IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El Pentágono acaba de autorizar que, en caso de bombardeo a las instalaciones del Estado Islámico, se puede ampliar el riesgo de matar civiles si con ello se evita un daño mayor (vean artículo aquí)

Lo simpático es esto: imagínense si el anuncio lo hubiera hecho Israel. El mundo estaría lleno de quejas y protestas. Vamos, si basta que Israel anuncia la construcción de 1500 viviendas para que todas las organizaciones internacionales respinguen y hagan una opereta, no me quiero imaginar qué pasaría si un día el Estado Judío anunciara que le va a poner menos atención al cuidado de civiles en sus ataques contra instalaciones terroristas.

Por supuesto, en la lógica de Barack Obama y su administración, los Estados Unidos sí se pueden –y se deben– dar ese lujo. Pese a que, por ejemplo, Estados Unidos no está siendo atacado en su propio territorio por bombas o cohetes del Estado Islámico, mientras que todos los ataques contra “objetivos israelíes” son, concretamente, contra sus ciudadanos.

Es decir: Estados Unidos se encuentra en una de sus interminables campañas militares del otro lado del mundo; Israel, en contraste, defiende su propio territorio y a su propia gente.

Pero a Estados Unidos sí se le concede la posibilidad de poner en riesgo la vida de civiles, mientras que a Israel siempre se le va a criticar por el “uso desproporcionado de la fuerza”. Cosa curiosa, porque yo no tengo entendido que el Estado Islámico se compare, remotamente, a los Estados Unidos en su poderío militar. Entonces no sé por qué los ataques norteamericanos no son considerados “desproporcionados” en su magnitud.

Estos son los puntos superficiales de esta nueva medida del Pentágono. Hay cosas de fondo que vale la pena considerar.

Lo primero que hay que señalar es que el cuidado para evitar víctimas civiles en este o cualquier otro tipo de conflicto, es algo reciente. Hasta la II Guerra Mundial no existían ese tipo de criterios. Los bombardeos tanto de las potencias del Eje como de los Aliados siempre fueron indiscriminados. No había siquiera una conciencia –menos aún una legislación internacional– que estableciera que se debían evitar los daños en zonas residenciales. Simplemente, cuando Estados Unidos tuvo que bombardear cualquier ciudad alemana, bombardeó todo. Absolutamente todo. Y cuando tiraron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, lo hicieron a sabiendas de que la población civil sería la más afectada.

En ese sentido sí se debe celebrar que nuestra percepción de la guerra haya evolucionado. Que, por lo menos en el papel, seamos menos brutales de lo que hemos sido desde la más remota antigüedad.

Pero los problemas empiezan cuando las cosas salen del papel y se trasladan a la siempre molesta e incómoda realidad.

En el papel, y con ello me refiero a las Leyes de Guerra, las víctimas civiles no son un impedimento para cierto tipo de operativos militares. El punto es simple: todo lugar que sea utilizado militarmente por un grupo beligerante, automáticamente se convierte en un blanco militar legítimo. Eso significa que una escuela, un hospital o un recinto religioso desde donde se dispare, o en donde se almacenen armas, puede ser bombardeado y destruido sin que haya delito de por medio.

¿Y si hay civiles en esos lugares? Legalmente hablando, la responsabilidad recae sobre quien los puso allí, o quien dispuso de ese lugar para operaciones militares. En esa lógica, está terminantemente prohibido usar instalaciones civiles para fines militares. De hecho, está tipificado como crimen de guerra.

Si nos atenemos a esa lógica, un grupo que dispara desde zonas habitadas y provoca que haya bajas civiles en caso de respuesta del enemigo, comete un doble crimen de guerra. El primero, por hacer uso militar de zonas civiles; el segundo, por usar a los civiles como escudos humanos y, literalmente, sacrificarlos.

Por ello, en estricto, la medida del Pentágono no tiene nada de extraño, y jurídicamente hablando es incuestionable. Estados Unidos está en todo su derecho de destruir infraestructura militar en caso de guerra (en realidad, cualquier país). Si eso implica víctimas civiles, toda la responsabilidad recae sobre quien puso los civiles allí, o quien dispuso militarmente de zonas donde había civiles.

La posibilidad de juzgar a cualquier país por crímenes de guerra en el caso de víctimas civiles sería sólo si se demuestra que se atacaron objetivos que no calificaban, desde ningún punto de vista posible, como blancos militares legítimos (por ejemplo, algo que sucede mucho en la guerra civil siria, donde las fuerzas del gobierno y sus contrincantes suelen atacar indiscriminadamente cualquier lugar en manos del enemigo, sin importar si tiene un uso militar o no; allí hay crímenes de guerra clarísimos).

