BRET STEPHENS

Un caso enfrenta la fe de Israel en la democracia contra las opiniones de su cúpula militar.

En el 2012 un ex periodista del New York Times llamado Patrick Tyler publicó un libro odioso llamado “Fortaleza Israel”, cuyo argumento era que el estado judío es una Esparta moderna cuya “élite militar sabra” es adicta a la guerra.

“Seis décadas después de su fundación,” escribió el Sr. Tyler, Israel “sigue esclava de un impulso marcial original, cuya profundidad ha dado ascenso a sucesivas generaciones de líderes que están mal desarrollados en su capacidad de manejar o sostener la diplomacia como un rival de la estrategia militar.” Peor, estos líderes hacen esto “en forma reflexiva e instintiva, a fin de perpetuar un sistema de gobernancia donde la política nacional es dominada por el ejército.”

Los militaristas reflexivos de Israel están en eso nuevamente, aunque probablemente no como imaginó Tyler. La semana pasada, Moshe Ya’alon, un ex jefe del estado mayor del ejército y miembro del partido gobernante Likud, renunció como ministro de defensa luego de jaleos con respecto al rol apropiado del ejército en la vida política. En su lugar, el primer ministro tiene intención de nombrar a Avigdor Lieberman, un luchador político de derecha cuya carrera militar nunca llegó más allá del rango de cabo.

La pelea entre el primer ministro y Ya’alon comenzó a fines de marzo, después que un soldado israelí llamado Elor Azariah disparó y mató a un hombre palestino que estaba yaciendo herido e inmóvil en el suelo después de tratar de apuñalar a otro soldado. El Sargento Azariah ahora está siendo juzgado por homicidio involuntario y enfrenta hasta 20 años en prisión. El video de la ejecución sugiere que el palestino herido no era ninguna amenaza para los soldados cuando el sargento puso una bala en su cabeza.

La ejecución ha sido condenada en forma enfática—y con razón—por la cúpula militar de Israel. Pero los israelíes también tienen poca simpatía por los palestinos que tratan de clavar cuchillos en sus hijos e hijas,  Netanyahu y Lieberman han ofrecido expresiones de apoyo al Sargento Azariah y su familia, para el aplauso de la derecha israelí y el enfurecimiento de los generales de alto rango. Más a menudo que no en Israel, los líderes militares y funcionarios de seguridad están a la izquierda del público y su liderazgo civil.

Si ese fuera el final de la historia, ustedes podrían tener un cuento de moralidad sobre los instintos políticos de Netanyahu. O podrían tener una historia acerca de los estándares éticos elevados con los cuales Israel se juzga a sí misma. Lo que ustedes no tienen es algo que se asemeje a una insensata “élite militar sabra” beligerante que quiere matar a palestinos indefensos (aunque no inocentes) para proteger a los suyos.

Pero ese no es el fin de la historia. En una ceremonia conmemorando el Día de Recordación del Holocausto a principios de este mes, Yair Golan, jefe adjunto del estado mayor del ejército de Israel, comparó las tendencias en la sociedad israelí con Alemania en la década de 1930. Cuando Netanyahu lo reprendió—correctamente—por difamar a Israel y abaratar el recuerdo del Holocausto, Ya´alon saltó en defensa del general y dijo a los oficiales que ellos deben sentirse libres de decir lo que piensan en público. De ahí su expulsión.

Aquí ya no está más en juego la cuestión pequeña sobre el sargento Azariah, donde el establishment militar está a la derecha. Es la cuestión mayor de las relaciones cívico-militares, donde los líderes militares de Israel están totalmente equivocados. Un establishment de seguridad que no siente ningún reparo en decir públicamente a sus amos civiles que está en camino a convertirse en una ley en sí mismos—la Esparta de la imaginación del Sr. Tyler, aunque al servicio de los objetivos izquierdistas.

En un artículo de opinión en el New York Times del domingo, el escritor israelí Ronen Bergman pinta a los militares en colores favorecedores, insistiendo en que “las agencias de defensa de Israel están motivadas sólo por el interés nacional, en vez de la ideología, religión o consideraciones electorales.” Él continuó para sugerir que estaba en el aire la conversación sobre un golpe, aunque “sigue siendo improbable.”

La idea de un golpe militar en el Israel de hoy es absurda. Pero dice algo sobre la arrogancia del Sr. Bergman y sus fuentes militares que deben pensar en sí mismas como guardianes imparciales del interés nacional—como ellos lo ven—o que ellos deben descartar tan abiertamente las consideraciones ideológicas, religiosas o electorales que son la materia de la democracia. Fue el establishment de seguridad de Israel, liderado por ex oficiales talentosos como Yitzhak Rabin y Ehud Barak, el que llevó a los israelíes por el sangriento callejón sin salida antiguamente llamado proceso de paz. Si sus opiniones ya no son más vistas como sacrosantas, es una señal de la madurez política de Israel, no de su decadencia.

Hay un argumento mayor aquí, relevante no sólo para Israel, acerca del peligro que presentan los que se creen virtuosos para los que desean meramente ser libres. En el Medio Oriente, los virtuosos a menudo son los jeques y ayatolas, exhortando a los fieles a asesinar en el nombre de Dios. En el Occidente los virtuosos son las élites laicas que imponen lo que Thomas Sowell llamó una vez “la visión de los ungidos” sobre las masas ignorantes.

Nadie tiene la idea del Sr. Lieberman como un ministro de defensa ideal. Y tanto él como su jefe están equivocados en lo que hace al vergonzoso caso del sargento Azariah. Pero los que creen que Israel debe seguir siendo una democracia no tienen más opción que ponerse del lado de Netanyahu.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México