BENJAMÍN TROYSE

Aún hoy, a más de 70 años de distancia, se hace difícil entender cómo pudieron ser asesinados por el régimen nazi y los gobiernos que fueron sus aliados durante la segunda guerra mundial, cerca de 10 millones de europeos, seis millones de ellos judíos.

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Las cifras, por su inmensidad, son imposibles de captar por la mente humana. El equivalente a la población de una ciudad como Nueva York, aniquilada, hablando solamente de civiles. El total de vidas perdidas en la guerra se estima cerca de 50 millones de personas. Respecto a esto, Stalin dijo: Una muerte es una desgracia, un millón de muertes es una estadística.

Una gran interrogante es ¿porqué no hubo casi resistencia alguna?

Probablemente porque a las víctimas no se les hacía imaginable que en los países donde habían nacido ellos, sus padres y muchas generaciones de sus ancestros, en sociedades civilizadas, de las que formaban parte integral, fuera a suceder lo que sucedió. Cientos de miles morían mientras que el resto, o lo ignoraba o no lo creía. Para cuando se dieron cuenta de la realidad, ya era demasiado tarde.

Pero hubo algunos, demasiado pocos desgraciadamente, que pudieron ver las señales, tomaron acciones a tiempo y se salvaron, no sin pocas penurias y riesgos.

Uno de ellos fue Moisés (Mojzesz) Lewinkopf, quien gracias a su astucia, audacia y una buena dosis de suerte, sobrevivió la guerra junto con su esposa Elzbieta y su hijo Jerzy Nikodem.

Moisés nació en Rusia y al vivir la revolución bolchevique experimento lo que llamó los peligros de la visibilidad.

 Fue a vivir a Lodz, Polonia en donde trabajó en el ramo textil. Era un hombre intelectual, calmado, afecto a la lingüística y al ajedrez.

Al final de la década de los 30s, cuando Hitler invadió Polonia, Moisés se dio cuenta que en el mundo se habían soltado fuerzas de horror surrealista y previó varias jugadas adelante en ese macabro tablero. Lodz se encontraba en el corredor de la disputa principal que pronto sería anexado al Reich por ser la ruta de salida al Mar Báltico.

En octubre de 1939 Moisés y su familia dejaron Lodz para trasladarse a Sandomierz, un poblado a 120 kms de la nueva frontera rusa, donde, calculó, las fuerzas de ambos países serían más débiles por el momento. Su salida fue justo a tiempo pues pocas semanas después comenzaron las deportaciones de judíos a campos de detención y asesinatos masivos de polacos judíos y no judíos en los bosques de la región.

En Sandomierz existía una comunidad judía grande. Moisés pensó que su llegada no sería muy notoria. También pensó que su salvación dependería de un buen camuflaje y que pronto deberían ir desapareciendo, para lo que adoptó un apellido común no judío en Polonia; Kosinski, del que ya había conseguido documentos e identificaciones.

A mediados de 1942 la maquinaria de exterminio nazi estaba en plena marcha y Sandomierz dejó de ser un lugar seguro. Primero la familia se mudó a las afueras del pueblo, ya con el nombre Kosinski, para poco a poco ir cambiando de residencia hasta llegar a vivir en un anexo a la cabaña de unos campesinos en Rokitnik, una pequeña población a orillas del río Vístula donde pasarían los siguientes tres años, hasta el final de la guerra, durante los que tuvieron varios encuentros cercanos con soldados alemanes.

Durante ese tiempo, Jerzy/Jurek vivió prácticamente recluido, desarrollando una personalidad sombría e introvertida. Pasaba el tiempo observando la vida del pueblo desde la ventana de su casa.

La guerra para los Lewinkopf-Kosinskis terminó en julio de 1944 cuando la zona en la que se refugiaron fue liberada por el Ejército Rojo pero permanecieron ahí  varios meses más porque la situación en todo el país era incierta y peligrosa y nuevas fronteras estaban siendo trazadas por los Aliados.

En abril de 1945 regresaron a Lodz. Ese que había sido un centro de escritores, artistas y de inteligentsia trabajadora judía se había ido para siempre. El nuevo gobierno pro-soviético inició una campaña de reubicación de ciudadanos polacos para poblar territorios ocupados, oportunidad que Moisés aprovecho para ir a vivir a Jelenia Gora, un poblado vecino a la ciudad de Wroclaw, cerca de las fronteras checa y alemana, donde permanecieron dos años,  regresando a Lodz cuando las cosas estuvieron más calmadas. Ahí recuperaron, hasta donde las condiciones lo permitían, el nivel de vida acomodado que tuvieron antes de la guerra.

Jerzy ingresó a la secundaria, en donde empezó a dar señales de lo que sería una vida llena de conflictos cuando fue expulsado por la Asociación de la Juventud Polaca, dependiente del Partido Comunista Polaco por “aspirar a un estilo de vida imperialista americano, ser hostil hacia la realidad socialista y cuestionar la autoridad política de los líderes”. Esto era un asunto serio porque la aprobación de la Asociación era un requisito indispensable para ser aceptado en la universidad.

En esa época Jerzy comenzó a desarrollar sus principales características de personalidad; No era muy agraciado físicamente, lo que compensaba con una personalidad seductora y una lengua de miel, mediante la cual escapaba, casi siempre, de cualquier situación peligrosa o embarazosa. Empezó su carrera de coleccionista de aventuras sexuales, apoyándose en su actividad favorita, la fotografía, que utilizaba para acercarse a las mujeres que pretendía, y que casi invariablemente, conquistaba.