Pero toda esa lógica no aplica cuando se trata de Israel. La rutina es bien conocida: en los casos de agresiones sitemáticas por parte de grupos como Hamas, es a Israel y sólo a Israel a quien se le exige “contención, para que no haya una escalada en la violencia”. Por supuesto, son casos donde decenas de cohetes disparados contra zonas civiles no son considerados por la comunidad internacional como “violencia”.

Cuando Israel responde, inmediatamente viene la acusación de un “uso desproporcionado de la fuerza”. Pero es que eso es obvio: ante cierto tipo de agresiones, todos los países que se ven obligados a reaccionar lo hacen de manera desproporcionada. Sería un absurdo del todo irracional confrontar una agresión militar en términos de equilibrio de fuerzas, porque eso sólo garantizaría la perpetuación del conflicto (como lo que sucede en Siria). Si un país decide atacar a otro –ya sea en respuesta a una agresión o tomando la iniciativa de agredir– lo hace siempre buscando tener la ventaja en todo sentido, y eso implica un uso desproporcionado de la fuerza.

Es lo que están haciendo Estados Unidos y Rusia con el Estado Islámico, por ejemplo; o lo que está haciendo Arabia Saudita en Yemen con los rebeldes huthíes; o lo que hizo Rusia en Ucrania; o lo que hace China en el Tíbet.

Pero el reclamo sólo es contra Israel.

¿Cuidados para reducir al mínimo las víctimas? Israel ha demostrado ser el país más exagerado con eso. En el último conflicto en Gaza, se realizaron más de 4 mil bombardeos y un operativo terrestre, y el saldo fue de un poco más de 2 mil palestinos muertos. Si no tomáramos en cuenta el operativo terrestre, el promedio de víctimas sería de 0.5 personas por cada bombardeo (nótese: no es por cada bomba, sino por cada bombardeo). Está sobradamente demostrado con eso que los ataque nunca tuvieron como objetivo a la población, sino a la infraestructura terrorista.

Para ello, Israel implementó una práctica que no hace ningún otro país: notificar por medio de llamadas telefónicas y panfletos lanzados desde un avión que una zona va a ser bombardeada (siempre, inequívocamente, zonas usadas por Hamas con fines militares; por lo tanto, blancos legítimos de acuerdo a la ley internacional). Y todavía como última advertencia, una salva sobre el lugar próximo a ser destruido. Tómese en cuenta que con estas medidas Israel siempre le concedió a los terroristas de Hamas la ventaja de ponerse a salvo.

Pero eso no basta: la ONU ha organizado comisiones “para investigar los crímenes de guerra cometidos por Israel”. Nótese: ni siquiera se trata de analizar qué sucedió y decidir si uno u otro bando habrían cometido algún ilícito. En su último proyecto de investigación, la ONU fue muy clara al señalar que el asunto ya estaba juzgado –sin investigación de por medio– y que Israel había cometido crímenes de guerra, y la investigación a realizarse sólo era para documentarlos. Por supuesto, la ONU se escandalizó cuando Israel se rehusó a cooperar en semejante farsa.

El infame Informe Goldstone fue también un excelente ejemplo de cómo opera esta lógica torcida: el propio Goldstone se retractó de su informe, admitió que la ONU había tenido un abierto sesgo anti-israelí a la hora de encargarlo y presentarlo, y dijo que de haber conocido todo lo que sucedió en el operativo Plomo Fundido, su informe habría sido muy distinto.

Es curioso: ¿qué significa eso de que “de haber conocido” todo lo que sucedió? ¿No se supone que para eso era primero la investigación y luego la elaboración del informe?

No. La investigación no se hizo para saber qué sucedió. La investigación se hizo para acusar a Israel. Goldstone sólo achicharró su prestigió como juez al participar de semejante basura de circo.

La farsa sigue: Israel no sólo es criticado y acusado por el hecho de defenderse, sino que incluso Barack Obama y la Unión Europea funcionan bajo la retorcida lógica de que para resolver el conflicto israelí-palestino, a quien hay que presionar es a Israel. Por eso, Mahmoud Abbas no ha tenido ningún interés en reducir el nivel de sus discursos de incitación, ni recato alguno en declarar “héroes” a los terroristas palestinos. Por el contrario: a los palestinos se les ha premiado con el reconocimiento internacional como Estado, por lo menos a nivel teórico.

