religión y ellos respetan la mía”.

Los viernes, Chávez desea a sus clientes: “¡Shabat Shalom!”

Ellos le responden: “¡Shabat Shalom, Noé!

“Como si yo fuera parte de su comunidad”, dice Chávez, antes de corregirse: “No es como si lo fuera – lo soy”.

Fuente: Los Ángeles Times