Lodz había dejado de ser una ciudad industrial, principalmente textilera, para convertirse en una ciudad de intelectuales y bohemios en donde se traslapaban dos ambientes; el de la sociedad de los cafés y el cine ya que el gobierno socialista había instalado ahí la Escuela Nacional de Cine. En ese medio, Jerzy conoció a alguien con quien se volvería a cruzar años mas tarde en circunstancias muy diferentes; Roman Polanski, quien ya empezaba a tener un nombre en la escena fílmica polaca mientras Jerzy buscaba su oportunidad como fotógrafo.

Por azar hizo amistad con otro estudiante que ya exhibía en varias galerías quien lo tomó como su pupilo y, asociados, empezaron a ganar certámenes en los que, desafortunadamente solo recibían medallas como premio, mientras ellos, siempre cortos de dinero tenían que arreglárselas para conseguir los materiales.

En otro más de los innumerables golpes de suerte en la vida de Kosinski, sorprendentemente fueron invitados a ser miembros de la Sociedad Fotográfica de Gran Bretaña, oportunidad que casi pierden por la dificultad de conseguir las 19 libras esterlinas, una suma inimaginable para ellos, que costaba la inscripción.

Todos estos en apariencia pequeños eventos fueron los tabiques de un inmenso edificio que Jerzy construiría a lo largo de su vida, a base de audacia, habilidad y mucha, mucha suerte.

Su padre era miembro del partido oficial con una buena posición, lo que le permitió viajar varias veces a Moscú. Su fascinación por todo lo ruso era casi tan grande como la que sentía por lo americano.

Adquirió un muy buen dominio del idioma ruso y se volvió un traductor habitual en exposiciones en las galerías de arte de Lodz.

Al terminar el equivalente de la preparatoria con buenas calificaciones, llegó el momento de intentar ser aceptado en la universidad, para lo que estaba prácticamente vetado.

Enfrentó la situación con el vigor y la agresividad que lo caracterizarían toda su vida. Se presentó directamente con el jefe  del departamento de admisiones, llevando todos sus diplomas, tanto de la escuela como de su carrera fotográfica, insistiendo a tal grado que fue enviado con el director del Instituto de Ciencias Sociales quien quedó muy impresionado y gracias a su intervención, Jerzy fue aceptado como candidato a una maestría en Ciencias Sociales. Ese profesor sería mentor y protector por casi todo el resto de su vida. Jerzy le llamaría su “padre espiritual”.

Durante sus años universitarios, pasaba frecuentemente las vacaciones esquiando en las montañas donde, según él, era instructor de esquí en nieve aunque nunca lo comprobó. Siempre se le veía acompañado de mujeres muy guapas.

El partido comunista había instituido el programa “Fondo para Vacaciones de los Trabajadores” mediante el cual enviaban a campesinos y obreros a pasar tres semanas de vacaciones pagadas en la playa donde recibían instrucción cultural y política. Los instructores eran estudiantes de ciencias sociales y Jerzy, siendo uno de los alumnos mejores calificaciones, fue elegido para formar parte de esta elite.

Se inscribió en otra maestría, en Historia, la que terminó en 1965. Entonces fue aceptado como aspirante a un doctorado en el Instituto de Historia de la Cultura de la Academia Polaca de Ciencias que estaba en Varsovia a donde se mudó.

En esa época tuvo que hacer el servicio militar. Sentía que todo estaba diseñado para agredirlo y violar su más valiosa posesión – él mismo -. Le fue asignado un trabajo administrativo preparando programas de entrenamiento. Ahí conoció e hizo amistad con veteranos de la Gran Guerra Patriótica que años más tarde le resultarían muy útiles.

En los últimos años en la universidad comenzó a fraguar la idea de salir de Polonia. Su primera elección era Rusia, que se le hacía un lugar excitante, inmenso, donde muchas cosas estaban pasando. Aceptó una oportunidad de pasar un tiempo de intercambio en Moscú donde se dio cuenta que no era lugar para alguien tan individualista y rechazante de la autoridad como él.

Entonces dirigió sus miras a Estados Unidos.

En esa época, 1956, empezó un proceso de “deshielo” del régimen polaco, abriéndose una ventana de tiempo temporal antes de que, un año después se recrudeciera la represión neo stalinista.

En 1957 la Fundación Ford obtuvo la aprobación del gobierno estadounidense para establecer un programa de intercambio de estudiantes polacos y americanos. En el comité polaco de selección estaban varios maestros de Jerzy, incluido su tutor. Jerzy era un candidato natural. Sin embargo, al llegar la fecha límite para inscribirse, no lo hizo, para sorpresa de todos lo que lo conocían.

Al ver a sus compañeros salir de Polonia, comenzó a armar un plan de emergencia. Ahora el reto era mayor. Tenía que conseguir la visa de estudiante, para lo que requería se aceptado por una escuela en Estado Unidos. Además, debía pagar su pasaje.

Una vez más, su antiguo maestro entró en escena. Movió palancas a ambos lados del Atlántico, escribió a colegas en varias universidades y finalmente logró que Jerzy fuera aceptado en la Universidad de Alabama.

El papá de uno de sus mejores amigos le prestó 1,000 dólares para el pasaje y los primeros gastos con la promesa de que los pagaría en cuanto tuviera ingresos.

Y, así, llegó al aeropuerto de Idewild en Nueva York, en medio de una terrible tormenta. Entonces todavía no existían los pasillos telescópicos para abordar y desembarcar de los aviones así que tuvo que correr a la terminal bajo la lluvia. Iba vestido en lo que el consideraba Elegancia de Europa del Este, con un pesado abrigo de piel de chinchilla y llevaba el equipaje polaco de lujo, hecho de cartón comprimido. Cuando llegó al mostrador de inmigración, el abrigo estaba empapado, muy pesado y arrugado y la maleta se había prácticamente disuelto.

Su apariencia era  de una rata mojada.

…continuará