Lo terrible del caso es que no se pueden hacer tantas tonterías sin sufrir las consecuencias: ¿Por qué la estrategia del Estado Islámico es de permanente agresión? ¿Por qué no están dispuestos a sentarse a negociar absolutamente nada?

Porque esa estrategia funciona con los europeos. Lo han visto vez tras vez en el caso palestino. Por ello, pese a todos los riesgos implícitos, muchos gobiernos europeos han cedido a la farsa de la “multiculturalidad”, han permitido que en muchos países se establezcan verdaderas sucursales del Estado Islámico, y han dejado que toda una generación de jóvenes musulmanes haya sido capturada por el radicalismo y no por el deseo de integrarse a la sociedad occidental.

¿Resultado? Atentados como los de París o Bruselas, que –lamentablemente– no van a ser los últimos.

Por eso no es de extrañar que de cuando en cuando, países como los Estados Unidos o la Unión Europea se tomen la libertad de ampliarse sus prerrogativas en cuanto al uso de la violencia, y dictaminen que pueden arriesgarse a matar más civiles en caso de que sea necesario.

Justo lo que nunca le van a conceder a Israel.

¿Les ayuda en algo? ¿Realmente se obtienen beneficios objetivos de ello? Todo parece indicar que no.

El Estado Islámico sabe que no puede ganar la guerra en el campo de batalla. Por eso, su apuesta es el terrorismo: ataques aislados en cualquier lugar del mundo para someter a la población civil a vivir bajo el pánico de que, en cualquier momento y lugar, puede venir el ataque. En el otro campo de batalla, las víctimas resultantes de los combates en Siria e Irak serán usadas como propaganda entre las amplias comunidades musulmanas europeas.

Eso es lo que no entienden los Estados Unidos y Europa: su medida de permitirse más víctimas civiles va a resultar contraproducente, porque eso –cuando se haga una realidad objetiva– será usado con fines propagandísticos por el Estado Islámico, algo que le urge debido a que sí ha sido seriamente afectado en sus recursos humanos y económicos.

Y se llegó a esto justamente por la necedad de siempre señalar, acusar y presionar a Israel. Al llevar tan lejos la complacencia con los palestinas, establecieron el paradigma del que ahora no se pueden deshacer: vale la pena sacrificar a mis civiles porque de todos modos no me van a acusar de crímenes de guerra; en cambio, podré usar esas muertes literalmente como moneda de cambio para financiar la radicalización de las amplias juventudes musulmanas europeas, marginadas por gusto propio e iletradas al máximo gracias a que los gobiernos occidentales nunca tuvieron interés en integrarlos a los sistemas educativos estatales, bajo el tonto pretexto de “respeto a la diversidad cultural”.

Pardójicamente, el único país que está capacitado para lidiar con todo este tipo de problemas, es Israel. Lo ha tenido que hacer desde siempre, en todo tipo de desventajas. Por ello, ha desarrollado los mejores mecanismos de control que incluso funcionan con los grupos terroristas que lo rodean.

La prueba es que tres países que en otras épocas fueron los grandes enemigos de Israel, ahora se han acercado para integrar un eje de control en el Medio Oriente. Me refiero a Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Países que, por cierto, no creen en el discurso de “evitar bajas civiles”. Cuando necesitan bombardear y atacar a sus enemigos –los egipcios lo están demostrando en Sinai, los saudíes en Yemen y los jordanos (las menos de las veces) en Siria–, lo hacen sin importarles cuántos civiles mueran. Simplemente, se identifican los blancos militares y los destruyen.

Estos tres países árabes, junto con Israel, le han perdido toda la confianza a los Estados Unidos y lo han dejado aislado en el complejo ajedrez geopolítico del Medio Oriente. Incluso, han tenido un inusitado acercamiento con Rusia, sabiendo que esta otra potencia militar está mejor informada de lo que realmente sucede en levante, y no está obsesionada con posturas políticas contraproducentes, como la sistemática agresión diplomática contra Israel.

Así las cosas, el conflicto sigue, y el resultado sólo se va confirmando: Barack Obama, que llevó a su máxima expresión posible el acoso contra Israel, se va a despedir de su silla presidencial habiendo hecho del mundo un lugar más peligroso para vivir, y de los Estados Unidos el socio menos confiable.

El fracaso absoluto.

Aunque ahora tengan permiso de matar más civiles.